Jordi Puig. Xarranca – rayuela. En Flickr con licencia CC.
At last. Randy Crawford (Spotify)

Inmóvil en la luz, pero danzante…

Inmóvil en la luz, pero danzante,
tu movimiento a la quietud se cría
en la cima del vértigo se alía
deteniendo, no al vuelo, sí al instante.


Luz que no se derrama, ya diamante,
detenido esplendor del mediodía,
sol que no se consume ni se enfría
de cenizas y fuego equidistante.


Espada, llama, incendio cincelado,
que ni mi sed aviva ni la mata,
absorta luz, lucero ensimismado:


tu cuerpo de sí mismo se desata
y cae y se dispersa tu blancura
y vuelves a ser agua y tierra oscura.

Octavio Paz, 1935
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Tras estos días de ruidos interiores, se me ha descontrolado el reloj vital y vuelvo a escribir (¡no aprenderé nunca!) de madrugada. Aunque hoy es un amanecer alegre, porque he recuperado la esperanza de un silencio que, vete a saber porqué, se me representa luminoso.
Pensaba escribir sobre el poder de la palabra no dicha, sobre el valor (y la necesidad) de saber callar para poder «oirse». También quería revelarme contra esa máxima que dice que «callar es otorgar» y contra esa otra que propugna que «callar es despreciar»; pretendía reivindicar, para el silencio, la importancia del contexto. No siempre es la indiferencia… también el deseo largamente contenido impide hablar, ¡tantas veces es un gran «SÍ» la respuesta que el silencio esconde!.
He recordado un poema llamado así, «Silencio», de Octavio Paz y, buscándolo, me he topado con este otro, que siempre me ha gustado… inmóvil en la luz, pero danzante… silenciosa, pero con la palabra dentro, agitada, formando pensamientos… trascendiendo en un silencio hermoso, que nos haga florecer. No he podido resistirme a compartirlo con vosotros.
Y he pensado que, mi bullicio interno de estos días no habrá sido en vano si ahora, más que nunca, disfruto del silencio total: el de mí misma… para crecer en este espacio tan dulcemente recobrado.

¡Feliz domingo!

………….

Curiosamente, son los lugares que habitualmente están más ruidosamente poblados, los que se nos antojan más silenciosos, cuando sus habitantes se ausentan.

Recuerdo fugazmente (debía ser yo muy pequeña) haber jugado alguna vez a la xarranca… o tal vez sólo vi dibujado el juego y deformé el recuerdo… ¡leí «Rayuela» de Cortázar hace tanto tiempo!. Puede que lo haya mezclado todo en un cóctel de nostalgia. No lo sé, pero por lo que sea, la fotografía de ese infantil camino hacia el cielo, me ha parecido tierna y cercana.

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