Dice el narrador y protagonista de esta novela que lo primero que lee en un libro no es lo que ha escrito su autor sino lo que ha escrito alguno de sus lectores y, por lo tanto, “no el texto sino las acotaciones marginales” pues lo que le interesa más que nada es el eco que los textos producen. A primera vista parece una ocurrencia, pero es solo una impresión pasajera, como comprobamos a poco que nos paremos a pensar o, armados de paciencia, sigamos leyendo. Pero hagamos lo que sugiere el narrador…

Andrés Ibáñez, novelista y crítico, ha dicho que ‘El estupor y la maravilla’ es una obra maestra y que su autor es uno de los nombres clave de la novela española moderna. ¿Lo es? Creo que Ibáñez exagera, aunque no mucho. Esa es mi conclusión (provisional). En todo caso sería una obra maestra imperfecta. Pero estas son disquisiciones que no tienen mucho sentido porque lo importante es que, por encima de sus defectos, ‘El estupor y la maravilla’ es una novela que proporciona una experiencia de lectura apasionante, intensa, extraña y diferente y consigue algo que es poco habitual en la novela contemporánea: crear un mundo ficticio que existe como obra de arte a través del difícil equilibrio entre lo intelectual y lo sensitivo. Ese equilibrio se rompe a veces y en algunos tramos lo escrito no traspasa el nivel puramente mental, pero cuando las ideas se revelan en la narración esta novela hace lo que Ibáñez dice a propósito de otro de sus libros: limpia, enseña e ilumina.

El libro contiene las memorias escritas a los 60 años por Alois Vogel, un vigilante del Museo de los Expresionistas de Coblenza, donde ha pasado un cuarto de siglo. Es un tipo solitario cuya vida transcurre monótona y rutinaria entre su casa, la cervecería y el museo. Sin embargo, la aridez de su mundo exterior contrasta con la riqueza de su mundo interior. Cada una de las salas del museo está dedicada a un pintor expresionista y el paso del vigilante por ellas en diferentes etapas de su vida estructuran la novela en capítulos. Vogel vive ensimismado, pero, por su trabajo, se ve obligado a permanecer con los ojos bien abiertos ante lo que ocurre fuera, de modo que su condición de vigilante le lleva a un proceso de aprendizaje de la observación y la atención que, a la postre, será el aprendizaje de la vida que lo termina convirtiendo en un “maestro de lo invisible”, llamado así porque es capaz de ver lo más cercano y lo más pequeño.

Según nos cuenta en sus memorias, el narrador comprende pronto que en el ejercicio de su profesión debía aprender a quedarse quieto y contemplar con atención porque la observación es la cualidad del vigilante. Su propio carácter sereno y meditativo le hacen idóneo para ese trabajo hasta tal punto que no hay para él distinción entre el quehacer diario en el museo y su vida personal. No oculta en sus memorias que se trata de un ser no solo excéntrico sino arrogante en su ineptitud social, maniático e irracional, pues esa carencia inicial de empatía formará parte del proceso de conversión y descubrimiento que experimentará a través del aprendizaje de la observación a partir del momento en que descubre que el mundo se abre cuando lo miras con atención. Aprender a mirar será, por lo tanto, lo primero que le enseñan los cuadros de los pintores cuyas salas vigila.

Así Vogel se convierte en un experto de la mirada. No obstante, ¿es suficiente mirar? Es un espectador, pero todavía permanece distante, no se mezcla y, de esta forma, su vida nos parece poca vida. Todavía tendrá que aprender más cosas en las sucesivas salas de los pintores expresionistas, por ejemplo, a mirar a través del tacto, a ver con las manos, a reconocer una imagen reflejada en un espejo, a parecerse a alguien y, con todo ello, a recibir la dulzura de la compañía, el amor.

Entonces sí se desvela el mundo. ¿Y qué se ve? El estupor y la maravilla.

LA MARCA DE LA INSPIRACIÓN

“¡Sí, Gabriele y yo volábamos! A poca distancia del suelo al principio (ella un poco más alto), y enseguida a un metro de altura, a dos, casi tocábamos el techo, pero sin que este milagro lograra sorprendernos. Volábamos con toda naturalidad: gráciles, elegantes, como auténticos profesionales del vuelo en los museos. Volábamos tomando las curvas a gran velocidad, sin miedo alguno, a sabiendas de que habíamos nacido para ello y de que ése era, después de todo, el orden natural y bueno de las cosas”.

SOBRE EL AUTOR

Pablo d´Ors (Madrid, 1963) publicó su primera novela en el año 2000 y desde entonces su obra se encuentra dispersa en varias editoriales (Anagrama, Pretextos, Siruela, Impedimenta), aunque Galaxia ha iniciado la edición de su obra completa. Sus novelas destacan por su componente meditativo, filosófico y espiritual. Como él mismo ha declarado en una entrevista, entiende la escritura como un ejercicio espiritual que nace de la meditación fantasiosa y aboca a la contemplación. Además de novelas ha escrito también varios libros de meditación, entre ellos ‘Biografía del silencio‘.

‘El estupor y la maravilla’ fue publicada por la editorial Pre-textos en 2007.

Imagen: Pablo d’Ors en una entrevista de El Cultural.