De ayer a hoy. Con el paso de los años las perspectivas se vuelven borrosas, los inviernos se mezclan unos con otros. El de 1965 y el de 1942. En 1965 no sabía nada de Dora Bruder. Pero hoy, treinta años después, mis largas esperas en los cafés del cruce Ornano, mis itinerarios, siempre los mismos —recorría la calle Mont-Cenis hasta alcanzar los hoteles de Butte-Montmartre: el hotel Roma, el Alsina o el Terrass, en la calle Caulaincourt—, y todas las impresiones fugaces que conservo: una noche de primavera en que se oía hablar en voz alta bajo los árboles del parque Clignancourt, y de nuevo el invierno, a medida que bajaba hacia Simplon y el bulevar Ornano, nada de eso me parecía debido simplemente al azar. Quizá, sin tener todavía una conciencia clara, andaba tras la pista de Dora Bruder y de sus padres. Estaban ya allí, en filigrana.
Dora Brudel. Patrick Modiano.
Suelo pensar que la vida no es más que el resultado de lo que nosotros hacemos con los acontecimientos que van saliendo continuamente a nuestro encuentro. Unas veces es más difícil que otras lidiar con ellos y, estos últimos cuatro meses, los míos han sido de una intensidad agotadora. Debía concentrarme en recorrer ese camino lleno de obstáculos -que sin embargo tantas alegrías me ha proporcionado, porque nada se desdibuja ni se pierde cuando uno pone atención en lo que sucede a su alrededor y en mi caso, junto a cada foso siempre ha habido un puente y, sobre todo, una mano a la que sujetarse para seguir hacia adelante-, y para ello necesitaba aislarme del ruido. Y me fui al mar.
De joven era de esas personas que no necesitaban apenas motivos para irse, pero a las que era casi imposible hacer volver. Todo se templa con los años, pero en algunos aspectos lo sigo siendo, aunque no en el de las querencias, en eso soy de las que persisten en encontrar el oro que les pareció ver brillar el primer día, en apenas un parpadeo del otro; del amor me cuesta huir. Tampoco sirve la regla para las cosas que me apasionan y, sin embargo, hubo días en los que creí que acabaría cayendo en la tentación de no volver.
Como a Kay, parecía que se me había metido un pedazo de cristal del espejo de la Reina de las Nieves en el ojo y otro en el corazón (qué miedo me daba ese cuento de pequeña y cuánto me alegraba entonces el que en Barcelona apenas nevase), que me separaba de las cosas, porque lo que protege también aísla. Aunque os cueste creerlo, apenas he leído durante este tiempo, casi no he escrito… Mi regreso exigía una razón y la razón ha sido Modiano, ese escritor que no necesita adornar su prosa para zarandear la emoción escondida, que ya casi habíamos renunciado a sentir.
El viernes me enteré de la noticia de su Nobel, leyendo un artículo en el que reproducían el primer párrafo de su última novela, que acaba de publicar Gallimard, y quiero pensar que al leerlo se rompieron mis propios cristales helados, porque añoré este espacio y a vosotros.
Presque rien. Comme un piqûre d’insecte qui vous semble d’abord très légère. Du moins c’est ce que vous vous dites à voix basse pour vous rassurer. Le téléphone avait sonné vers quatre heures de l’après-midi chez Jean Daragane, dans la chambre qu’il appelait le “bureau”. It s’était assoupi sur le canapé du fond, à l’abri du soleil. Et ces sonneries qu’il n’avait plus l’habitude d’entendre depuis long-temps ne s’interrompaient pas. Pourquoi cette insistance? À l’autre bout du fil, on avait peut-être oublié de raccrocher. Enfin, il se leva et se dirigea vers la partie de la pièce près des fenêtres, là où le soleil tapait trop fort.(*)
El año pasado me llevé una sorpresa al leer la noticia del Nobel de Alice Munro, que este año ha sido mayor, porque me costó entrar en su universo, pero acabé sintiendo debilidad por Modiano, ese escritor al que asocio con los cafés de París, la ciudad que con tanta precisión describe siempre en sus novelas. Ese escritor que, como muchos de nosotros, reivindica a Chandler y su Marlowe, al que Banville ha resucitado con el respeto y la maestría del devoto en “La rubia de ojos negros”, novela que espero acabar esta tarde, ya liberada del maleficio de la Reina de las Nieves, gracias a Modiano.
Presque rien.
¡Feliz domingo, socios!
(*) “Casi nada. Como una picadura de insecto que parece al principio muy ligera. Al menos eso es lo que uno se dice en voz baja para tranquilizarse. El teléfono sonó sobre las cuatro de la tarde en casa de Jean Daragane, en la habitación que él llamaba la «oficina». Se había quedado dormido en el sofá del fondo, al abrigo del sol. Y esos timbrazos que no solía oír desde hacía mucho tiempo, no cesaban. ¿Por qué esta insistencia? Al otro lado de la línea, quizás se habían olvidado de colgar. Por fin, se levantó y se dirigió hacia la zona de la habitación cerca de las ventanas, donde el sol daba demasiado fuerte» (disculpad los posibles errores, la traducción es mía).
En este domingo que promete otoño ha sido una alegría descubrir tu regreso.
Por supuesto sé que estás, siempre, pero ¡que reconfortante me ha resultado volver a entrar en este espacio y leerte!
Bienvenida, no te marches más.
Han sido meses complicados, tanto que, por una vez, voy a quedarme con que lo que importa es el final.
También sé que estás ahí siempre, pero no podido evitar alegrarme al ver que habías acudido a leerme en ese regreso tardío.
Un abrazo.
Se echaban de menos esos comentarios matutinos los domingos. Igual sólo necesitabas «un libro para que fuera el hacha para el mar helado de nuestro interior», como dice Kafka.
A mí también me ha encantado el Nobel de Modiano. Mi «amigo» Benigno quedó francamente impresionado con uno de sus libros.
http://benignofontes.blogspot.com.es/2014/09/calle-de-las-tiendas-oscuras-patrick.html
Lo mismo le pasó el año pasado con Munro. Igual se puede contratar de pitoniso para el próximo.
Saludos.
Hola José Antonio, ya puedes decirle a Benigno que queda contratado como pitoniso para el año próximo.
A mí, después de lo de Munro, ya no me sorprenden. Debe haber alguien en el jurado con mis mismos gustos literarios, a ver si dura…
¡Qué bonita frase la de Kafka! No la conocía. ¡Gracias por el regalo!
Nos leemos…