Alice. Dan.
My! My! Time Flies. Enya

“¿Y además le enseñas a alguien lo que escribes? Ahí estaba, ese era exactamente el tono que Ora estaba buscando: cortante, frío, despreciativo, distante, el tono ideal para hacerle saber exactamente lo que pensaba del gilipollas egoísta que en definitiva era. No, murmuró Abram algo asustado, ¿cómo voy a hacer eso?, no se lo enseño a nadie. ¿Y entonces cómo puedes saber si es bueno o no? Puede que no valga nada. Siempre hay que enseñárselo a alguien, continuó Ora con firmeza, a alguien que te puede decir si es bueno o si no son más que palabras huecas.”
La vida entera
David Grossman
Tengo un atasco mental, un túnel donde se acumulan libros a medio leer, trabajo sin acabar e ideas nuevas que se abren paso a empujones y acaban fácilmente (las viejas están inmóviles en su amontonamiento) ocupando el primer lugar a la hora de pensar, sin dejar que me sumerja en las cosas pendientes. A veces pasa eso, lo nuevo se impone, desconozco la razón.
No es la primera vez que me ocurre, pero en otras ocasiones, en el último momento, siempre aparece algo o alguien que actúa a modo de hilo de Ariadna y me saca de ese oscuro laberinto en el que me encuentro, acercándome a una idea, a un pensamiento, a una reflexión… o a una tontería. El caso es desembarcar en algún lugar de la imaginación o la memoria y enhebrar una historia para contarla aquí el domingo. Pero hoy ha sido diferente. Ni el anochecer fue especial, ni el amanecer tampoco.
Creo que, como esta semana apenas he leído, no puedo escribir. A mí me pasa eso, yo funciono así, no hay más.
Tan desesperada estaba hace una hora, viendo que se me echaba el tiempo encima y no podría publicar nada hoy, que me he puesto a pasear el dedo corazón de mi mano derecha por la tapa del libro que ya estoy releyendo antes de acabar de leer siquiera (porque me gustan algunos párrafos, pero también porque quiero leerlo lentamente y el trabajo no me deja), en un intento de que el contacto con unas letras atrajese otras. Pero por más que he intentado dejar la mente en blanco y esperar que surgiese así una idea lúcida, limpia, lo único en lo que podía pensar era en el paso inexorable del tiempo y en mi cabeza aparecía una y otra vez la misma frase. Sin ironía escondida, ni sabiduría encerrada:
Necesito tiempo para poder perderlo.
………..

Deseo ver pasar los segundos sentada en el suelo, ovillada junto a la ventana, contemplando el paseo de las nubes y sintiendo como el pensamiento atraviesa la piel, hasta ordenarse en letras que ofreceos aquí.

Incorporarme y conseguir escribir un texto para que sea leído por vosotros, los buenos lectores a los que Ora se refiere, esos a los que te crees, incluso cuando te dicen que solo has escrito palabras huecas.

Al final, escribir no es más que jugar con espacio y tiempo, mezclar lugares y hacerlos irreconocibles o describirlos con tanto detalle que el lector pueda sentir que está allí; estirar horas hasta que parezcan eternas y dejar décadas enteras de una vida sin contar… Es trabajo del autor medir las pausas y calcular los impulsos, haciéndonos atravesar la historia sin que notemos nada anormal, porque sabemos que lo que estamos viviendo no es real, aunque el placer que nos produce sí lo sea.

Como podéis ver me sé la teoría. No ha sido ese el problema. Pero todo es tiempo y, ¡qué le vamos a hacer!, a mí ese, me ha jugado hoy una mala pasada.

¡Feliz domingo, socios!

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