Mis días no siempre son anodinos, a veces la semana viene cargada de cosas muy buenas o muy malas, esperadas o imprevistas, olvidables o de esas que sabes que recordarás siempre. Cuando eso ocurre, lo primero que deseo es escribirlas y lo hago, pero no aquí, porque aquí no estoy sola y siempre me ha parecido que cuando cuento algo muy importante, si es bueno lo diluyo y si es malo lo hago más grande… y en ambos casos salgo perdiendo.
Sin embargo, esas otras cosas que son simplemente buenas o malas, sin aspavientos, al compartirlas -y transformarlas, que escribir también es adornar, rellenar huecos, mentir al fin y al cabo- adquieren una naturaleza sublime o trágica, que al menos a mí, me hace sentirme más viva.
Pero la razón por la que hoy escribo mucho más tarde de lo habitual no es que me haya sucedido nada memorable.
La primavera me trajo el jueves un fuerte ataque de migraña, entre otras cosas porque la gabardina que me protege del frío al amanecer, me estorba sobremanera al mediodía y hoy, libre por fin de los calmantes, mientras colocaba la ropa de primavera en el armario, he visto que fuera llovía y me ha vuelto a entrar el miedo de recaer. Si la naturaleza fuese tan sabia como dicen, yo hibernaría en el momento justo en el que floreciese el primer almendro y hasta las primeras lluvias otoñales no retomaría mi vida.
Y eso es lo que pensaba hacer hoy, hibernar a mí manera, es decir, hacer lo mínimo imprescindible para sobrevivir, que es poco, pero he abierto la caja donde guardo los trastos de la caligrafía y a lo tonto a lo tonto me he tirado dos horas emborronando letras, hasta que ha llegado la bella Lola y he acabado preparando una de esas comidas de domingo que no se acaban nunca. Lo que no tenía -y me extrañaba- eran ganas de escribir, pero he abierto los correos que no miraba desde que empezó el dolor de cabeza y me he encontrado con una bonita carta de alguien de quien que hacía tiempo no sabía y con otra a la que acompañaba una foto de un puente. Y me ha alegrado sobremanera, porque los puentes -de piedra, de madera, de hierro o de palabras- son mi debilidad.