Growing up. Mandylovesbcn
Manha de Carnaval. Astrud Gilberto

(…)
Las palabras del abandono. Las de la amargura.
Yo mismo, sí, yo y no otro.
Yo las oí. Sonaban como las demás. Daban el mismo sonido.
Las decían los mismos labios, que hacían el mismo movimiento.
Pero no se las podía oír igual. Porque significan: las palabras
significan. Ay, si las palabras fuesen sólo un suave sonido,
y cerrando los ojos se las pudiese escuchar en el sueño…
(…)
El último amor, Vicente Aleixandre
Ocurrió en una conversación que empezó como un favor y acabó siendo milagrosa, porque desbrozó un camino que se había llenado de malas hierbas y que nos costaba a ambos transitar (aunque quizá solo fuese que nuestra cotidianidad, perdida este verano, necesitaba una excusa para regresar); en esa tarde de charla que, como digo, limpió el sendero, acabamos hablando de palabras. Y de amor. 
Hay frases que solo importan según qué labios las pronuncien. Nos aman y el otro nos entrega, junto con su amor, el arma con el que podemos destruirlo. Sabemos entonces, que habremos de tener cuidado de no matarle con una palabra maldita. Y eso nos da miedo; tanto, que callamos; tanto que, a veces, preferimos no saber; tanto, que no queremos amar ni ser amados.
Me habla de ella y la distancia no evita que note lo mucho que la quiere. Me relata lo que llama sus virtudes y a mí me parece que no son más que un sarta de adjetivos, vacíos de emociones, un catálogo de lo que la sociedad dice que hay que tener, para ser como ella quiere que seamos. Buena persona, gran corazón… Me decepciona, yo estaba convencida de que él (al menos él) sabía ver lo importante y entonces parece que despierta y, como quien no se da cuenta de la grandeza que ello encierra, me dice: “Tiene talento para estar a gusto en el mundo. Es feliz, no se puede ser más feliz” y, de pronto, me entran ganas de quererla a mí también.
Le digo que el amor, en un intento de equilibrar el reparto, le entrega también a las palabras el poder de salvar. Nos da espadas de versos, para que saquemos el valor del rincón más escondido y luchemos con ellas por los que amamos y nos aman.

No es preciso que nos digan como. El amor nos enseña.

……

Está cansada. Me dice que es justo, que recoge lo que sembró, que paga no sé qué cosas… Está cansada y posa su cansada mirada sobre el mundo. 
Es tarde ya, pero necesita contarme como es para ella la vida, a esas horas en que todo se cubre por fin de un manto de silencio. 
Me deja cuidar de ella en la distancia, como lo hice todas esas otras veces, que ahora ya no recuerda. Creo que le gusta imaginarse en esa niña que se metía en mi cama las noches de tormenta, para que le explicase cuentos sin manzanas venenosas, ni lobos mentirosos. Cuentos que yo inventaba para ella y en los que la princesa se salvaba a sí misma y la madrastra nunca era malvada. 
Me habla y me pregunto si, en alguna medida, habrá aprendido de mí a querer como quiere, a entregarle su juventud a esa otra niña, para la que ahora es ella el refugio contra el miedo.
Yo le explico la historia de las mujeres que vivimos remontando la corriente, y creo que no le miento cuando le digo que la vida nos espera, que nuestra plenitud llega más tarde, pero llega y nos abraza acogedora… y la vivimos con más intensidad que nadie, porque nos la hemos ganado a base de brazadas. 
Entonces noto cómo, poco a poco, pierdo el miedo a que ella sepa el poder que le otorgo. El que siempre ha tenido.
Yo pensaba que nunca más me atrevería. Pero me atrevo. Y me alegro.

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