Vivir es ir trampeando obstáculos, disfrutar del aire que golpea tu cuerpo y del sol que lo acaricia mientras el terreno es llano y corremos alegres, conscientes de que hemos de coger el impulso para atacar con fuerza la próxima valla y superarla sin caer o al menos sin magullarnos demasiado en la caída. Disfrutar sin remilgos los momentos de bonanza es la única opción posible, porque llegarán los otros y es mejor que nos pillen con el corazón acostumbrado al sobresalto constante que conlleva una vida intensa. Tampoco la caída es optativa, como no lo es el miedo al dolor de levantarse, porque las cosas importantes o se hacen con miedo -mejor dejarse de eufemismos a estas alturas- o no se hacen.

La felicidad y la tristeza, la salud y la enfermedad, no son dos caras de una misma moneda que uno lanza al aire con la esperanza de que la suerte le sea favorable, la vida consiste en aceptar que todo ocurre al mismo tiempo, que con lo bueno y con lo malo hay que convivir lo mejor que se pueda. Esto no va de sumar días, va de sumar instantes… y a veces ni eso, a veces la tristeza empaña el cristal y aún así debemos seguir disfrutando de los fuegos artificiales que lanzan al otro lado; el brillo no será el mismo, habrá figuras que ni siquiera veamos, sonidos que seamos incapaces de escuchar, pero hay que seguir mirando, hay que intentar que al menos ese momento de felicidad no nos sea arrebatado.

Como vivir también es crear vínculos, porque nuestra realidad se entremezcla con la de los que nos rodean, tenemos la posibilidad de que todo sea un poco más fácil, pero para eso hay que saber muy bien al lado de quién queremos caminar. Para hacernos sonreír mientras apretamos los dientes solo sirve gente hecha de una pasta especial, personas capaces de mantenerse a una distancia prudente, asegurándose de que no les impida socorrerte si es preciso. Se comportan como diciendo “tranquila, ocúpate pero no te preocupes demasiado, porque si el próximo obstáculo es demasiado alto o tras el seto hay un foso escondido, mis brazos correrán a sujetarte, incluso aunque eso suponga caernos juntos”. Suelen ser personas serenas y su fuerza no radica en la potencia de su voz, sino en la integridad de sus actos. Es gente virtuosa.

Las virtudes son para quien se las trabaja, uno no nace con ellas y no se ven a simple vista. La serenidad, la integridad, la generosidad, la valentía no son como los ojos verdes o las manos pequeñas, no vienen dadas de serie, hay que ponérselas como meta, aunque uno sepa que nunca será tan sereno, tan íntegro, tan generoso y valiente como le gustaría. No importa, solo con desear ser eso y no otra cosa, basta.

Después de todo, el amor, en todas sus formas, es lo único que nos ayuda a reconciliarnos con la vida.