«En la esquinita de cielo que se veía desde la ventana que había delante de mi cama distinguí unas pocas estrellas. Era agradable estar allí tumbada y contemplar las estrellas, esperando a que se fueran debilitando, o se apagasen, o estallasen formando unos brillantes fuegos artificiales».
Las chicas de campo. Edna O’Brien.
Mi semana bien podría describirse así:
Un libro:
“El final de la historia” de Lidia Davis. Un gran descubrimiento, esta novela sin capítulos, que se lee sin problemas, porque no hay que perseguir mil personajes ni enhebrar historias imposibles. Sincera, dolorosa y conmovedora, escucho la voz de una mujer que soy capaz de entender. Por fin.
Un trazo:
Los óvalos que Begoña me incita a repetir una y otra vez. No me queda otra que dominarlos para avanzar con la Copperplate y tras mis balbuceos con la caligrafía moderna quiero ir un poco más allá. Apenas dos lecciones y noto la mejoría. Mi palillero oblicuo de madera de roble ya está en camino. Las Zebra G también.
Una flor:
La orquídea amarilla y rosa del día después. Porque hay ocasiones que merecen que todo sea auténtico y cada vez estoy más convencida de que ilusionarse es una habilidad adquirida. Y de que esta vez funcionará.
Un encuentro:
El miércoles hablé otra vez con mi librero pelirrojo y regresé a casa con dos libros más y la alegría de que todavía existan personas que aman lo que hacen aunque el ambiente les sea hostil. Ya he recibido el primer toque de atención sobre la medianía de una de las novelas, pero voy a darle una oportunidad. Otra.
Una sopa:
Al contrario que Mafalda, yo adoro la sopa. La de esta semana fue fría, claro. Un gazpacho delicioso en un restaurante precioso, decorado con antigüedades y libros, que solía tener unos camareros muy agradables, que parecían haber nacido para ayudarte a elegir entre los platos de una carta en la que era fácil perderse. Esta semana no estaban ni los chicos bajitos ni las chicas pizpiretas, en su lugar unos adonis guapos y esbeltos se movían entre las mesas y se acercaban a los clientes como si nos hicieran un favor. La sopa y el decorado eran los mismos, pero puede que no volvamos en una temporada.
Y poco más…
¡Feliz domingo, socios!
Fotografía: Anna Jurkovska para Shutterstock
Y poco más, dices. ¿Qué más quieres? Parece una semana casi milagrosa, llena de cosas difíciles de encontrar: una flor, una buen libro, un trazo como tiene que ser, libreros que saben de libros… pero que los camareros, además de guapos, sean simpáticos quizá ha sido pedir demasiado.
Deberíamos hacer eso siempre: cada semana el recuento de cinco cosas buenas que nos han pasado. Puede que nos llevemos la sorpresa de que la lista sea interminable. Yo, por ejemplo, he venido hoy en el tranvía con Sam Spade y Brigid O’Shaughnessy. Gente de poco fiar, pero interesante. Me he alegrado de que el transbordo se retrasara, para poder enterarme de cómo quedaban.
Viajar en tranvía con Sam contándote su historia con Brigid me parece de lo más adecuado. Las dos cosas por separado también me lo parecen: escuchar a Sam contándote esa historia y viajar en tranvía; de hecho yo estoy pensando en modificar mi ruta por las mañanas y cambiar el autobús por el tranvía, mucho más apropiado para las aventuras literarias (en el bus me marea leer).
Todos los días se puede descubrir que nos han pasado cosas maravillosas, basta con rebuscar bien (cosas malas malísimas seguramente también, pero ¿quién querría buscarlas?).