Decisiones

Es una lástima que no estés conmigo/ cuando miro el reloj y son las cuatro/ y acabo la planilla y pienso diez minutos/ y estiro las piernas como todas las tardes/ y hago así con los hombros para aflojar la espalda/ y me doblo los dedos y les saco mentiras […]

Poemas de oficina (1953-1956). Mario Benedetti

Tengo ganas de leer la última novela que ha publicado Amy Tan, que ayer vi en el escaparate de una librería y de la que todos dicen maravillas. “El club de la buena estrella” fue en su día, y en mi vida, un libro revelación, que me hizo plantearme cosas que entonces, tal vez por mi juventud, no tenía resueltas, como es la aceptación de lo que yo entiendo por nuestros orígenes y que no es otra cosa que el reguero de decisiones que nos ha conducido hasta el punto vital en el que estamos hoy.

Porque yo tengo la teoría de que la vida no es más que una sucesión de preguntas y respuestas, que unas veces nos acunan en sus brazos, otras nos empujan hacia delante y otras nos atropellan y nos arrojan a una cuneta de la que sentimos que, solos, no tendremos la fuerza necesaria para salir.

¿Quién? ¿qué? ¿cuándo? ¿cómo? Y luego, si todo falla… ¿por qué?

Recuerdo que Amy Tan me enseñó algo en lo que yo no pensaba entonces: también somos el producto de las decisiones tomadas por nuestros abuelos, que emigraron o resistieron sin evitar en ningún caso sufrir el dolor de la derrota, por nuestros padres que renunciaron a pensar en su futuro para concentrarse en el nuestro, por el niño al que siempre escogían el último para jugar al fútbol y decidió jugar a leer, por aquella adolescente que nunca quiso saber nada del chaval con gafitas que la perseguía a todas horas para robarle una sonrisa que no tardó en echar en falta, por el joven que se escapó para ver mundo y acabó enraizado en las antípodas de donde siempre creyó que construiría su casa…

A regresar mentalmente al pasado y plantearnos “qué hubiera sucedido si”, se le llama nostalgia. El otro día alguien me dijo que yo era una nostálgica y enseguida pensé que se equivocaba. Pero la equivocada era yo.

La nostalgia en mi caso no va unida a la añoranza del pasado, ni a la creencia de que las cosas serían mejor de otra manera, tampoco retrocedo para rescatar de la memoria a hipotéticos héroes, ni para encontrar culpables. Yo doy ese paso atrás y busco respuestas a preguntas que ya no me hace nadie, en un intento desesperado de que las historias que escribo, tejidas a base de mentiras, acaben conteniendo una verdad que merezca ser contada. La respuesta a una pregunta que, aquí y ahora, alguien se esté haciendo. Aunque solo sea una persona y aunque la decisión que le ayude a tomar sea insignificante (si es que ese tipo de decisiones existen).

Me empeño en lograr algo que, soy plenamente consciente, solo los grandes consiguen. Porque al cielo de la literatura somos muchos los llamados, pero pocos los elegidos… pero una, en su optimismo, no puede evitar soñar con que su esfuerzo, algún día, será recompensado.


 

Oigo un rumor de pasos ahí arriba y un ruido que se asemeja al teclear de una vieja máquina de escribir. Suena una canción tan queda que no puedo distinguir lo que cuenta… esto empieza a llenarse de vida. De más vida.

¡Feliz domingo, socios!

 

FRANCESCA. Escribo. Leo. Horneo. Siembro.