♫ Nocturne, Op.27/2

Mientras atraviesa en barco la noche helada de los fiordos noruegos, Ida Elisabeth ruega por tener coraje y paciencia. Está casada y tiene dos niños y se siente atrapada, harta y cansada. Ha olvidado la sensación de “sentirse elegida y libre para elegir”. Como ese barco que avanza frágil en la oscuridad, ella teme haber perdido las riendas de su destino. Casada con un hombre inmaduro, irresponsable y vago, encadena día a día todo un repertorio de pequeñas mezquindades mientras la mentira va echando raíces en su casa. El marido deambula por el pueblo, flirtea con jovencitas, sale con la bicicleta por el campo con una de sus hijas y a su regreso lleva un ramo de flores para Ida, pero es incapaz de ganarse la vida.

Sigrid Undset¿Qué lugar dejamos que ocupe el amor en nuestras vidas? ¿Qué parte de la vida sacrificamos por él y cuánto de él estamos dispuestos a renunciar por las exigencias de las cosas cotidianas? ¿Qué parte de nuestro propio carácter debemos aceptar que se violente en nombre del amor? Estas son algunas preguntas que parece plantearse Ida al principio de la novela, cuando descubre la diferencia sustancial que existe entre estar al lado de su marido porque deseaba estar atada a él y estar allí solo porque en un momento de su vida se ató a él. Con el tiempo, y a lo largo de la novela, comprenderá por qué todas esas preguntas están mal planteadas.

Ida siente que la felicidad es “un bien siempre perseguido, a la vez que constantemente acosado y herido por algo malo”, y a quien “hay que mantener bien oculto porque sus perseguidores no tardan en descubrirle la pista”, un oasis que hay que disfrutar con ansiedad, como si no formara parte de su verdadera vida. Vive aferrada al presente, cerrada al pasado y al futuro, sin encontrar el sentido de una vida aprisionada por el cuidado de los hijos, el trabajo por la supervivencia, la monotonía de las cosas prácticas y el desamor.

En un momento crucial de la novela, Ida se imagina las experiencias de la vida como las perlas de un collar. Hay perlas grandes que se colocan en el centro y perlas pequeñas que van a los lados, una después de otra: los momentos felices junto a los triunfos logrados o los males que se ha conseguido evitar. Las perlas van llegando, pero somos nosotros y quienes nos rodean los que debemos enhebrarlas y recogerlas cuando se caen y echan a rodar hacia los rincones.

“Este jardín estaba completamente abandonado; los arbustos de grosellas eran como pequeñas matas casi enterradas entre la hierba crecida y basta. La hierba se abría paso incluso a través de los peldaños podridos de la escalera ante la puerta, que estaban en tan mal estado, que debía de ser peligroso pisar sobre ellos. De pronto fue como si aquella puerta, en principio tan poco estimulante, se convirtiera para ella en una salida oculta desde el trajín diurno hacia el mundo de la noche de verano, colmado de todo tipo de secretos y silencios; una puerta hacia la libertad”.

Con sutileza y estilo reflexivo, repleta de detalles e imágenes que vuelven significativos los actos más modestos de la vida cotidiana, la novela avanza a través del aprendizaje vital de su protagonista, que encuentra finalmente una forma propia de enhebrar las perlas de su vida consiguiendo que cada una de ellas ocupe el lugar preciso, de modo que, grandes y pequeñas, alegrías y penas, felicidad y dolor, hagan brillar cada una a la otra. Ninguna por sí misma parece significar gran cosa, pero vistas una al lado de otra llenan de sentido la vida de Ida de forma que incluso el día más trágico se convierte a su vez en el primero de una época nueva “más luminosa y con menos miedos”.

Tras muchos desafíos, dudas, conflictos vitales, la novela parece llegar a la conclusión de que la felicidad es algo parecido a conseguir crear algo a lo que mantenerse leal y cuyo significado, en este caso, revela todo su valor desde la dimensión espiritual de la vida:

“Dijiste que aquel que tuviera que darlo todo por lealtad debía cuidarse mucho de llamarlo sacrificio, puesto que no todo el mundo tiene algo a lo que serle leal”.

Es una novela que destaca por su profundidad psicológica, por la captación de matices y detalles que van revelando la relación de la protagonista con su entorno y por la coherencia con que se van engarzando cada uno de los episodios de la vida de Ida y los leves cambios que van produciendo en su comprensión del amor, del sufrimiento, de la misericordia y del sentido último de la vida.

APUNTE SOBRE LA AUTORA

Ida Elisabeth, publicada en 2012 en España por la editorial Palabra, fue escrita por la noruega Sigrid Undset (1882-1949) en 1932 cuando ya había recibido el premio Nobel de literatura, que le fue concedido a los 46 años, fundamentalmente por su novela histórica ‘Cristina, hija de Lavrans’.

Sigrid Undset tuvo una vida muy difícil. Perdió a su padre a los once años, su marido la abandonó, abandonó su casa y su país por la invasión nazi, tuvo tres hijos y vio morir a dos…

Desde joven soñó con ser artista, pero por circunstancias familiares dejó el colegio a los 16 y empezó a trabajar en una empresa. Durante diez años compaginó el trabajo de secretaria con el de escritora. Y leía mucho, sobre todo literatura inglesa (Shakespeare, las hermanas Brontë, Jane Austen), además de los escandinavos Ibsen y Strindberg. Gracias al éxito que cosechó con sus primeras novelas, pudo dejar su empleo y dedicarse a la literatura. Durante una larga estancia en Roma conoció a quien años después se convirtió en su primer marido, el pintor noruego Anders Castus Svarstad, que ya tenía tres hijos de un matrimonio anterior. Ella se hizo cargo de ellos y además tuvieron otros tres hijos juntos. Cuando estaba embarazada del tercero, el pintor la abandonó. Sigrid, que tenía entonces 37 años, no volvió a casarse. La maternidad y el cuidado de los hijos es un tema fundamental en sus obras, como se ve en Ida Elisabeth.

En 1920, recién divorciada, se instala en una casa de campo en Lillehammer, que hoy es monumento nacional, y se dedica a cuidar a sus hijos y a escribir. En cuatro años consigue completar la trilogía ‘Cristina, hija de Lavrans’, que es “la luz al final de un largo túnel, el fruto de un descubrimiento fundamental en la vida y la obra de Sigrid: el descubrimiento del cristianismo y, más concretamente, de la providencia divina y su juego con la libertad de los seres humanos”.

El 1 de noviembre de 1924, cuando tenía 43 años, se convirtió al Catolicismo y participó en muchos debates públicos en defensa de la Iglesia Católica.

Cuando las tropas alemanas invadieron Noruega en 1940, Sigrid Undset, que tenía 58 años, huyó del país junto a otros refugiados. Tras una larga caminata a través de las montañas cruzó la frontera hacia Suecia, atravesó Rusia y llegó a Japón, donde embarcó hacia EE.UU. Vivió durante toda la guerra en Nueva York, dedicada a ayudar al gobierno noruego en el exilio. Durante su huida supo que su hijo había muerto durante la invasión alemana. Al final de la guerra volvió a su casa en Lillehammer y allí vivió hasta su muerte a los 67 años.

Además de Ida Elisabeth, editada por Palabra, en España la editorial Ecuentro ha publicado en los últimos años tres obras de Sigrid Undset: Cristina, hija de Lavrans (1997), Catalina de Siena (1999) y La zarza ardiente (1999).

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