Pachulí, mirra, rosa damascena

“Yo solo quería escribir. Siempre. En todos los principios. Desde que era muy pequeña y desde que abrí este blog. Luego las cosas se complicaron, pero yo solo quería escribir.

Publicar, añadir fotografías, procurar que todo sea bonito, es lo que siento que puede estar matando este blog. Ser leída, aunque lógico y legítimo, nunca fue el objetivo. Si acaso, por desconocidos, que es con los que los introvertidos nos sentimos más cómodos. Con los que conocemos la cosa cambia, me siento sobreexpuesta y me autocensuro, y yo no tengo este blog para autocensurarme. Es mi casa en las nubes y en mi casa debo sentirme libre de hacer lo que quiera, guste más o menos al resto del mundo.

Este es el entrecomillado de hoy. No volveré a luchar con las fotografías ni con la estética. Intentaré volver a disfrutar haciendo únicamente lo que vine a hacer aquí: escribir.

Y a ver qué pasa…

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En el tiempo que ha transcurrido desde que escribí la última entrada, he terminado la mudanza. La casa de Santander es ya un hogar, bastante parecido al que había imaginado. Todavía conservamos el piso de Barcelona, pero el campamento base es, cada vez, más este.

Lo empiezo a ver así, porque tengo mi primera planta y se está adaptando bien a la esquina que le he asignado. Se llama Ofelia y es un lirio de la paz. Los que tenemos complejo de mataplantas, no sabéis cómo nos ponemos cuando alguna responde a nuestros cuidados. Le puse nombre porque pensé que en esta vida, una solo acaba recordando la primera vez y la última, y las cosas que van a ser recordadas, deben tener un nombre.

Mientras veía a Ofelia sobrevivir a mis atenciones, he leído tres libros.

La isla del padre, de Fernando Marías. No cuenta mucho lo que diga de esta novela, porque quien me la recomendó y ya no está, me ha acompañado en esta lectura y leer acompañada siempre es una experiencia grata.

Del color de la leche, de Nell Leyshon. Venía avalada por haber sido elegida Libro del Año en 2014, por el Gremio de Libreros de Madrid. Es una buena novela, pero fui viendo venir la trama a medida que avanzaba y eso no me gusta. La comparé inevitablemente con El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg y, como es lógico, porque la comparación era del todo injusta, perdió por goleada. Pero, así y todo, es una novela que vale la pena.

Brillo, de Raven Leilani. Finalmente empecé el libro que está en boca de todos. La portada me pareció feísima al principio, pero ahora creo que Blackie Books acertó de pleno con ella, porque es una novela diferente. La historia es directamente fea y está contada tal cual es, la protagonista ni nos engaña ni se engaña a sí misma. Retrata un mundo que no es agradable de ver. ¿Esto tiene tanta fama? ¿esta es la escritora a la que aclaman como el debut literario más rotundo y brillante del año? Bueno, pues resulta que primero levanté la ceja con incredulidad y luego bajé humildemente la cabeza. Es una novela que te pone en una situación incómoda, te hace revolverte en la silla, te da un tirón de orejas y te dice que no tienes ni idea de literatura, que escribir es precisamente eso, darle un bofetón al lector, «¡espabila, anda, espabila de una vez!», parece que nos grita Leilani. Ufff… yo de vosotros la leería, aunque solo sea porque, os garantizo que incluso si al final no os gusta, nunca, nunca, os arrepentiréis de haberla leído. Recuerdo que cuando leí por primera vez a Toni Morrison también me pareció que aquello no tenía nada que ver conmigo, y lo tenía, vaya si lo tenía.

También he hecho goulash. En plena ola de calor (por aquí da casi vergüenza llamarla así, pero también se ha notado). Yo, tan previsora como siempre.

¡Feliz domingo, socios!