Noor. The Secret Life of It All
One Flight Down. Norah Jones

No todos los dolores son iguales. Ni todas las esperas.
El dolor y la espera se parecen también en que, a veces, son sensaciones que no nos están permitidas. Hay dolores a los que no tenemos derecho, de la misma forma que esperamos cosas que no deberíamos.
No todos los libros son idénticos. Ni todos los amores. Como tampoco lo son todos los amores de libro.


“- Señorita Tita, quisiera aprovechar la oportunidad de poder hablarle a solas para decirle que estoy profundamente enamorado de usted. Sé que esta declaración es atrevida y precipitada, pero es tan difícil acercársele, que tomé la decisión de hacerlo esta misma noche. Sólo le pido que me diga si puedo aspirar a su amor.

– No sé qué responderle; deme tiempo para pensar.

– No, no podría, necesito una respuesta en este momento: el amor no se piensa, se siente o no se siente. ”


Como agua para chocolate. Laura Esquivel

El viernes regresé cansada después de un día de trabajo extramuros, necesitaba desconectar y me puse a hacer galletas de chocolate, de modo que ayer por la tarde me arrellané en el sillón, me serví vino dulce en una de esas copitas pequeñas que nadie utiliza ya, me tapé con una mantita y acabé la relectura de “Como agua para chocolate”. Del tirón, mientras roía galletas y daba sorbitos de ratafía.
Recordaba que la primera vez que la leí lloré mucho, al igual que la protagonista, y recordaba también que sus lágrimas se transformaban en un elixir de amor. De un amor prohibido.
El sábado volvieron a cobrar vida esos personajes. Me contaron su historia y las complicadas recetas que tanto me gustan y que mezclan lágrimas y flores.
Volví también a odiar a Mamá Elena por su egoísta manera de cercenar la vida de su hija. Y vi como Tita se obcecaba en no renunciar, como luchaba entre fogones por ese amor que un día quiso (y no pudo) pensar. Pero, como en todas las relecturas, esta vez descubrí otras cosas, otras emociones… y un personaje en el que apenas reparé la primera vez, cegada por la hoguera de ese amor apasionado entre Tita y Pedro: John. ¡Cómo me gustó ayer ese hombre!.

Hay un libro de Alice Munro titulado “El amor de una mujer generosa”. La primera vez que leí el título en las estanterías de una gran librería no pude evitar sonreír pensando en lo que siempre he mantenido: la generosidad es la mejor cualidad de las personas. Ni la inteligencia, ni por supuesto la belleza pueden competir con eso.

Y según avanzaba la lectura, veía más claro que Mamá Elena, con su empecinamiento, al final consiguió que Tita, cegada por el deseo de contrariarla, dejase escapar al hombre que realmente la hubiese hecho feliz. John y no Pedro era el destinado para ella. ¿Con él no hubiese visto aquella luz cegadora?… ¡seguro que sí! Pero lo más probable es que no hubiese sucumbido a su llama, que hubiesen vivido en armonía, iluminados por los fósforos mágicos cuyo poder él fue el primero en mostrarle; no hubiese dejado que ella se sacrificase, John no… ¡él era un hombre generoso!
……
Esta semana he vivido otra vez ese ajetreo mental que provoca un trabajo variado y denso. Y si me guío por cómo he iniciado el año, tengo que concluir que no será rico en lectura. Mi lista de espera va aumentando: “Cuentos completos” de Katherine Mansfield, “La vida entera” de David Grossman, “Sunset Park” de Paul Auster (J. adora a este escritor y ha sido la culpable de que le dé una segunda oportunidad), “Demasiada Felicidad” de Alice Munro y “Gente Independiente” de Halldor Laxness, han sido las adquisiciones de este mes y esperan ya en la estantería de “pendientes inminentes”. Y a todo esto sigo a la caza y captura de “Una historia iraní de amor y censura” de Shahriar Mandanipour, que es la lectura que durante el mes de febrero leeré al alimón con mis amigos de la Sociedad Literaria… ¡bonito porvenir!
… ¡y feliz domingo!
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