Para hacer una pradera se necesita trébol y una abeja
un trébol y una abeja,
y ensoñación.
La ensoñación bastará,
si las abejas escasean.Emily Dickinson
Yo no odio la mentira excepto cuando va de la mano de la amistad. Es más, ante la impertinencia de determinadas preguntas, ante el querer saber desligado del querer ayudar, la mentira me parece la mejor respuesta.
Si no miento es porque no deseo permanecer unida al inquisidor por la obligación de mantenerme alerta para no contradecir esa mentira. Prefiero callar y olvidarme de él, aún a sabiendas de que su imaginación interpretará erróneamente mi silencio y me imaginará más frágil de lo que soy, cosa que quizás le lleve a la osadía de medir mi paciencia (esa extraña virtud que se confunde, nunca he sabido porqué, con la actitud pasiva del que abandona la batalla, cuando lo que expresa es la voluntad de no acometerla más que como último recurso).
Otra cosa que hago es meter a esos personajillos de opereta, brabucones con el débil y sumisos con el poderoso (ruines siempre), en un relato. Ficciono nuestra historia y la transformo en algo divertido. En una venganza pequeña e íntima… en una broma.
Esta semana, recolocando cosas en mi nuevo estudio, he encontrado uno de esos relatos. Necesita sin duda una revisión en frío, ahora que su protagonista no me provoca nada excepto la alegría de ver que tengo material para un cuento.
Quién sabe, quizás me lo regale por Navidad…
Un día le dije a un amigo que nuestro lugar seguro (ese donde fingir es imposible) siempre está en el corazón de algún otro, que nos habla y nos quiere. Ahora sospecho que, con suerte, también puede estar en nuestro pequeño corazón asombrado.
He entrado esta madrugada en el estudio y ha sido como adentrarme en una madriguera en la que sé que escribiré, leeré y viviré esa otra vida imaginaria sin la que esta tan poco vale. He pensado de repente que, por fin, había encontrado mi lugar seguro. Aunque tal vez debería decir que ha sido él el que me ha encontrado a mí, porque todo ha ido sucediendo poco a poco como si hubiese un plan previamente trazado. Muebles inesperados aparecían detrás de montañas de cosas inservibles. No puedo evitar sonreír al ver la alfombra blanca que jamás habría comprado si la muestra que me mostraron en la tienda no hubiese tenido un discreto color tostado (fruto de la suciedad y el roce a partes iguales; también del desgaste de la luz), y que ahora luce rebelde y obstinada, como un manto de nieve cuajado de hilos de plata.
Me apoyo en el quicio de la puerta e imagino estancias ambulantes, atravesando la noche en busca de un dueño que anhele cobijarse en ellas.
El balcón está abierto y la brisa de la mañana recién estrenada agita suavemente las cortinas. Enciendo la lámpara sobre el escritorio y recorro el cuarto con la mirada antes de sentarme a escribir.
Mi lugar seguro. Yo.
¡Feliz domingo, socios!
En ocasiones, sumergirnos en nosotros mismos es el mejor lugar donde encontrarnos y sentirnos cómodos, donde descubrir la vida. Porque todos llevamos dentro un mundo de pensamientos, emociones, sueños e ilusiones, un mundo que despierta ante nuestros ojos como si lo viésemos por primera vez: el vuelo de un ave, la magia del susurro de las hojas de los árboles zarandeadas por el viento, la carantoña de un gato que nos mira entre receloso y ansioso por tocarnos, etc.
un abrazo, feliz domingo, Francesca!
Qué curioso lo que dices del gato… yo siempre los he visto como felinos en absoluto domésticos. En casa había oído alguna vez eso de «los gatos no tienen amo» y a mí esa resistencia a doblegarse ante los humanos me gusta, pero a la vez me hace verlos como poco aptos para ser mascotas. Con esas cosas se diría que uno busca más un compañero que un intruso ¿no? Aunque nunca he tenido gato, así que lo más probable es que yo me equivoque y también los haya capaces de hacerte compañía…
Refugiarnos en nosotros es una solución, sí, pero no he descartado del todo mi teoría de que nuestro lugar seguro sea el corazón de otro… no es sencillo, claro… puede que ni siquiera sea posible, pero… hmmm… no lo descarto, no…
Un abrazo, Begoña.
No, yo tampoco odio la mentira y menos si es tan buena como para incorporarla al cuerpo de aquellas verdades en las que me quiero creer.
Este post me ha traído recuerdos de “La decadencia de la mentira” [O. Wilde] y del la defensa que este hace de la mentira frente a la burda y patética tergiversación a la que todavía se abandonan tantos, en estos tiempos…
Buen post Francesca, muy bueno, sí.
Un abrazo.
Una de las principales causas del carácter singularmente vulgar de casi toda la literatura contemporánea es, indudablemente la decadencia de la mentira, considerada como arte, como ciencia y como placer social. Los antiguos historiadores nos presentaban ficciones deliciosas en formas de hechos; el novelista moderno nos presenta hechos estúpidos a guisa de ficciones. La decadencia de la mentira. Óscar Wilde.
La mentira tal vez sea solo otra forma de ver las cosas. Lo que no pasó pero hubiese sido creíble que pasase, nos permite ver más caras de esa verdad poliédrica, que nos empeñamos a veces en contemplar como si fuera una figura plana.
¡Ah, Óscar! siempre tan certero, utilizando esa inteligencia suya como si fuese un bisturí… la mentira puede que no nos salve, pero a veces nos hace libres ¿no crees?
Un abrazo, Manel.
La «verdad» está sobrevalorada …. porque para ser honestos, creo que no existe nada llamado «verdad absoluta»…. luego está la confusión entre el silencio y la mentira. No hablar no es mentir, es no decir …. en fin que todo depende ….
¡Feliz domingo!
Lo que llamamos verdad me temo que no sea nada más que una interpretación de los hechos, la prueba es que lo mismo, te lo cuentan dos personas y parecen cosas distintas.
Callar no es mentir, pero es cierto que el silencio, como los gestos, podemos manejarlo a nuestro antojo para inducir a error al otro… aunque estamos en nuestro derecho, claro, digamos que es una mentira a medias ¿no? 😉
Abrazo fuerte, Juana.
Tengo la impresión de que siempre ficcionamos, antes, durante y después. Y puestos a ello, la forma en que tú lo haces me parece bella e inteligente. Sobre todo si consigues que alcance la categoría de broma. A fin de cuentas, no deja de ser también humo de oro que nos aporta paz, ¿verdad?
Me encanta lo de “pequeño corazón asombrado” 🙂
¡Feliz domingo y feliz semana!
Hola Isabel, supongo que tienes razón, para soportar situaciones y personas que nos incomodan, ficcionamos. Cuando nos gusta escribir, lo aprovechamos además para crear historias… Yo suelo sentirme más cómoda con la ironía que con el drama y ahora que lo dices, es cierto que el humor da paz… No lo había enfocado nunca así, pero me gusta la idea!
Buena semana para ti también.
A mí también me encanta lo de pequeño corazón asombrado. Pequeños y asombrados, así es como somos. O así es como deberíamos ser si queremos descubrir algo valioso sobre nosotros mismos o sobre los demás. Y si lo que descubrimos es terrible, y nos deja hecho trizas el corazón, siempre podremos encontrar refugio en un lugar seguro, si disponemos de él. Más vale entonces que siga siendo el corazón de otro. No descartes esa idea.
No la descarto, Enrique, una de las cosas que tengo comprobadas es que todos (hasta los objetivamente más ruines) somos o hemos sido alguna vez amados por alguien y somos capaces a nuestra vez de amar, al menos, a una persona en nuestra vida. Lo que pasa es que a veces ni con un mapa seríamos capaces de orientarnos y llegar hasta ese lugar acogedor donde podemos ser nosotros mismos sin temor a perder nada… ¿cómo saber, entre tanta palabra vana, quién tiene un rincón en su corazón, listo para que nosotros lo habitemos? ¿cómo acertar en nuestra búsqueda de refugio?
En fin… es complicado…
Me gusta verte por aquí, que lo sepas.
Buen relato, y estupendos comentarios. Es cierto lo que dice Juana de que «la verdad» está sobrevalorada, y como comenta Isabel, siempre «ficcionamos». La linea que separa las pequeñas mentiras de la verdad suele ser delgada. Pero las grandes mentiras son grandes mentiras, se les ve venir, y a mí no me confunden, ni me engañan (jjj… menudo bucle recursivo me ha quedado), ni las quiero para mí. Reconozco que convivo mal con la mentira, y que me duele, si como dices viene «de la mano de la amistad». Debe ser un defecto de fábrica, y no es curable…
besos
Ufff… las grandes mentiras… para mí son esas precisamente: las que llegan de la mano de alguien a quien quieres. Esas duelen, es verdad, y mejor mantenernos alejados. En lo que disiento contigo es en el que sea fácil verlas venir. No sé en Cuba, pero en la Feria de Tomelloso, cuando iba de pequeña, vendían unas manzanas recubiertas de un caramelo rojo que me encantaba… lo que pasa es que debajo seguía habiendo una manzana, verde normalmente (las arrancaban del árbol antes de tiempo), que odiaba comerme… así veo yo las grandes mentiras, como aquellas manzanas engañosamente envueltas en caramelo.
Normalmente llegan de la mano de la dulzura, gustan al principio, las saboreamos porque las han hecho a medida de nuestros gustos… luego, claro, queda la manzana verde, ácida, sin apenas sabor. Y normalmente hay que comérsela también…
Se convive mal con eso, sí… pero yo hablaba de las pequeñitas, puro confeti y serpentinas… para despistar… 😉
Besos, Amalio.