Qué difícil es hablar de este libro. Todo lo que se pueda decir de él será una parte pequeña de las infinitas cosas que contiene. Su larga extensión, la complejidad de sus alusiones, la variedad de niveles de significado, la riqueza de su vocabulario o lo inaprensible de su voz narrativa hacen que su lectura sea toda una aventura. De modo que más que para leer, esta novela es para vivirla. Y de la forma que Nabokov quería para la mejor literatura, con el cerebro, pero también con la espina dorsal, para notar, como él decía, el hormigueo con el que en algunos momentos mágicos sabemos lo que sintió el autor escribiendo y lo que quiso que sintiéramos como lectores.

La historia que se cuenta es un viaje en el espacio y el tiempo en busca del amor y la belleza desde el primer verano en el que los protagonistas, Ada y Van, se convierten en genios adolescentes del amor. A partir de ese verano único e irrepetible y hasta su rememoración ochenta años más tarde, se repetirán las escenas del reencuentro entre los amantes tras periodos de distanciamiento que mantendrán, durante toda una vida, el suspense por la capacidad del tiempo de erosionar los sentimientos y la propia identidad de los personajes. La rememoración de cada encuentro se presenta como “una fiesta en medio de las tinieblas” con la que se recupera, gracias al puro gozo de la escritura y la imaginación, la fuerza de los sentidos en la verdad de la vida.

“Ochenta años más tarde, Van recordaría aún, con el frescor punzante de la primera alegría, cómo se había enamorado de Ada. Memoria e imaginación confluían en un mismo punto de partida: la hamaca de sus amaneceres de adolescente. A los 94 años seguía encontrando placer en rememorar aquel primer verano de amor no como un mero ensueño, sino como una recapitulación de la conciencia que le ayudaba a vivir en las horas grises que separaban su frágil sueño de la primera píldora cotidiana”.

Y así todo el rato, una y otra vez, la vida vuelve, inagotable, con la ansiedad de la repetición en este libro lleno de espejos interiores. Porque “eso es lo que hay que oír, oler y ver a través de la transparencia de la muerte y de la belleza ardiente”, la Belleza en Sí, percibida en el espacio y en el instante.

La novela es una auténtica locura de la imaginación sobre la inocencia, la ligereza, la despreocupación por todo lo que no sea la dicha y el placer, aunque se intuyan, ocultos tras el brillo de las palabras, el miedo a la muerte, el desprecio del dolor, la perplejidad ante la perversión, como si la ausencia de la alegría fuera un desajuste de la creación. Y si uno repara en el detalle rescatado del tiempo y en el adjetivo exacto (“Ada, que entonces tenía once años y largos cabellos siempre agitados…”) capaz de provocar el dulce hormigueo en la espina dorsal, no queda más remedio que creer que lo que se cuenta aquí es verdad.

Y en el principio de todo, la metafísica de Ada, que entiende la vida como un compuesto de elementos o cosas clasificadas y jerarquizadas: las cosas verdaderas, poco frecuentes y de un valor inestimable; las simples cosas, que forman el tejido rutinario de la vida; y las cosas fantasmas, también llamadas niebla, como la fiebre, el dolor, las horribles decepciones, la muerte:

“Si tres o cuatro cosas acontecían simultáneamente, formaban una torre, y si se sucedían de manera inmediata, constituían un puente. Las torres verdaderas y los puentes verdaderos integraban la sustancia gozosa de la vida, y cuando las torres se presentaban en serie uno llegaba a experimentar el éxtasis supremo; pero eso no sucedía casi nunca. En determinadas circunstancias, y a una cierta luz, una simple cosa podía parecer, e incluso llegar a ser, una cosa verdadera. Y también, al contrario, podía coagularse en niebla fétida. Cuando la alegría y la ausencia de alegría formaban una mezcla (bien simultáneamente, bien escalonada en la pendiente de la duración), el resultado era una torre en ruinas o un puente roto”.

Esta novela es, sin duda, una de esas torres repetidas hasta el fin.

LA MARCA DE LA INSPIRACIÓN

Su primer amor, su primera herida, su primera pesadilla.

“-¡Pero esto sí es cierto! -exclamó Ada-. Es la realidad, el hecho en estado puro. Este bosque, ese musgo, tu mano, esta mariquita que se ha posado en mi pierna, todo esto no puede sernos arrebatado. ¿O puede? (Lo sería. Lo fue.) Todo esto se ha reunido aquí, a pesar de las sinuosidades, los recodos de los senderos recorridos: ¡no podía ser de otro modo!”.

SOBRE EL AUTOR

Vladimir Nabokov nació en 1899 en San Petersburgo, ciudad en la que vivió su infancia y adolescencia hasta que su familia tuvo que huir al exilio tras la revolución rusa. Estudió en el Trinity College de Cambridge y después vivió en Alemania, Francia y Estados Unidos, donde residió con su mujer y su hijo, sobreviviendo a base de artículos, conferencias y clases en la universidad hasta que en 1955 publicó la novela que le haría famoso: ‘Lolita’. Durante sus últimos 17 años vivió en el Hotel Palace de Montreux, en Suiza. Le gustaba vivir en hoteles porque, según decía, fortalecía su hábito favorito, “el hábito de la libertad”. Escribió poesía, teatro, relatos y novelas, entre las que destaca ‘Ada o el ardor’, ‘La dádiva’ y ‘Pálido fuego’. Siempre humorístico, presumido y provocador, confesaba tener tres escritores favoritos: Pushkin, Shakespeare y Nabokov.

En el epílogo a ‘Lolita’, Nabokov escribió : “Para mí, una obra de ficción existe sólo en tanto me permite disfrutar de lo que, sin más ambages, llamaré el arrebato estético (aesthetic bliss), es decir, una sensación de estar de algún modo, en algún lugar, conectado con otros estados del ser en los que el arte (curiosidad, ternura, bondad, éxtasis) es la norma. No existen muchos libros así. Todo el resto son o bien basura llena de tópicos o bien lo que algunos llaman Literatura de Ideas, que a menudo no es otra cosa que basura llena de tópicos presentada en grandes bloques de escayola, que son cuidadosamente transmitidos de generación en generación…”.

Después de algún tiempo en que las principales novelas del autor solo estaban disponibles en ediciones antiguas, en algunos casos descatalogadas, Anagrama acaba de iniciar la reedición de su obra en bolsillo en su colección compactos. ‘Ada o el ardor’ se publica con traducción de David Molinet.

Para un buen análisis sobre ‘Ada o el Ardor’, este ensayo de Andrés Ibáñez: ‘La chistera del mago‘.

Imagen: Vladimir Nabokov en DM Plaza Motel, Ithaca, New York, 1958. (Carl Mydans/Time & Life Pictures/Getty Images).