La desazón es un paso previo a la ira y se refiere al malestar, más emocional que racional, reinante en una sociedad desencantada, que ha perdido sus valores y el impulso hacia la justicia. La acción se desarrolla en 1960 en una pequeña ciudad del corazón de Estados Unidos. Sus personajes viven con la inercia de una sociedad próspera que, tras cerrar las heridas de la posguerra, disfruta de las comodidades de un estado del bienestar consolidado. Sin embargo, por debajo de la calma, la corrupción lo contamina todo.
Se trata de un mal que se ha extendido por todo el cuerpo social, político y económico, no a base de grandes delitos, sino con pequeñas corruptelas que, por su insignificancia, lo vuelven invisible. Por eso lo que producen es una sensación de malestar sin que se sepa muy bien su origen ni sea fácil identificar la causa.
“Si el gobierno de la ciudad y el ambiente empresarial de New Baytown fueran objeto de una investigación a fondo, saldría a la luz que se han quebrantado cien disposiciones legales y mil normas morales, pero siempre en forma de pequeños delitos: hurtos menores. Derogaban parte del Decálogo y mantenían el resto en pie. Y cuando uno de nuestros triunfadores había logrado lo que quería, o lo que necesitaba, recuperaba su virtud con la misma facilidad con la que mudara de camisa, sin que en apariencia sus delitos lo hubieran perjudicado lo más mínimo”.
El mundo desencantado que se describe en la novela es nuestro mundo de hoy y esa es una de las razones de su interés. Otras razones son las virtudes que podemos encontrar en toda la obra de Steinbeck, principalmente el estudio de comportamientos humanos en su entorno social, su maestría para los diálogos o su fuerza simbólica. Esta novela reúne lo mejor de su autor y de la época dorada de la literatura estadounidense: ritmo, suspense, complejidad moral, compromiso social, retrato histórico. Hay escenas de pura novela negra, con diálogos cortantes, junto a otras en las que los detalles dan fuerza poética a los momentos cruciales.
Tras unos primeros capítulos en tercera persona, el personaje protagonista se hace cargo de la narración para contar los días decisivos de su transformación personal, vital, familiar y pública, cuando todo su mundo y el sentido de su vida dan un vuelco que lo llevará al límite de su resistencia. La voz que nos guía a través de un viaje sin vuelta atrás es la de un hombre desilusionado y vencido. Por su gran sentido ético, su bondad natural y su afán de justicia me recordaba a los personajes que solía interpretar James Stewart en el cine, un caballero indefenso al límite de la desesperación en un mundo despiadado: “Desde que era niño, siempre he sentido una curiosa emoción al caminar por la escarcha o la nieve sin hollar todavía. Es como ser el primero en llegar a un mundo nuevo, una profunda y satisfecha sensación de descubrimiento de algo limpio, nuevo, sin ensuciar aún. Recuerdo que una vez, por una apuesta, caminé descalzo por un sendero cubierto de escarcha y me quemé como si fuera fuego”. Ese camino de escarcha es el que deberá recorrer cuando tome conciencia de la falsedad sobre la que ha intentado mantenerse puro. Nada quedará a salvo: su familia, su trabajo, sus amigos, las motivaciones que creía más firmes. La visión que se ofrece de la sociedad es muy pesimista, pero gracias a la peculiar voz del protagonista esa visión se matiza, de forma que la novela no solo funciona como denuncia de una sociedad corrompida por el materialismo, sino como toma de conciencia de la responsabilidad individual.
El proceso de transformación del personaje mantiene el interés de la historia hasta la última línea, gracias a la seriedad con la que afronta el desafío, a sus dilemas morales y, narrativamente, a la información que escamotea al lector acerca de sus decisiones, en consonancia con la atmósfera de confusión y ambigüedad que envuelve sus relaciones con los demás personajes, especialmente su mujer, sus hijos, su jefe y sus amigos. En su defensa de la integridad, todo se pone en juego y el desenlace conduce al fracaso de un hombre bueno, la traición a los ideales, la ira contra la injusticia o bien un renacimiento de incierto futuro. El dilema parece estar en renunciar a los principios para acomodarse a la corriente, inmolarse en la furia de la destrucción, rendirse y abandonar o mantenerse en pie afrontando la verdad. Esta lucha de un individuo contra sí mismo y contra el mundo salva a la novela del nihilismo y de la simplificación al tratar cuestiones sociales y vitales en los tiempos de desencanto que vivimos, aunque lo único que finalmente está en nuestras manos sea la salvación personal en medio de los errores, los miedos, las heridas internas, las traiciones, las tentaciones…
“No es verdad que exista una comunidad entre las luces, una gran hoguera en el mundo. Cada cual porta la suya, cada cual lleva su luz aislada y solitaria. Mi luz se ha apagado. Nada hay tan negro como un pabilo apagado. Quiero ir a casa, dije para mis adentros. No, no a casa, sino a ese otro lado de la casa, al lugar donde se nos dan las luces”.
SOBRE EL AUTOR
‘El invierno de mi desazón’ fue la última novela de John Steinbeck (California, 1902). La publicó en 1961, un año antes de recibir el premio Nobel, y siete antes de su muerte. En español nos llega ahora con una cuidada edición de Nórdica y traducción de Miguel Martínez-Lage. Este rescate debería llevar a recuperar el resto de novelas de Steinbeck, un autor que fue coetáneo de William Faulkner, Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald, los grandes renovadores de la narrativa norteamericana. Sus novelas destacan por su componente social, su profundidad filosófica y su complejidad moral. En ‘Las uvas de la ira’, con la que consiguió el premio Pulitzer en 1940, retrató los efectos de la Gran Depresión: pobreza, sequía, migraciones. Su otra gran novela es ‘Al este del Edén’ (1948), donde retoma la eterna lucha entre el bien y el mal, el peso del destino y del azar. Junto a otras novelas más breves, como ‘Dulce jueves’ o ‘La perla’, Steinbeck escribió también crónicas de guerra, reportajes de viaje y diarios.