En las novelas de Murakami me siento a gusto y también me hacen sentir la extrañeza de la vida, me empujan hacia los enigmas de la existencia. Cuando pasan los meses me sorprendo echando de menos los ratos que he pasado en su mundo. Al leer sus novelas uno nunca sabe si el autor improvisa sin saber hacia dónde se dirige o si toda la trama está perfectamente organizada desde el principio, si todo es fortuito, fruto del azar y de la inspiración del momento o si obedece a unas fuerzas interiores que arrastran a los personajes con un impulso genuino y lleno de sentido. Murakami consigue que la extrema sencillez cubra con un velo transparente un submundo de secretos. El contraste entre la placidez de la vida cotidiana y lo inquietante de las sombras que acechan por las rendijas de la realidad llena de fascinación sus novelas.
Muchas de sus historias se sirven de la metáfora del pozo como un lugar oscuro que aprisiona a los personajes a la vez que encierra el secreto cuyo descubrimiento les devolverá el sentido perdido de sus vidas.
“Lo que más miedo me da de estar encerrado en un lugar estrecho y oscuro –dice un personaje de ‘La muerte del comendador’– no es el hecho en sí de morir, sino de verse obligado a vivir en aquel lugar para siempre. Si uno da rienda suelta a sus pensamientos, el miedo acaba por ahogarle. Empiezas a pensar que las paredes se estrechan, que va a terminar por aplastarte. Para sobrevivir en un lugar así hay que vencer el miedo, vencerse a sí mismo, y para lograrlo es imprescindible acercarse a la muerte lo máximo posible”
Esta última novela de Murakami vuelve a desarrollarse en los espacios preferidos de su autor: una casa, un bosque, un desván, un agujero excavado en la tierra… Y vuelve a servirse de los objetos más cotidianos para levantar ese mundo tan familiar como extraño: la ropa, los discos, los coches, el juego de té, los vasos de whisky… No necesita nada más para impregnar la superficie de la vida con el hechizo de lo desconocido. Pero lo desconocido siempre está dentro de uno mismo. Hijas, hermanas o esposas perdidas en el pasado. Padres que huyen hacia el silencio y el olvido. Deseos ocultos en algún lugar remoto. Miedos apartados bajo llave.
El protagonista de ‘La muerte del comendador’ es un pintor de retratos de 36 años, sencillo y conformista, que se verá abrumado por un mundo de sombras el día en que su mujer le dice, sin más explicación, que ya no pueden seguir viviendo juntos. Se retira entonces a vivir solo a una casa en las montañas durante nueve meses, que es el tiempo que abarca la novela. Allí se preguntará quién es, adónde ha llegado, y entra en un estado de confusión que le conduce hacia lugares extraños. En su retiro se encuentra además con dos personas que marcarán ese momento transitorio de su vida. El anterior ocupante de la casa, un pintor moribundo autor de la misteriosa obra ‘La muerte del comendador’, y un vecino que un día se presenta en su casa para pedirle que pinte su retrato. Mientras tanto, por las noches sucede algo extraño. El sonido de una campanilla lo atrae de forma irresistible hacia el bosque, donde un túmulo de piedras oculta un hueco hundido en la tierra.
El cuadro del comendador, el lienzo en blanco, el agujero en el bosque y también la vida de los personajes ocultan algo misterioso. “Un animal dormido en lo más profundo de mi ser había despertado en el momento preciso y se disponía a salir de su letargo”. Para enfrentarse al enigma y salir de la oscuridad deberán aferrarse a ese momento de transformación y aceptar con valentía que la campanilla suena para ellos. Será un proceso inquietante, sin respuestas, incomprensible como un sueño. La verdad en las historias de Murakami es escurridiza y ambigua porque se asienta en la convicción de que no cubre toda la realidad humana, por eso se dice aquí que
“la verdad, a veces, solo aporta una profunda soledad”
El narrador protagonista se va adentrando por caminos donde ocurre lo que suele ocurrir en las novelas de Murakami, que lo real y lo irreal, la vida y el sueño, se confunden, los límites entre la realidad y la ficción se desdibujan. El fondo inquietante, onírico y amenazador empieza a aflorar muy lentamente atravesando la insignificante superficie de la vida cotidiana que con tanta morosidad y sencillez sabe describir Murakami. Y poco a poco se irá desvelando el oscuro secreto que lleva escondido mucho tiempo.
El descubrimiento final se producirá de forma entrecruzada entre la pintura, la búsqueda interior y el propio proceso de escritura de la novela. Sin objetivo claro, sin pautas, en penumbra y sin alejar del todo los peligros, pero con naturalidad, “como un niño que echa a correr por el campo tras una extraña mariposa sin preocuparse por dónde pisa”.
SOBRE EL AUTOR
La crítica recibió con elogios ‘La muerte del comendador’ (publicada en dos tomos por Tusquets con traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés), la decimocuarta novela de Haruki Murakami (Kioto, 1949), situándola entre sus mejores obras, a la altura de ‘Tokio blues’ y ‘Kafka en la orilla’, aunque no de forma unánime.
Aunque algunos le acusan de repetirse, lo cierto es que lo único que repite novela tras lo novela es la ambición por indagar en las grandes preguntas de la existencia con su característico estilo que fusiona lo empírico y lo imaginario aprovechando los recursos literarios de la tradición tanto occidental como oriental.
Sus obras suelen estar plagadas de referencias literarias (aquí ‘El Gran Gatsby’ o ‘Alicia a través del espejo’), pictóricas y, sobre todo, musicales. Gran amante de la música, Murakami dirige un programa en la radio de su país y, en su juventud, regentó un local de jazz. En ‘La muerte del comendador’ es ópera lo que escuchan todo el rato los personajes.
Aparte de sus novelas, entre las que también destaca ‘1Q84’, ha publicado libros de cuentos, ‘Sauce ciego, mujer dormida’, ‘Hombres sin mujeres’ y ‘Un elefante desaparece’, un largo reportaje sobre el ataque terrorista en el metro de Tokio, ‘Underground’, y sus reflexiones sobre la escritura: ‘De qué hablo cuando hablo de escribir’, todas en Tusquets.
En la última entrevista que se le ha hecho en España decía lo siguiente: “Escribir novelas es perseguir posibilidades. Elegiste algo cuando tenías, digamos, 31 años y te trajo hasta aquí. Es lo que eres. Pero si hubieras tomado otra vía, tendrías una distinta. Tirar de esa probabilidad es el juego de la ficción. Veo mi literatura como la persecución de esas vidas diferentes. Todos vivimos en una especie de jaula, la que supone ser solo uno mismo. Como escritor de ficción, puedes salir y ser diferente. Eso es lo que estoy haciendo la mayoría de las veces. Vivir mis yos alternativos. El trabajo de un novelista es soñar despierto”.