F.C. (2011). Pluscuamperfecto
Inexplicable. Laura Canoura y Jaime Roos

¿A qué grabar un nombre en las paredes,
manchar con torpes trazos la blancura
deslumbrante, impoluta, de la nada?
¿A qué este vano empeño de ir dejando señales,
de escribir en la arena, a resguardo del viento,
las triviales miserias que conforman tu vida?
Sobre las tercas líneas que dibujan un rostro
ha de pasar la mano piadosa de los años
borrando letras, sílabas, palabras sin sentido.
El papel en que escribes volverá a estar en blanco.
¿Y habrá dicha mayor que no haber sido?

Elogio del olvido, José Luis García Martín

El viernes me paseé por las calles que contemplaron mi adolescencia y los años de mi juventud más tierna. Antes había estado escribiendo algo curativo sobre aquellos días y de repente me apeteció visitar la pequeña plaza donde se paraba el tiempo cada mediodía. Me vienen a la memoria momentos dulces, supongo que gracias en parte a esta obstinación mía por recordar solo lo bueno.
Me vi a mí misma sentada donde tantas veces lo había hecho, en un banco de esa placita de mi antiguo barrio. Leyendo. O dentro de la iglesia los días de lluvia, en los bancos cercanos a la puerta, para no perderme ese sonido de diluvio mediterráneo (aquí no sabe llover de otra manera), soñando o, tal vez, rezando sin saber siquiera que lo hacía.
Y me he sorprendido recorriendo los escenarios del pasado. Solía pensar en mí misma como en alguien destinado a vivir una vida que parecía estar ya escrita, antes de empezar siquiera. Cómo iba yo a imaginar entonces este desacompasamiento, este desorden en la cronología, este extraño valor mío, que desconocía tener, para vivir haciendo las cosas a mi ritmo y no al que marcan los manuales…
Recorrí el barrio, esta vez con mi madura mirada, y me hizo feliz saber que, aunque todo se desvanecerá, esa chica sigue viva en algún sitio, esperando… y a veces viene hasta aquí y escribe.

………

Esta semana ha estado iluminada por el último libro publicado de Maeve Brennan, «Crónicas de Nueva York», como lo estará la próxima, porque el trabajo apremia y no me queda casi tiempo para leer sin urgencias. Antes de dormir he dejado que ella me contase una historia y así el día ha cobrado para mí la importancia de lo útil, porque si no leo me parece que no me cuido y eso, cuidarme, es importante. 
Desde que leí «De visita» he estado esperando otro libro suyo y ahora llega a mí de la mano de alguien que asocio a aquellos tiempos de la Placeta del Roser, de forma que fue Maeve la que me condujo a ese rincón solitario. Estamos conectados por hilos de memoria a nuestro pasado. Los tendemos como las arañas. Dejamos un rastro frágil, pero claro, que nos permite revisitarnos cuando necesitamos saber cómo fuimos y hacer un pequeño balance de cuentas vital. 
Pero fui allí guiada también por la mirada de otro adolescente que conocí esa misma tarde, alguien que  sé que encierra la posibilidad de un hombre franco, integro, sereno. Quise saber si la muchacha que fui hubiera podido ser eso, para, dentro de unos años, volver a verme hoy y descubrir si aproveché esa oportunidad. 
…………
Si me hubiesen preguntado qué música escuchaba entonces, cuando vivía esos mediodías de comida en Casa Juana y lectura tranquila antes de volver a la escuela, hubiese dicho sin duda ninguna “Le métèque” de Georges Moustaki. Lo tenía ya preparado con la intención de que ilustrara esta entrada pero entonces, de repente, me ha parecido que aquellos años se merecían un bolero. Algo que nunca hubiese escuchado entonces, pero que es lo que a fin de cuentas bailamos viviendo todos los adolescentes, porque ¿qué otra cosa sino el amor guía esos momentos de despertar a la vida? ¿qué hacemos con el que fuimos aquellos años sino algo inexplicable?
¡Feliz domingo, socios!