OhBo

«Mas ¿quiénes, y de dónde, somos
si de aquel tiempo sólo hay humo
de habladurías y nosotros
no estamos más en este mundo?»

El doctor Zhivago. Borís Pasternak.

¿Qué puede doler? Una herida repentina, los achaques de un cuerpo en decadencia, una molestia antigua, o pasajera, o inventada (como si el dolor del cuerpo protegiera del dolor del alma), un golpe certero en nuestro amor propio, una deuda no saldada (es decir, no restituida, pedir perdón solo es desandar la mitad del camino), el agotamiento de un esfuerzo mal calculado, la soledad no buscada, un recuerdo que nos vergüenza, un remordimiento, el mal augurio de un daño que estamos a punto de infligir, la desconfianza del otro y la propia. El desamor, el rechazo, el abandono, el engaño, la melancolía por lo que creímos que era, pero que no fue. Las mentiras que nos cuentan y las que contamos.

El miedo al duelo, el desamparo tras una pérdida que recordarán las generaciones posteriores (aunque sepamos que nadie se salva). La inquietud impaciente del que espera que el destino dé un giro repentino o que lo que irremediablemente debe ocurrir nos atraviese, las ganas de estar ya al otro lado, disfrutando de una feliz tregua o iniciando el difícil camino de la resignación.

¿Y qué puede curar? La contemplación de la belleza del arte, la feliz convivencia entre la frescura de la juventud y la experiencia de la ancianidad, la sorpresa de lo insólito y la tranquilidad de lo cotidiano. La naturaleza. Los niños. Los jardines domésticos. El mar. Y, cuando no hay nada mejor, la desmemoria.

De la misma forma que podemos sentir nostalgia por la vida no vivida, podemos alegrarnos de olvidar la parte de nuestro pasado en la que encaja un recuerdo feliz, preservándolo así de cualquier cosa que lo enturbie, lo matice o lo afee.

¡Ah! y el amor, sobre todo, el amor. Nos cura y nos salva.

Fotografía: Olga Planas para OhBo.