Marino Azuara. La caricia dorada. En Flickr con licencia CC.
La javanaise (Spotify)

Estos días no puedo ni pensar. Hasta eso cuesta, arrastrando el calor junto con una. Entonces, cuando mi cuerpo se resiste a hacer cualquier cosa y puedo incluso sentir la densidad de la piel que me envuelve, me gusta tenderme en el césped, tranquila tras refrescarme con un baño largo, y jugar a imaginarme cosas.
Dicen que el calor aturde, y debe ser cierto, porque yo ando aturdida estos días, pero también más tranquila en la desesperanza recobrada, ahora que, por fin, (lo sé, lo sé, me despierto tarde) mi cuerpo ha entendido que se acabó la primavera.

Pienso ahora más despacio, sin tanto desasosiego y sintiéndolo menos todo… o será el sudor que hace que también la vida resbale, sin calar hondo.

Y, tendida observando las nubes, mi mente rememora instantes que me hacen sonreír, junto con otros que no han podido ser… o tal vez sí, tal vez ocurrieron, pero tan, tan, tan rápido, que no los puedo recordar con las manos… que es con lo que se recuerdan los momentos más felices.
¡Maldita primavera!… con lo que prometía… ¡habrá que esperar a reverdecer en otoño! 😉


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Ayer vi la película sobre Serge Gainsbourg y el sol me ha sorprendido escuchando sus canciones, inmersa en añoranzas, ilusiones, recuerdos y sueños…  
Hoy la música ha ganado la batalla. Hoy manda Lucien.
Y es que, por él, hubo una tarde, hace ya demasiado,
en la que deseé ser Juliette Greco.
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