
«Le parece raro y a la vez totalmente lógico que esté ahí sentada con él. Experimenta un deseo indefinido de regalarle algo, cualquier cosa. Un cuadro. Un abrigo. Unos guantes. Se da cuenta de que le gustaría verla desenvolver un regalo, ver esos dedos manipulando el lazo y el papel. Deja de pensarlo. No quiere estropearlo, esta vez no, con ella no.»
En La primera mano que sostuvo la mía, Maggie O’Donell logra narrar una historia íntima y a la vez universal, con una prosa sencilla y un ritmo que atrapa, sin embargo carece de ese estilo elegante y sutil que, si bien por sí solo no es capaz de sostener una novela, de haber estado presente me haría decir ahora que acabo de leer algo absolutamente perfecto. Aún así, el libro tiene párrafos extraordinarios y, por supuesto, vale la pena en su conjunto; estoy convencida de que si no hubiese girado alrededor de la maternidad -tema especialmente sensible para mí en los últimos meses- tal vez os hablase de él de otra manera. Parte de esa ausencia de perfección es culpa mía y por eso mismo os recomiendo que la leáis.
La primera mano que sostuvo la mía no engaña, es una novela cuyo argumento se sostiene gracias a la historia de dos madres que al inicio de la novela están equitativamente presentes. Creo que esa inicial coralidad de los personajes fue la que hizo que me costase entrar en la historia, aún así, se me habían caído de las manos demasiadas novelas últimamente como para pensar que no tenía yo parte de culpa -si no toda- y decidí darle una oportunidad, “las cien primeras páginas” me dije, “ni una más”… y en la 98 O’Donell me agarró de la mano y tiró de mí con tanta fuerza que, si bien con las 98 primeras páginas estuve remoloneando una semana, las 241 restantes tardé un día en leerlas; para ser sincera, reservé el último capítulo para disfrutarlo al día siguiente, porque estaba agotada y porque soy de las que deja el trozo en el que está la guinda del pastel -el bocado perfecto- para el final.
¿Qué ocurre en la página 98? Os estaréis preguntando si habéis llegado hasta aquí, pues veréis, en la novela no sucede nada aparentemente distinto, pero poco a poco ha ido rompiéndose ese equilibrio inicial en el protagonismo de las dos madres y una de ellas se convierte en un personaje inmenso, planea sobre el argumento incluso cuando son otros los que hablan, en un tiempo que ni siquiera es el suyo y sobre cosas que aparentemente no le atañen. No voy a deciros quién de las dos es, supongo que la mayoría no tardaréis tanto como yo en descubrir la grandeza del personaje, pero es mejor que lo hagáis por vosotros mismos. Puede que lo que para mí apareció en la página 98, para algunos aparezca en la 50 o, mejor aún, en la 12…
Lo cierto es que a partir de ese momento, aquello no era leer, era vivir una historia en primera persona. Lo he dicho al principio, el ritmo que consigue imprimirle O’Farrell a la novela es infernal, seduce al lector en un cortejo que a mí me pareció demasiado lento, pero que sin duda fue eficaz porque, a pesar de que esa sensación de que la historia me domina me produce cierta claustrofobia, no quería salir de aquellas vidas sin leer hasta la última frase.
Cuando fui madre empecé a sospechar que la maternidad podía ser de muchas formas, que había tantos tipos de relaciones madre-hijo como madres e hijos hay en el mundo… el tiempo no ha hecho más que darle certeza a esa sospecha mía. Sin embargo, hay una cosa que es común a todas las madres del mundo: tener un hijo lo cambia todo. Pero esta novela también va de ser hijo y de que, más tarde o más temprano, uno descubre que tanto la persona que soñó ser, como la que es en realidad, dependen, también, de lo que soñó ser y lo que finalmente fue, esa primera persona que sostuvo su mano.

Título: La primera mano que sostuvo la mía
Autora: Maggie O’Farrell
Traductora: Concha Cardeñoso
Año de publicación: 2010
Páginas: 339
Editorial: Libros del Asteroide
Preciosa reseña. Yo también me reservé las últimas páginas para saborearlas en un rato especial.
Me ha gustado muchísimo la historia, como bien comentas, aunque desde el principio la lectura es amable, cuesta que enganche. Pero luego, uau, luego es un no parar. Me han gustado esas últimas palabras: «más tarde o más temprano, uno descubre que tanto la persona que soñó ser, como la que es en realidad, dependen, también, de lo que soñó ser y lo que finalmente fue, esa primera persona que sostuvo su mano.»
Gracias. Un abrazo. Betsabé
Hola Betsabé, hace tiempo que la escribí, pero todavía recuerdo lo mucho que me gustó leer la novela. Muchas gracias por tus palabras y, sobre todo, por pasarte por aquí. Un abrazo.