Garden Reading. Mary N.
That Old Feeling. Chet Baker
Y rodeó su casa 

de alambradas y muros impenetrables

contra el tiempo rebelde

para que nadie los rompiera

con maldiciones, puños, amenazas,

ni con amor tampoco.
Silvia Plath “El Coloso” (1960)
Saludo a la primavera con ganas de releer a los que en su día fueron malditos y que lo vuelven a ser ahora, por culpa de esa falta de criterio de las grandes editoriales y librerías (y de las no tan grandes), que parecen haber optado por satisfacer a los lectores ocasionales y no a los adictos, que necesitamos la lucidez de todos esos proscritos, que tanto bien le hacen a nuestra extraña (por lectora) vida.
Ayer me pasé la mañana al teléfono, buscando “El sencillo arte de escribir” de Raymond Chandler, por el placer de leerlo y porque quiero que me ayude a preparar la mesa redonda del mes que viene. No he encontrado una sola copia en toda Barcelona. Por fin una voz femenina, en la que me pareció captar cierta dosis de hartazgo, me soltó “debe estar agotado, ¡es que me pides una novela (?) que se editó en 2002!”… la prehistoria editorial, vamos… Tras finalizar la ronda en busca de un libro que acariciar ese mismo día, regresé al punto de partida y telefoneé al chico que suele atenderme en FNAC (un pelirrojo encantador, al que a veces juego a dar únicamente una pequeña pista y siempre acierta lo que busco; un raro espécimen que aloja un alma de viejo librero en el interior de un cuerpo casi adolescente) y me juró que buscará una copia debajo de las piedras y que, de existir, será mía… Aproveché para preguntarle qué tal andaban de ejemplares de “El largo adiós” porque quería pasarme a escoger una edición bonita, de las varias que supuse tendrían, “fatal, solo tenemos uno en las estanterías, pero es de Cátedra, en bolsillo, ¡te gustará!”, “pues apártalo a mi nombre, por favor, que me paso el lunes a recogerlo”. A veces, en el lugar aparentemente más inhóspito, encuentras un corazón amable.
La primavera avanza y empiezo a disfrutar de los atardeceres (ese dulce paréntesis entre el día y la noche, que en invierno deja prácticamente de existir). Siento que esta estación solo aventaja al otoño por sus tardes y por esa lluvia fina y persistente, que cae algunos días, purificándolo todo, arrastrando las penas calle abajo y regalándonos una tierna luz al amainar.
Las flores saben eso y empiezan a brotar en los sitios más insospechados, como mi joven librero en ese gran almacén de libros.
Intuyo que se acercan buenos tiempos y que esta primavera será hermosa y, mientras espero que florezca, busco a Chandler… ya os contaré cómo y dónde nos acabamos encontrando.
…………
Cuando era adolescente escribí algún poema, con el inútil objetivo de la autocompasión, que es casi el único consuelo al que uno tiene acceso a esas edades… ¡y eran francamente malos! Pero ahora ya sé que la poesía no está hecha para mí, porque soy exageradamente narrativa e incluso pretendo convertir mi propia existencia en un sumatorio de bonitos momentos, de historias que contar y que contarme. 
Corrijo mi vida al recordarla, reescribiéndola en el único sitio donde es posible hacerlo: la memoria… y me hundo entre los versos, como si anduviera sobre arenas movedizas, porque ni controlo su ritmo, ni respeto sus silencios, ni me atrevo a ponerle palabras al dolor… Por eso en mi regreso a la poesía, sé que seré solo lectora… aunque, eso sí, ¡lectora apasionada!
Y, dicho esto, voy a ayudar a mi cuerpo a habituarse lo antes posible al nuevo horario, socorriéndolo con un café bien fuerte…  ¡feliz domingo, socios!
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