Uno de los personajes de la novela de Wallace Stegner ‘En lugar seguro’, Charity Lang, solía quejarse de que la literatura moderna se ocupa solo de lo trágico, lo malvado y la infelicidad, como si solo fuera capaz de extraer arte de la maldad, la traición, la muerte y la violencia, y deseaba que fuera posible hallar la verdad desde el amor a la vida. En aquella novela, Charity expresaba la convicción de que se puede hacer gran arte con la felicidad y la bondad, y así se lo reclamaba en varias ocasiones al narrador, el escritor Larry Morgan.
Leyendo ‘Tantos días felices’ me he acordado de Charity Lang. A ella le hubiera encantado esta novela de Laurie Colwin porque es una muestra, de las pocas que encontraremos actualmente, de su “teoría luminosa del arte, que no considera más horas que las soleadas”. ¿Por qué no escribir -preguntaba Charity- “algo sobre un ser humano bueno, amable, decente de verdad, que viva una vida normal y se interese por las cosas -familia, niños, educación- que interesan a la mayoría de la gente corriente, un sano entretenimiento edificante”? La mayoría de los novelistas responderían que no es eso lo que les inspira o que es más interesante el reverso de la vida normal. Sin embargo, Laurie Colwin sí aceptó ese reto y en su novela nos brinda la historia no de la vida normal de un ser humano bueno, sino ¡de cuatro seres humanos buenos!
Lo que nos podemos preguntar ahora es si finalmente consigue extraer arte, gran literatura, con los materiales de la bondad y el gozo de vivir. ¿Se puede escribir una novela sobre personas felices? Mi respuesta es “sí y aquí está la prueba”: ‘Tantos días felices’ (Happpy All The Time). Por una vez estoy de acuerdo con la publicidad que acompaña la edición de Libros del Asteroide: “Un relato elegante, fresco y divertido sobre cuatro personas enamoradas… Pura delicia”. Es la historia de la amistad y noviazgo de dos parejas en el Nueva York de los años setenta, contada como una comedia romántica sin conflicto, más allá de las dudas y miedos de los jóvenes protagonistas ante un momento crucial de sus vidas: el compromiso con el amor.
La ausencia de conflicto desconcertará al lector, como me ha ocurrido a mí. Tres grandes peligros son los que amenazan a esta novela: la intrascendencia, la inverosimilitud (demasiado bonito para ser verdad, pensará alguien) y el aburrimiento (¿no va a pasar nada? ¿alguna muerte, algún divorcio, alguna infidelidad, por lo menos?). Pues no sé muy bien cómo lo hace, pero la autora logra sortear los tres peligros. Su talento para el diálogo, su sentido del humor, su capacidad para la construcción de escenas y la caracterización de los personajes a través de la descripción y los detalles son las cualidades más evidentes con las que la narradora consigue atrapar al lector y sostener el interés durante toda la novela.
Pero hay algo más que, a mi juicio, hace que esta novela no solo se lea con agrado, sino que permanezca en la memoria e incluso siga creciendo después dentro del lector. Esa ligereza aparente esconde una reflexión profunda y verdadera sobre una de las grandes cuestiones de la vida: lo que somos para los demás y lo que los demás son para nosotros. Cuando nos miramos en aquellos a quienes amamos, y cuando ellos se miran en nosotros, descubrimos algo que es verdad y es tan potente y revelador que toda nuestra vida se echa a temblar. En uno de esos momentos, uno de los personajes de la novela exclama: “¿Cómo podía la vida ser tan grácil y tan confusa al mismo tiempo?”.
Sí, son seres normales y corrientes. Y no les pasa nada fuera de lo común, si consideramos que no lo es la persecución de la virtud y el conocimiento de uno mismo. Al final lo que cada uno le enseña al otro, y todos aprenden de los otros, es que somos más de lo que pensábamos. Eso le hubiera encantado a Charity.
“Todo había terminado, se dijo. Lo que había terminado era la persona que, hasta la víspera, había sido toda su vida: una persona a las puertas de algo. Y llevaba tanto tiempo siendo esa persona que dejar de serlo la asustaba. Esa persona había estado esperando Eso. Y Eso, por supuesto, era el amor”.
APUNTE SOBRE LA AUTORA
La neoyorquina Laurie Colwin (1944-1992) publicó Tantos días felices (Happy All the Time, en inglés) en 1978. Nunca había sido publicada en España hasta ahora que lo ha hecho Libros del Asteroide, con traducción de Marta Alcaraz. Esta era su segunda novela. Después escribió otras tres antes de su prematura muerte a los 48 años. Fue muy respetada por la crítica de su país, que elogió su ingenio y la elegancia de su estilo, además de su talento para el retrato de personajes de la vida de la clase media de Nueva York. La juventud, las relaciones de pareja y el matrimonio fueron sus grandes temas. Era una colaboradora habitual del The New Yorker, donde publicó sus relatos desde comienzos de los 70. También fue muy famosa en su país por sus libros de cocina, donde mezclaba recetas, cuentos y las experiencias de “una escritora en la cocina”. Estuvo casada y tuvo una hija.
La imagen pertenece al reportaje ‘Padres que cocinan: Laurie Colwin‘ publicado en la página web Chocolate and Zucchini, de Clotilde Dusoulier. En ella se ve a Laurie Colwin en su cocina con su hija, en 1986.
El libro, no sé (aún); la reseña, maravillosa.
Gracias, Miguel. Sé que te va a gustar. Ya nos contarás cuando lo leas. Y si no te gusta, lo vuelves a leer. Te vas a reír y vas a ver que ahí está todo lo mejor.