Como en las mejores novelas de espías, esta trata sobre la verdad, sobre el peso de la verdad en nuestras vidas, sobre la cantidad de verdad que debemos tolerar para seguir aceptándonos a nosotros mismos. En esta novela, además, se añade la perturbadora idea de lo indeleble de la verdad. Por mucho tiempo que pase, puede volver y cuando lo hace hay que encajarla en el nuevo ser en el que nos hemos convertido, de manera que los fantasmas que resucita no pueden hacer más que inclinarnos hacia la piedad. Es lo que le pasa a Peter Guillam, protagonista de ‘El legado de los espías’, la última novela de John le Carré.
Todo en esta novela está construido con los ecos del pasado. Peter Guillam, miembro de los servicios secretos británicos, es obligado a interrumpir su retiro en la costa de Bretaña para rendir cuentas de una operación de espionaje en la que participó décadas atrás. Durante los interrogatorios tendrá que rememorar unos hechos que pusieron de manifiesto el diabólico juego de sacrificio, traición y cinismo que supuso la Guerra Fría. Desde “el brumoso rincón de la realidad reservado a los espías insomnes del pasado”, el espía jubilado no parece muy dispuesto a arrojar luz sobre los secretos que todavía guardan los archivos, pues ¿tiene sentido juzgar el ayer que con los ojos de hoy, cuando ya se han olvidado las causas por las que se luchaba?
Traer al presente a esos espías insomnes permite, no obstante, volver a pensar toda una época y, con ello, a extraer algunas lecciones que sirven para el mundo de hoy porque los desafíos siguen siendo los mismos: los límites del poder, el dominio de la oscuridad, la fragilidad del individuo. Esta novela se convierte así en una historia de fantasmas a los que se les interroga para darles una oportunidad de defensa. Lo que surge, la sospecha de la inutilidad de todo el sacrificio que se exigió, dejaría un poso de terrible desesperanza si no fuera por una última, débil, casi inverosímil, defensa de la dignidad del legendario espía George Smiley:
“No éramos despiadados. Nunca fuimos despiadados. Teníamos una piedad más amplia. Quizá mal dirigida. Y sin duda inútil. Ahora lo sabemos. Pero entonces no lo sabíamos”.
Le Carré vuelve a demostrar su talento para trenzar acción y reflexión con unos diálogos vivos y exactos. Igualmente destaca la caracterización de personajes, individualizados a base de detalles, complejos por la atención que se presta a sus emociones, motivaciones y dudas morales. Todo ello hace que, a pesar de lo enrevesado de la trama, aumentada por continuos saltos en el tiempo, se avance en la lectura con interés, a veces perdidos, pero siempre con curiosidad, incluso con ansiedad, para descubrir finalmente cuánta similitud hay entre la lectura y el espionaje: “¿Por qué roza la verdad por momentos y después se desvía bruscamente, como si temiera quemarse?”.
La novela comienza con una reflexión del narrador que en primera persona plantea el tema de fondo de la verdad de los espías y que se refiere a la gran lección que el mundo debió aprender de los conflictos en los que ellos jugaron un papel en las sombras: “Un funcionario profesional de los servicios de inteligencia no es más inmune a los sentimientos que el resto de la humanidad. Lo importante para él es la medida en que puede suprimirlos, ya sea en el tiempo real o, como en mi caso, cincuenta años después”. Se refiere al equilibrio entre las ideas abstractas y la humanidad. En esa colisión se puede trazar la frontera entre el Bien y el Mal. Difuminando esa frontera, se podía ganar la guerra, pero se perdía la razón y, con el tiempo, incluso la posibilidad de identificarnos con la verdad.
“¿En algún momento -le pregunta Guillam a Smiley- te propusiste conscientemente suprimir la humanidad que había en mí, o también eso fue un daño colateral? ¿Y qué me dices de tu humanidad? ¿Por qué tenía que ocupar siempre un segundo plano, por detrás de un abstracto bien mayor que ahora mismo no sabría reconocer, si es que alguna vez fui capaz de verlo? O, dicho de otro modo: ¿hasta qué punto dirías tú que podemos prescindir de nuestros sentimientos humanos en nombre de la libertad antes de dejar de sentirnos humanos o libres?”
La pregunta sigue abierta. Para responderla hay que quemarse.
SOBRE EL AUTOR
‘El legado de los espías’ (publicada por El Círculo de Lectores y Planeta, con traducción de Claudia Conde) revisa y reescribe la fracasada misión que se cuenta en ‘El espía que surgió del frío’ (1963), de modo que un efecto colateral de la lectura de la novela es que nos lleva a ese clásico que consagró a John le Carré (Inglaterra, 1931) como maestro del género, su primera gran obra, cuyo éxito le permitió dejar su trabajo en el Foreign Office y dedicarse a escribir. Juntos forman un enorme rompecabezas bien troceado en el que todo es puro espejismo, excepto la letra pequeña.
Ambas novelas comparten personajes, entre ellos George Smiley, que ha protagonizado otras obras del autor como El topo (1974), ‘El honorable colegial (1977) y ‘La gente de Smiley (1979). En una entrevista, Le Carré decía lo siguiente de su personaje: “Smiley me ha dado estabilidad durante mi vida de escritor. Ha sido un ayudante bondadoso y un magnífico compañero de escritura. Creo que es el que tiene la clave para llegar a mí. Supongo que todos los que escribimos, ficción y no ficción, tenemos que identificarnos con nuestro personaje principal; en el caso de Smiley es más como un diálogo. Pero ya ha dicho todo lo que tenía que decir. Además, tiene alrededor de 120 años”.
John le Carré publicó hace dos años ‘Volar en círculos’, un libro de memorias que reúne reflexiones sobre la escritura, recuerdos de su vida e historias de espionaje y de su experiencia como observador de la geopolítica y sus encuentros con personajes relevantes como Arafat y Thatcher, sus relaciones con otros escritores, como Graham Greene, y con directores de cine que adaptaron sus novelas.
La fotografía es de ANL/REX Shutterstock.