Estoy convencido de que las únicas personas dignas de consideración son las extraordinarias. La gente común es como las hojas de un árbol, vive y muere sin ser observada.

El maravilloso mundo de Oz.
L. Frank Baum.

Para Amanda y Lola. Gracias.

Si la vida fuese la repetición constante de un mismo día y se nos dejara escoger, a mí me costaría muchísimo decidirme. Si por el contrario, pudiese construir un día a base de momentos sueltos, lo tendría más fácil. Y si en vez de un día fuese, un suponer, un mes, creo que lo tendría facilísimo.

Me quedaría con el momento inmediatamente posterior al nacimiento de mi hijo, por ejemplo, con esa hora larga, que a mí me pareció un instante, en que lo tuve sobre mi pecho, exhaustos los dos, él descansando, yo maravillada. Si existe el elixir de la felicidad, debe extraerse de lágrimas como las que brotaban sin yo saberlo de mis ojos, mientras protegía su abrazo.

Rescataría también momentos de mi infancia. Las mañanas de domingo, escuchando embelesada con mi hermano, bajo las sábanas de la cama grande, el cuento que mi padre nos contaba y en el que, invariablemente, los protagonistas eran dos niños como nosotros y un perro que se llamaba Terry (luego tuvimos un pastor belga, de pelo negro y brillante que, no podía ser de otra manera, se llamó así). Mi padre estiraba la historia hasta que nos llegaba el aroma a chocolate caliente de la cocina y entonces se apresuraba hasta llegar al temido “y este cuento se ha acabado” o a colgar en el aire un “continuará” que más tarde le reclamábamos. Me quedaría también, claro, con mis tardes de deberes y baile en la cocina y con aquellas otras, también de domingo, en las que mi hermano me llevaba al cine con sus amigos y yo, mucho más pequeña que ellos, me sentía como una reina rodeada de vasallos. También con las horas solitarias de lectura y pipas Facundo, sentada en la alfombra rosa y peluda de mi habitación infantil.

Pero, al escoger, sé que me saltaría la adolescencia. Nunca he entendido esa pasión del arte por ensalzarla. El cuerpo crece a distintas velocidades, mientras por dentro vamos descubriendo sensaciones, que en el mejor de los casos nos sorprenden y siempre nos asustan. Los ojos nos devuelven imágenes más nítidas y ya nada es blanco o negro, aprendemos que la verdad no es absoluta y que nuestros amigos saben mentir. Eso duele, aunque no tanto como asumir que nosotros también sabemos. Descubrimos entonces que ni los padres son objetivos, ni nosotros los seres perfectos y angelicales que ellos ven cuando nos miran.

De la juventud me quedaría con todas las primeras veces.

Y de la madurez, con días como el de ayer en Sinera. Que personas a las que quiero mucho, me esperen ilusionadas. Verme reflejada en aquella ensalada demasiado exótica para mí y ser yo mi madre de entonces y apartar el tofu sin probarlo y que A. sea yo y se preocupe y me cuide. El mar en calma al fondo del paisaje y oír las risas que llegaban del piso de arriba, delatando una complicidad que siempre soñé con que existiera. La charla larga sobre un proyecto que está arrancando, pero que arrastra muchísimas horas de esfuerzo compartido. El paseo hasta el coche, iniciando un regreso necesario, por la amplia Riera, iluminada de tiendas y de vida.

¿Con qué me quedaré del futuro? Quién sabe… Seguramente habrá momentos deliciosos con los que fabricar nuevos recuerdos. No sé qué virtudes mías pueden ver los otros, yo, de la que más satisfacciones obtengo es de mi capacidad infinita para olvidar.

Hoy estoy contenta, pero es que ayer fue un sábado glorioso.

¡Feliz domingo, socios!

FRANCESCA. Escribo. Leo. Horneo. Siembro.