A. Kertész. Elisabeth’s book (1952)
Art Garfunkel. Miss You Nights


«Andar un poco más playa arriba, significaba hundirse a cada paso. 
La arena mojada y las piedras se desmoronaban como si no 
estuvieran dispuestas a soportar su poco peso, y luego se elevaban
 de nuevo rezumando, para llenar las pisadas de agua resplandeciente. 
Dejar una huella de cualquier tipo constituía un logro exultante.»
La librería. Penélope Fitzgerald

Lo he dicho aquí antes: en primavera hago muchas tonterías. Soy consciente, y es por eso que este año me he prometido a mí misma evitarlas mientras sea posible. El caso es que andaba yo dándole vueltas, a cuál sería la mejor manera de resistir la tentación de revolver emociones, en ese bolso desordenado en el que a veces se me transforma el alma, cuando se me ocurrió que lo mejor sería mantenerme distraída haciendo las cosas que más me gustan, de manera que, si se asoma a mi vida algo o alguien con la palabra «locura» escrita en la frente, yo ni me entere… a resguardo como estaré, leyendo.

Por eso ayer me hice socia de la biblioteca del pueblo.

Hasta ahora lo único que había hecho aquí era dormir y acercarme a votar al Centro Cívico. Ese día aprovecho siempre para desayunar en su cafetería, pequeña, coqueta, agradable y llena de personas a las que no he visto nunca, pero que se conocen… y se les nota; o a lo mejor lo que se les nota es que a quien no conocen es a mí.
Han sido muchos años de ver amanecer, medio sonámbula, en la parada del autobús de debajo de casa a las 6.40 de la madrugada y de regresar cansada ya, casi nunca antes de que hubiese anochecido. Eso los días laborables. Los festivos: comidas con amigos, sesiones de cine, cumpleaños infantiles, compras, visitas familiares… todo, sin excepción, en Barcelona; tranquilas tardes de lectura, tertulias con la cena como excusa, dolores de cabeza que requieren silencio y poca luz… en el edificio donde vivo, que es como otro minúsculo pueblo dentro del pequeño pueblo original.
Lo que quiero decir es que cuando me entregaron el carnet de la biblioteca me sentí, por primera vez, habitante de un lugar en el mundo. Fue como si me entregasen un pasaporte para entrar en un castillo mágico y luminoso, donde me recibió con entusiasmo una bibliotecaria joven, que se alegraba de poder contestar afirmativamente mis esperanzadas preguntas; yo decía «¿tenéis…?», y ella sonreía… «¡tenemos!». Y la conversación discurría como uno de esos bailes en los que nadie pierde el paso y nos da la sensación de haber nacido para eso… ¡para bailar!
Pero lo mejor de todo es que el camino que conduce de mi casa a la biblioteca está poblado de árboles y sentiré la brisa de la primavera mientras lo recorro, que tienen una pequeña cafetería donde reponerme con un té caliente cuando llegue el otoño y que los servicios que ofrecen son casi tan modernos como antiguo el edificio en el que está ubicada. Sucede también, que algunas de las mesas de lectura se encuentran junto a un ventanal desde el que se ven los macizos de flores que cubren el jardín, que a partir de ahora y gracias a ese trocito de papel plastificado, será también un poco mío. 
Ayer pedí “El simple arte de escribir” de Raymond Chandler y “La flor azul” de Penélope Fitzgerald, y hoy me siento feliz e ilusionada… y me acuerdo de Dorothy y de los zapatitos rojos que le regaló la bruja del Este y que, tras un ligero golpe de tacón, la conducían siempre, alegremente, a su verdadero hogar.
¡Feliz domingo!
…………..

Leí «El Túnel», como casi todo, demasiado pronto para entender su grandeza, pero cuando todavía las lecturas penetraban en mí por un proceso casi osmótico que me ayudaba a madurar, sin apenas necesidad de reflexión por mi parte. Crecí pues, con Sábato, su ironía y su amargura. Repetí, lo recuerdo perfectamente, las lecturas adolescentes se recuerdan siempre, con «Sobre héroes y tumbas» y, probablemente por culpa enteramente mía, con ella no fue todo tan fácil como con la primera… y lo abandoné.

Ernesto Sábato murió ayer, en primavera, cuando todo renace, y a mí me entraron unas ganas locas de releer el libro con estos ojos míos de ahora, un poco más adultos y algo menos ignorantes. Los Vidal Olmos seguirán sin duda a Chandler y a Fitzgerald, en una bonita procesión primaveral.

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