Cuando se apee, yo le señalaré la dirección y empezará a caminar. Oirá que vuelvo al coche. La ventanilla estará bajada. Lo estaré apuntando con la pistola en todo momento. Empiece a caminar y camine lo más deprisa que pueda. En un momento dado, mientras camina, oirá que el coche sale de la cuneta, pero le prometo que nos quedaremos aparcados un rato en el asfalto. por el ruido, no sabrá si seugimos ahí o no. Cuente hasta cien. Entonces, quítese la venda y pídale a Dios que ya nos hayamos marchado.
Los amigos de Eddie Coyle. George V. Higgins.
A veces no hacer planes es el mejor plan del mundo. Horas por delante en las que podemos hacer lo que queramos y decidimos sencillamente no hacer nada. Este fin de semana ha habido celebración de las grandes en mi pequeña familia, el sábado fue un día de esos que uno recuerda siempre, si las cosas salen bien, y nosotros lo celebramos por partida doble, porque las casualidades existen, o porque nada pasa sin motivo, vete tú a saber. Esta tarde ha llegado la calma; un par de libros, un par de tés y esa calma a la que nos obligamos cuando sabemos que mañana hay que volver al ruido. Tantas cosas por hacer y yo aquí, perdiendo el tiempo en esta tarde domingo…
En una pausa entre dos diálogos de Higgins, surge la necesidad de escribir, con una urgencia inexplicable. Otra vez ese runrún en la cabeza que incita a la imprudencia, pero lo que diría sé que no puedo decirlo. No todavía. Antes, cuando cualquier cosa podía ser dicha cuando me viniese en gana, solía fantasear con la idea de qué hubiese pasado con mi vida de haber contestado “sí” en vez de negarse, haberme tomado aquel café en lugar de marcharme con la excusa de que tenía prisa o haber revelado el secreto que decidí callar. Yo era lo suficientemente joven e ingenua como para disfrutar con ese juego. Ahora ya sé que hubo una razón poderosa para aquel no, aquella prisa y aquel silencio y, probablemente, ni siquiera tuve opción, porque la libertad total no existe, todos arrastramos una vida que nos condiciona y con cada decisión que tomamos trazamos un camino que excluye otros. Esa persona en la que creemos que habríamos podido convertirnos nunca existió, ni siquiera como posibilidad, y cada vez da más pereza reivindicarla, desmontar los argumentos del otro. Atacar o defenderse ya apenas se diferencian, porque mientras uno piensa en qué decisión tomar, la vida sigue sorprendiéndonos, alejándonos o acercándonos de la gente que lo merece y de la que no, enrolándonos en batallas perdidas de antemano…
A nosotros y al mismísimo Eddie Coyle.
Pido perdón por la ausencia de romanticismo, he vuelto a la novela negra.
¿Hubo una razón poderosa? ¿Seguro? Si la había, entonces también somos libres, y ni siquiera fuertemente condicionados. Y por lo tanto ya no es la vida la que elige por nosotros. En ese caso, las batallas se libran con alguna posibilidad de victoria.
La novela negra te vuelve pesimista.
Creo que voy a escribir un ‘Dulce jueves’ sobre esto. No me he quedado muy convencido.
La libertad, como casi todo, es un concepto subjetivo y cuenta más la que uno cree que tiene que la que las leyes le conceden. Si miro hacia adelante veo una vida sin escribir, pero en la que no cabe todo: mi forma de ser, las circunstancias de las que voluntariamente me he rodeado -y las otras-, las personas con las que he establecido lazos de afecto -y las otras-, condicionan mis decisiones y es bueno que sea así. Según vamos logrando metas, a medida que acumulamos personas o situaciones satisfactorias, que queremos conservar, trazamos un camino con posibilidades finitas.
En ese sentido, la falta de libertad no es algo negativo. Encontrar tu lugar, tu gente, tus pequeños placeres cotidianos ¡es bueno! ¿quién nos dice que la persona en la que podríamos habernos convertido sea mejor que aquella que hemos acabado siendo?