«Entonces la vi. Hasta ese momento había estado en la cocina, pero entró en el comedor para recoger la mesa. Salvo su cuerpo, en verdad, no era ninguna belleza arrebatadora, pero tenía una mirada hosca y los labios salidos de un modo que me dieron ganas de aplastárselos con los míos.
—Le presento a mi esposa.
Ella no me miró. Hice una ligera inclinación de cabeza y una especie de saludo con la mano en que tenía el cigarro. Nada más. Se fue con la vajilla. En lo que al dueño y a mí se refería, era como si ni siquiera hubiese estado allí.»
El cartero siempre llama dos veces. J.M. Cain.
Traducción de Federico López Cruz.
RBA publicaciones, 2017.

Pasó el verano que tenía reservado para leer Solenoide, hasta que se cruzó en mi camino Proust y dejé al uno por el otro y finalmente a los dos, porque ambos necesitan un tiempo de calidad del que ni siquiera en vacaciones dispuse.

El problema era que ya había empezado las dos novelas y encontrar otra que soportase la comparación con ambas y pudiese ser leída sin la alta concentración que requieren el argumento enrevesado de Cartarescu y la entrega devota con la que leo a Proust, me parecía una tarea imposible. No lo fue y la culpa, como tantas otras veces, la tuvo Borges.

Enseguida os cuento cómo ocurrió todo. Empecé a hurgar en la biblioteca de casa, pensando en una relectura, entonces me topé con un libro de Borges y una cosa llevó a la otra: ¿no tenía yo en alguna parte una selección de novelas negras hecha por él? No era el género que más me apetecía leer en esos momentos, pero quizás era la opción con la que corría menos riesgos de decepcionarme. Me apresuré a revisar mis listas de libros y, tal y como esperaba, encontré la de la colección “El Séptimo Círculo” y, repasando los títulos, tropecé con J.M. Cain y me sorprendió que su primera y más famosa novela, la que a Borges y a Casares les pareció digna de estar en esa colección, la que hizo que un autor novel pasase directamente a codearse con Raimond Chandler –por cierto, me sorprendió no ver a Hammett y su “Cosecha Roja” en esa selección- yo, precisamente yo, que disfruto tanto con ese género literario, no la hubiese leído.

Recordaba vagamente el argumento y no me parecía que los avatares de un triángulo amoroso, bastante predecible por otra parte, por más que incluyesen un asesinato, mereciesen la atención de Borges a menos que la novela estuviese muy, pero que muy bien escrita. En la vida he sacado una conclusión más acertada. De hecho, me quedé corta en mis especulaciones.

Soy consciente de que estoy recomendando leer una novela de la cual se han hecho un par adaptaciones cinematográficas con muy buenas críticas en ambos casos y por tanto, que os estoy pidiendo que leáis un argumento que la mayoría de vosotros ya conocéis. En realidad, no cambia nada, aunque no hayáis visto las películas, el argumento es fácilmente previsible desde la primera escena, todo lo que allí se cuenta existe desde los inicios de los tiempos. Eso no es lo importante.

Lo que importa, lo que estremece es la templanza con la que nos cuenta Frank la historia. La descripción austera (el volumen sobrepasa por poco las 100 páginas), rotunda y casi lírica que Frank hace de su camino hacia la autodestrucción. Importa Cora y la necesidad urgente de que una sola cosa sea verdad en su vida. Cora quiere saber precisamente lo que ninguno de nosotros sabe: si el amor que sentimos y el que sienten por nosotros es indestructible.

Frank se deja llevar por el que parece ser su único destino, optimista a pesar de conocer su incapacidad para conducir mínimamente su vida, optimista incluso cuando todas las puertas se cierran a su paso, siempre mirando hacia el camino que le queda por recorrer y sin intentar siquiera aprender de lo ya vivido…

— Hablas como si no fuera nada malo.

— ¿Y quién va a saber si es bueno o malo más que tú y yo?

— Tú y yo.

— Así es, Frank. Eso es todo lo que importa, ¿no? No “tú y yo y el camino”,

o cualquier otra cosa que no sea “tú y yo”.

— Sin embargo, tienes que ser una arpía. No podrías hacerme sentir lo que siento si no lo fueras.

— Eso es lo que vamos a hacer. Bésame, Frank. En la boca. La besé. Sus ojos estaban alzados hacia mí como dos estrellas azules. Era como estar en la iglesia.

No puedo negar la evidencia, El cartero siempre llama dos veces me ha sorprendido en algunos aspectos y me ha decepcionado justo en los que nada tienen que ver con la novela. He disfrutado con su lectura, pero sobre todo, he descubierto una forma de escribir muy distinta a la que estoy acostumbrada: Cain escribió este relato en primera persona a base de diálogos y fue capaz de hacernos una minuciosa descripción de los personajes, no explicándonos lo que piensan, si no contándonos, sin ensañamiento ni clemencia, lo que movidos por Dios sabe qué hilos, acaban haciendo.

El resultado es una novela altamente recomendable. No dejéis de leerla, por favor, especialmente si os gusta el género.

Sé que he dicho que en algunos aspectos me ha decepcionado… bien… ahí va… ni al Frank ni a la Cora que yo he conocido me los imagino bajo la piel de los actores que los han interpretado en el cine. Creo que la juventud de Frank es importante en esta historia y Cora -mi Cora, claro está- no puede ser ni rubia ni un bellezón como las actrices que le han dado vida. De haber sido él más experimentado y de haberse podido confundir ella con una guapa ama de casa norteamericana de clase media, posiblemente las cosas hubiesen sido de otra forma. Y con esto lo digo todo: los que hayáis visto la película, tenéis ahora un motivo más para leer la novela… espero.

—-

Hace un momento ha sonado el timbre. Era mi cartero particular que me traía el primer regalo otoñal.

Miro mi nuevo hervidor de agua, capaz de calcular la temperatura adecuada para cada tipo de té. Observo el cielo cuajado de nubes y la pila de libros pendientes. El tiempo es implacable pero ¿qué malo puede haber en intentar engañarle?… el frío se presentará el día menos pensado y hay que estar preparado para recibirlo.