«Nenna tenía muchos defectos de carácter, pero también un instinto natural para reconocer los motivos que hacían infelices a los demás. Este instinto solo le había fallado una vez, con su propio marido. En ese preciso momento, Nenna supo que Richard estaba molesto por lo insatisfactorio de la reunión. No se había analizado nada, ni siquiera se había debatido nada de un modo productivo.

– Ojalá supiera la hora exacta -dijo ella.

Richard se sintió satisfecho de inmediato, como solo se sentía cuando algo podía confirmarse con la máxima precisión. ¡La hora exacta!»
A la deriva. Penelope Fitzgerald.

Premio Booker Prize 1979
Prólogo de Alan Hollinghurst.
Traducción de Mariano Peyrou.
Impedimenta, 2018.

Esta semana tuve un sueño y en él andaba descalza, los pies mojados en una brea densa, oscura y pegajosa que, sin embargo, no me impedía levantarlos lo suficiente del suelo como para avanzar entre las calles de Londres; eran calles que conozco bien, aunque haga ya demasiado tiempo que no recorro; en la vida real están y muy lejos del Támesis. Daba vueltas y más vueltas a Manchester Square, la reconocí porque pasaba una y otra vez por delante de la Wallace. La brea se hizo más densa y por fin vi una persona en una esquina, la última que pensé que podría ayudarme; me indicaba cómo llegar a Oxford Street, pero yo no me fiaba y volvía a dar otra vuelta más. Yo sabía que era una mujer, pero tenía la cara de un hombre conocido, del que tampoco me fío, y en mi sueño era Edward, el marido (o no) de Nenna. Entonces, no sé cómo, llegué a un cruce desde el que se podía ver el río y eché a correr, a medida que me acercaba a la orilla todo se volvía más fácil, mis pies ya no luchaban contra ninguna resistencia, estaban mojados, sí, pero ahora era de agua. Había amanecido, bajaba por unas escaleras de piedra hasta unas barcazas iluminadas con luces de colores. Nenna, Martha, Tilda, Richard, Maurice… todos estaban allí, esperándome para brindar por algo, entonces pensé que por haberlos encontrado, por fin. Willis, sujetaba mis zapatos en alto, con una sonrisa, dándome la seguridad que solo alguien como él nos puede dar.

Me despertó el sonido de la alarma del teléfono. Me había quedado dormida pensando en el libro que acababa de leer: “A la deriva” de Penelope Fitzgerald. Aquella mañana, cuando salí a la calle, sentí la felicidad de quien ha exorcizado mis fantasmas. Libre al fin, al menos por un tiempo.

No sé qué me pasa con esta autora, desconozco por completo dónde reside el encanto de sus libros y siempre que los recomiendo dudo en si estoy haciendo bien, porque absolutamente todos parecen haber sido escritos para que únicamente yo los lea. Sé que eso le ocurre a mucha gente ¿cómo explicar si no su éxito? Tal vez ese sea el secreto: consigue aislarnos del mundo y crear uno en el que vivimos solo nosotros y sus personajes.

He pasado la última semana en las barcazas del muelle de Battersea. Yo era Tilda, segura de sí misma y encaramada al mástil del Grace, era Maurice, tan abandonado a su suerte que ni siquiera le preocupa que le tilden de contrabandista, era Richard, atrapado a sabiendas en el desamor y enamorado sin saberlo; pero también fui Nenna, sobre todo fui Nenna, atravesando la ciudad descalza, sin saber ya en quién confiar, alejándose de los que deberían quererla para refugiarse en quienes la quieren de verdad.

Sigo sin comprender la intensidad de una novela donde lo único que se nos cuenta son los dramas cotidianos de gente que la autora ni siquiera intenta que nos resulte interesante; no son historias de perdedores, porque hace mucho tiempo que dejaron de competir y se abandonaron al destino. Todos saben que comparten eso, los unos por falta de energía para luchar por lo que desean, los otros porque ya no alcanzan a desear nada. Para Nenna es distinto, ella está esperando que otra persona decida si debe o puede ser feliz, pero también sabe que está viviendo un paréntesis, que tomará decisiones por el bien de sus hijas; sin ellas nada le impediría hacer como todos los demás y dejarse ir. Tal vez sea ese el secreto de Fitzgerald: conseguir que la soledad se tiña de camaradería y la tristeza de esperanza de manera que todo pierda solemnidad, importancia; Fitzgerald nos dice “esto es lo que nos ocurrió y no fuimos los menos afortunados de aquella época”.

“A la deriva” es una novela de ficción autobiográfica. Los personajes no son reales, pero son verdaderos, Penelope Fitzgerald vivió un tiempo en uno de esos barcos.

Yo leí la novela porque “Solenoide” no me cabía en el bolso y en Barcelona diluviaba. Necesitaba un libro al que pudiese proteger del clima. Pero todo salió al revés y fue el libro el que me protegió a mí, si es que siempre me pasa lo mismo…