Carmen Laforet tiene 30 años. Está casada y tiene tres hijas. Tras el éxito precoz de ‘Nada’, se esfuerza en terminar su segunda novela, ‘La isla y los demonios’, llena de dudas sobre el rumbo de su trabajo literario. Elena Fortún, la autora de la popular serie de novelas de ‘Celia’, tiene el doble de edad que Laforet y nada más empezar la correspondencia que recoge este volumen cae enferma para comenzar una lenta y dolorosa agonía que la llevará a la muerte.

La diferencia de edad es uno de los motivos recurrentes de las cartas de Carmen Laforet, cuyas quejas por no haber podido disfrutar más tiempo de su amistad con Elena Fortún se convierten en una sincera muestra de afecto:

“Querida Elena mía, ¡ya lo creo que me hubiera gustado ir a la par contigo por la vida!… Pero el caso es que de manera muy extraña hemos ido. Desde que yo tenía siete años y empezó a publicarse ‘Celia’ en Blanco y Negro he tenido la costumbre de hablar contigo a solas y hacerte mis confidencias. Eres mi amiga de la infancia y de toda mi vida. Te quiero mucho”.

En este fragmento se puede apreciar el tono que impregna todas las cartas y uno de sus temas fundamentales: la amistad entre dos mujeres que sienten una afinidad recíproca que necesita muy pocas palabras para expresarse. “Yo creo -dice Laforet- que no solo hay parentescos de sangre en la vida, sino también de espíritu. Me siento muy pariente tuya, muy tuya, de verdad”. De ahí que, en efecto, las cartas sean breves, las frases sencillas, aunque las ideas y emociones son muy hondas. Como bien dice en el prólogo Cristina Cerezales Laforet, una de las hijas de la escritora, “las cartas contienen una riqueza entrañable y profunda”.

Sencillez, hondura e intimidad, las tras características de estas cartas, se alcanzan, por supuesto, por la especial conexión espiritual que se establece entre las dos mujeres en el apogeo de su amistad, pero también por los temas que les preocupan, por la personalidad de ambas y por el momento vital que atraviesan. A Carmen Laforet la encontramos, como dice su hija, “en un momento de plenitud de su vida y también de amor y de entrega”. El éxito de su obra y la madurez de su vida, con un matrimonio complicado y tres hijas pequeñas, la llevan a un proceso de búsqueda que compartirá con su interlocutora en forma de dudas, preguntas y muestras de admiración. Por su parte, Elena Fortún, receptiva a ese acto de amor, escribe desde su lecho de muerte cartas despojadas de lo accesorio donde brillan, a través del dolor, destellos de fortaleza y sabiduría.

La correspondencia va aumentando su intensidad sin perder su calidez ni abandonar la precisión y sencillez de su léxico hasta alcanzar su punto culminante cuando se abordan las inquietudes espirituales de ambas autoras, desde el asombro de la iluminación, en el caso de Laforet, hasta la serenidad de quien se sabe al final de un camino que recompensará el sufrimiento, en el caso de Fortún. Asombra la cuidada elección de las palabras para expresar lo que es casi imposible expresar: la razón del sufrimiento, el valor de la vida o el sentido de la gracia. Aquí la delicadeza de los sentimientos unido a la ligereza de la prosa, intentando atrapar lo que surge de las profundidades del alma, convierten esta lectura en la indagación interior que se espera de la mejor literatura.

En una de las cartas Laforet le cuenta a Fortún que ha conocido a una persona que ha influido en su vida de una manera “muy extraña y muy buena”. Le ha hecho pensar en Dios. Su amiga, desde la distancia, la acompaña y la guía en su búsqueda como si fuera un ángel que reza por ella para que vea con ojos limpios y serenos las leyes del mundo espiritual. De esta forma, gracias a este cruce de cartas fruto de la amistad, asistimos al proceso de transformación de Carmen Laforet enmarcado en la fuerza y la luz proyectada por su amiga. Esa mirada de luz de la que es tan consciente Laforet hace emerger su alegría expresada finalmente con estas palabras:

“Es una llamada, una hoguera, un deslumbramiento, una claridad de maravilla. Es como si abrieran dentro de nosotros las puertas de la Eternidad”.

SOBRE LAS AUTORAS


En el prólogo a esta edición de las cartas, publicadas este año por la Fundación Santander en la colección Cuadernos de obra fundamental, Cristina Cereales Laforet narra la asombrosa y milagrosa peripecia que llevó al rescate de las cartas de su madre después de más de cuarenta años en paradero desconocido.

La correspondencia abarca solo cinco años, de 1947 a 1952. Son los años finales de la vida de Elena Fortún y un periodo de transformación interior de Carmen Laforet. Fortún había regresado de Argentina, adonde se había exiliado por la condición de militar republicano de su marido. Nacida en 1886, su vida estuvo marcada por las turbulencias de la historia de España: Segunda República, Guerra Civil, posguerra y el exilio. En los años 20 empezó a publicar la saga de ‘Celia’ en el suplemento Blanco y Negro del ABC, que la convirtieron en una de las autoras más leídas de España durante mucho tiempo. Sin embargo, su popularidad fue decayendo a partir de los años 60. Su última obra publicada, de forma póstuma, se titula ‘Oculto sendero’ (Renacimiento, 2016), una novela que ella había ordenado quemar poco antes de morir. Antes también se había publicado ‘Celia en la revolución’, cuyo manuscrito fue hallado años después de su muerte. Esta última novela protagonizada por Celia salió a la luz en los años 80, pero tuvo una vida efímera. Rescatada ahora tras mucho tiempo descatalogada, ha sido considerada por Andrés Trapiello como una de las mejores novelas de la guerra civil.

Lectora de las aventuras de ‘Celia’, Carmen Laforet (1921-2004) ganó el Premio Nadal a los 23 años con ‘Nada’. Esa obra es ya un clásico de la literatura española, reeditada continuamente, algo que no pasó con el resto de sus novelas y relatos, difíciles de encontrar en las librerías, aunque mantienen un nivel muy alto. Publicó poco porque era muy exigente consigo misma, tuvo muchas dudas sobre la valía de su escritura e incluso se planteó si su literatura tenía sentido. Leídas hoy sus últimas novelas, sobre todo, ‘Al volver la esquina’, publicada años después de su muerte, lo único que se puede lamentar es que no escribiera más. ‘La isla y los demonios’, ‘Insolación’ y ‘La mujer nueva’ completan su obra novelística. En ‘La mujer nueva’, ganadora del Premio Nacional en 1956, se tratan dos temas fundamentales: la condición de la mujer moderna y la experiencia religiosa, las dos grandes preocupaciones que unieron a Laforet y Fortún.

Imagen: Elena Fortín y Carmen Laforet (ABC).