Wislawa Szymborska
Here’s to life. Shirley Horn

Debo mucho
a quienes no amo.
Estoy en paz con ellos
y en libertad con ellos,
y eso el amor no puede darlo
ni sabe tomarlo.
(fragmento de Agradecimiento, Wislawa Szymborska)
Me siento a gusto en casa esta mañana y hace frío fuera. Esas son dos realidades de las que no dudo.
También lo es que, mientras anoche me preparaba una copa de vino para subir a escribir esta entrada (después de ver, arrebujada bajo la manta del sofá, «La mujer del teniente francés»), recordé que este es un blog personal, donde no cuento apenas nada de mi vida cotidiana. No os digo, por ejemplo, que por la mañana he bajado a comprar el pan y la gente en la panadería estaba extrañamente silenciosa y de pronto me he dado cuenta de que llevaba los cascos puestos y me he atolondrado pensando en lo dañino que puede resultar utilizar la música para aislarse del mundo. Entonces me los he quitado nerviosa y, para mi sorpresa, he comprobado que el silencio era real. La gente ya no habla con desconocidos. Un error del que yo me salvo aquí.
El caso es que ayer, ya tarde, estuve ordenando el escritorio y ahora lo veo con la pila de libros pendientes de leer a la izquierda de la pantalla del ordenador, el portaminas de palo de Pernambuco a la derecha y, junto a él, el elefante de piedra que compré en el aeropuerto de Viena hace ya muchos años y que utilizo de pisapapeles (no es tal, le busco utilidad porque me gusta mirarlo). Hay orden donde antes había caos y se me ocurre de pronto que bien podría explicar cómo me ha ido la semana, y así en vez de meterme en reflexiones sobre las cosas que me pasan, hablar de ellas sin más.
Ha sido una semana de frío intenso y mucho trabajo pendiente, de manera que lo he organizado y he pasado los días en casa, aunque no he leído mucho. Os diré, eso sí, que sigo con McCullers y sus obras completas. Son largas y las saboreo lentamente, disfruto de los cuentos de uno en uno. Tengo el libro lleno de subrayados y notas en los márgenes. Esta semana también (y ahora no sé muy bien porqué ocurrió) acabé hablando sobre mis escritores preferidos y volvió a salir McCullers. Y Fitzgerald, claro. Y Willa Cather. También Mansfield y Chandler, aunque todo empezó con Joyce y sus minuciosas descripciones. Un amigo parece ser que tiene un escritor preferido, hasta que llega otro y le arrebata el puesto; eso es algo que yo nunca he podido tener, porque cuando me preguntan se me ocurren muchos. Luego, cuando ya sola seguí con “Madame Zylensky y el rey de Finlandia”, pensé que me faltó citar a Dinesen, a Maxwell, a Brennan, a Spark (que sin apenas conocerla me mostró Kensington), a todos esos rusos tuyos, como los llama otra amiga mía… y me dio rabia ese olvido.
También estos días ha muerto Wislawa Szymborska y por eso dejo aquí hoy un poema suyo y su fotografía, a modo de pequeña huella. No me parece justo que al irnos, se nos recuerde siempre como éramos al final y he querido mostrarla joven y fuerte. Ahora que todo es ya recuerdo, ella es tanto la mujer de la foto, como la que fue un segundo antes de su muerte.
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Estábamos acabando la consulta y se lo pregunté: “¿y si el resultado es positivo?” “te programo para el siguiente día que tenga quirófano”. Yo reacciono de una forma casi extravagante ante las noticias realmente graves: se me pasan los nervios de repente y me transformo en alguien anormalmente sereno, capaz de pensar de forma ordenada. Eso me ha sido siempre de gran ayuda.
Repasé mentalmente las necesidades del supuesto ingreso hospitalario y recordando que, en algún sitio, tenía una bata y unas zapatillas casi nuevas, me fui a comprar el libro que me acompañaría y serviría de excusa cuando quisiese estar a solas. Encontré un ejemplar de la versión revisada de Mujercitas de Alcott en una librería y pensé que sería buena relectura para unos días en el hospital.
El resultado fue negativo y el libro lleva años, pendiente de ser leído, en una estantería de la biblioteca, hasta el próximo susto. Las cosas que nacen por un motivo, quedan ligadas a él para siempre.
Me he acordado de eso mientras ordenaba el escritorio, porque sabía que faltaban libros en el montón que está ahora junto a la impresora. Luego me he dicho que no debería escribir aquí esas cosas, que son demasiado personales, pero ¿qué más da?, si todo es personal.

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