En un palacio de Venecia viven Juliana Bordereau y su sobrina Tita, aunque vivir es decir mucho, pues no salen nunca ni mantienen relación con nadie. El jardín de la casa está abandonado y las numerosas habitaciones que no utilizan están vacías. Aunque no se dice con exactitud, Juliana debe de tener más de cien años, no puede valerse por sí misma y depende de los cuidados de su sobrina. Así parece que ha sido durante muchos años. Viven apartadas del mundo, después de haber renunciado incluso a la mera contemplación del esplendor de Venecia, “como si se tratara de unas criaturas acosadas que fingen la muerte”.
Juliana fue en su juventud la amante de un famoso poeta americano, Jeffrey Aspern, de quien todavía conserva las cartas que le escribió. La búsqueda de los papeles de Aspern por parte de un editor, que será el narrador de la novela, interrumpirá la apatía en la que viven las dos mujeres. Impulsado por la admiración que siente por el poeta Aspern y, según se desprende de su comportamiento, por el deseo de reconocimiento que le reportaría la publicación de las cartas, el editor llega a Venecia sin ser consciente de lo que de verdad está en juego. Lo que para él son palabras, poemas o cartas de un tiempo desaparecido, es para las dos mujeres el sentido más profundo de su vida: su plenitud y su frustración.
El editor consigue entrar en el palacio, hace florecer el jardín, abre las ventanas e, incluso, persuade a Tita a realizar un paseo nocturno en góndola en uno de los pasajes más bellos de la novela:
Al cabo de cinco minutos entrábamos en el Gran Canal, ante el cual ella lanzó un murmullo de éxtasis como si hubiera sido una turista recién llegada. Ella había olvidado qué espléndido aspecto tenía el gran cauce en un anochecer de verano, claro y pálido, y cómo la sensación de flotar entre palacios de mármol y luces reflejadas disponía el ánimo a la charla comprensiva. Avanzamos flotando, y aunque la señorita Tita no expresaba con su aguda voz su satisfacción, noté que se rendía. Estaba más que complacida, estaba en trance; todo aquello era una inmensa liberación. La góndola se movía con lentos golpes, para darle tiempo de disfrutarlo, y ella escuchaba el golpe de los remos, que se hacía más sonoro y musicalmente más líquido al entrar en canales estrechos, como si fuera una revelación de Venecia.
“Ya no hay belleza en el mundo”, dirá la anciana Juliana, mientras su sobrina comprobará que la belleza sigue intacta allí fuera. Y ninguna de las dos saldrá indemne de estas revelaciones. El narrador lo cuenta con atención al detalle, a los matices del tono de voz, los gestos apenas perceptibles y las palabras entredichas. Poco a poco va descubriendo algo de la verdad de estas dos mujeres, a pesar de la ofuscación producida por su codicia y su insensibilidad, apenas corregida por la cortesía y ciertos escrúpulos. Al principio está convencido de que no le resultará difícil engañarlas para obtener las cartas, pero su ignorancia absoluta de su verdadero valor le abocará a una historia de tentaciones, secretos, traición y desengaños. Cuando intenta persuadir a Juliana para que le entregue las cartas con el argumento de que así se arrojará luz sobre una historia del pasado, ella le replica que la única verdad que atesoran esos papeles le atañe a ella y que fuera de su habitación, expuestas al paso del tiempo, no hay nadie más que pueda entenderla.
Para cada uno, el secreto de las cartas tiene un significado diferente. Y para todos será un tormento que perdurará lo que les queda de vida. Mientras las dos mujeres languidecen recluidas en su palacio, él vaga por las callejuelas de Venecia, huyendo de sí mismo. Ellas han perdido la belleza de la vida ya para siempre, pero él ni siquiera ha sido capaz de reconocerla.
APUNTE SOBRE EL AUTOR
Henry James (Nueva York, 15 de abril de 1843 – Londres, 28 de febrero de 1916) amaba Venecia, a la que llamaba «the repository of consolations», el lugar ideal para cualquiera que se sienta deprimido. La conoció a fondo y escribió mucho sobre ella, a pesar de que sabía que antes que él ya había sido pintada y descrita miles de veces. En 1909 recopiló en un libro todo lo que había escrito sobre Italia y allí incluyó sus ensayos y notas de viaje sobre Venecia. En el libro Cartas desde Venecia se recogen también las vivencias de James en una relación de cuarenta años con la ciudad. Venecia fue el escenario de algunas de sus mejores novelas, entre ellas ‘Las alas de la paloma’, publicada en 1902. En una estancia en Florencia junto a su amiga Constance Fenimore Woolson en la primavera de 1887 escribió ‘Los papeles de Aspern’. Constance era una novelista americana que estaba enamorada de James pero que no fue correspondida. Cuando se suicidó, James se hizo con las pertenencias de su amiga y, tras quemar las cartas que le había enviado, se subió a una góndola para arrojar sus vestidos al Gran Canal. Sin embargo, en lugar de hundirse en el agua, los trajes de Constance se hincharon y flotaron alrededor de la góndola, como si el fantasma de su amiga le persiguiera en una de esas noches mágicas de Venecia.
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