PlumillasInglesas

Quizás todas las cosas ya estén perdidas de antemano secretamente en algún lugar remoto. Al menos existe un lugar tranquilo donde todas las cosas van fundiéndose, unas sobre otras, hasta conformar una única imagen. A medida que vamos viviendo no hacemos más que descubrir, una tras otra, como si tirásemos de un hilo muy fino, esas coincidencias.

Sputnik, mi amor. Aruki Murakami.

De pequeña, siempre estrenaba la ropa de primavera, tal día como hoy. Era una tradición, al menos entre las niñas que utilizábamos uniforme y para las que todo lo demás significaba fin de semana, fiesta y libertad.

De mi ropa de entonces -el uniforme, definitivamente, no era ropa- recuerdo que sentía predilección por las Victoria blancas que me dejaban ponerme los fines de semana siempre y cuando no hubiese que ir de visita -entonces se hacía eso, menos mal que por fin acabó esa tortura para los niños; a mí, para ir de visita, me ponían unas merceditas de charol blanco que he olvidado, pero que siguen en las fotos de mi infancia-.

También me compraban una palma tan alta como yo, con adornos colgantes, que luego guardaba en mi habitación hasta que se ponía medio fea solo y mi madre la tiraba.

Pero el motivo por el cual hoy era un gran día es que empezaban las vacaciones -no como este año, que tendré que esperar- aunque eran unos días pretendidamente tristes, porque la alegría estaba prohibida, cerraban los cines y en la televisión repetían las mismas películas un año tras otro ¡qué harta estaba de ver a Victor Mature en La túnica sagrada!, creo que por eso no soporto las películas de romanos.

Otra cosa que pasaba mucho es que todo el mundo se hacía promesas a sí mismo: no volveré a hacer esto, a partir de ahora me comportaré de tal manera; y a los demás: no te contestaré nunca mal, quitaré la mesa sin que me lo tengas que decir mil veces, recogeré mi habitación sin enfadarme… Eran momentos de punto y aparte, de borrón y cuenta nueva, y tras la expiación de los pequeños pecados cotidianos, llegaba el domingo de resurrección y nos íbamos toda la familia al teatro, a ver a Martínez Soria.

Y a pesar de todo, me gustaba la Semana Santa.

Ahora es distinto. Ahora ya sé que las promesas solo comprometen a los que las reciben, nunca a los que las hacen. Por eso nadie se siente obligado a cumplirlas, mientras que el receptor debe estar eternamente agradecido por algo que solo le ofrecieron, pero no llegaron nunca a darle.

¡Feliz domingo, socios!