Se pueden decir muchas cosas de cualquiera de las novelas de John Irving, incluso de las que no están entre las mejores, como es el caso de Avenida de los Misterios, pero siempre quedará la sensación de que no hemos dicho lo más importante, que lo esencial no hemos sabido expresarlo, lo que las hace tan especiales, esa cosa extraña que crea un vínculo tan poderoso y único con cada lector.

Podríamos empezar por el narrador: quién cuenta. ¿Quién es el que conoce sus historias? Sin embargo, algo que es tan importante en cualquier narración, aquí nos da igual. Sentimos que no hay un alguien, sino que detrás está el espíritu de la narración, los agentes de la imaginación haciendo de las suyas. No importa porque, por más riesgos que asuma, por más descabellados que sean los lugares hacia donde nos lleva, confiamos en él, nos lo creemos todo. Conseguir que el lector suspenda de tal forma el sentido de la verosimilitud es difícil. Ocurre con Dickens, por ejemplo. Funciona a un nivel profundo. Es una especie de magia que depende mucho, creo yo, de la afinidad que haya entre el lector y ese duende del relato.

En esta novela me he aburrido en muchos tramos. Me recuerdo leyéndola con impaciencia por los inacabables enredos de la historia. Sin embargo, una vez terminada, volvería a leerla. Pasan los días y sus personajes permanecen en la memoria o, quizá sería mejor decir, en el corazón, como si fueran viejos amigos que conociste años atrás, en un tiempo especial de la vida.

Una posible explicación a este hecho contradictorio la encuentro en algo que dice el protagonista de esta novela, escritor él mismo, cuando, en medio de un debate sobre las preferencias entre la literatura realista y las obras de la imaginación,él cuenta que no admiraba a un novelista por una u otra destreza técnica sino porque los amaba…

no porque viese en esos escritores como abanderados de una determinada manera de escribir, sino, sencillamente, porque amaba su obra.

Irving hace que amemos a sus personajes.

¿Qué más da entonces que nos engañen, que nos lleven a lugares imposibles, que sean imperfectos? Los amamos porque están tan indefensos como nosotros y vemos en ellos la verdad soñada que todos buscamos en los cuentos. Son una mezcla de fortaleza interior y fragilidad ante la vida. Todos ellos tienen un designio que marca sus decisiones y que tratan de imponer con terca ingenuidad en sus vidas aunque les acerque a un destino opuesto a sus sueños. Su absurda pureza nos ayuda a burlarnos de nuestros pesares comparándolos con los suyos. Con ellos volvemos a ese lugar de la infancia en el que todo es posible con la condición de que alguien crea en nosotros.

El protagonista de la novela es Juan Diego, un escritor de edad avanzada que rememora el tiempo de su infancia y adolescencia en Oaxaca como rebuscador de la basura aficionado a la lectura, huérfano acogido en el Hogar de los Niños Perdidos y aspirante a funambulista en el Circo de La Maravilla.

Juan Diego vive en el pasado y revive en su imaginación todo lo que ha perdido, las personas que le hicieron ser lo que es: su hermana Lupe, que a sus 13 años tiene la facultad de leer el pensamiento de las personas e incluso de los leones; el hermano Pepe, un bondadoso fraile jesuita, alma sensible del orfanato; Edward Bonshaw, el oriundo de Ohio cuya vocación de misionero se ve truncada cuando se enamora de un transexual. Y unos cuantos más, cada cual más disparatado.

La novela es la última voluntad de los sueños del lector del basurero para revivir a todas esas personas que van camino del olvido. Juan Diego Había vivido en la imaginación de otros, nunca fue capaz de decir dónde estaba el sitio o cómo llegar a él, pero ahora, con sus palabras, crea un lugar mágico donde ellos vivirán para siempre y donde el lector es recibido con los brazos abiertos. A condición de que, como él, sea capaz de soñar que camina por las alturas antes de saber qué es caminar por las alturas.

Durante un viaje a través de los recuerdos y los sueños, Juan Diego podrá completar el relato de su vida, unir todas las piezas, ordenar el caos, aunque solo hasta cierto punto porque, al escribirla, el maravilloso desorden de la vida volverá en forma de misterios que nunca se podrán resolver. Pero, como dice Lupe, ¿qué necesidad hay de interpretarlo todo?

Algunas cosas inexplicables son reales.

De esta forma no habráorden en la historia, pero a cambio hay libertad y toda la belleza que se extrae de la vida cuando se mira con la ayuda de fantasmas buenos, sueños y milagros.

La vida real es un modelo demasiado chapucero para la buena literatura. Los buenos personajes de las novelas están más plenamente formados que la mayoría de las personas que conocemos en nuestra vidaEn una buena novela, todo lo importante para la trama tiene su origen en algo o en alguna parte

El milagro de Irving son las palabras. El motor de su imaginación desbordante. Del libre juego de las palabras, cuando son tratadas con amor y una confianza extrema, surgen imágenes de una extraña belleza, que en las historias de Irving siempre tienen algo de ingenua y alegre locura, como cuando habla de “los ojos inexorables de las últimas señoritas del domador de leones”. Y así, desde su delirante libertad, nos vemos transportados a un mundo tan inverosímil y verdadero como un sueño. Como si camináramos por la avenida de los misterios.

  • Título: Avenida de los Misterios
  • Autor: John Irving
  • Traductor: Carlos Milla Soler
  • Editorial: Tusquets, 2016

La imagen que encabeza el texto es ‘El sueño‘, un óleo de Franz Marc de 1912 (Museo Nacional Thyssen-Bornemisza)