
Partiendo de mucho
“La vida no tiene sentido, es cruel, necia y a pesar de todo maravillosa. No se burla de los hombres (que para eso hace falta tener espíritu), pero tampoco se ocupa de ellos más que de los gusanos. Que precisamente el hombre sea un capricho y un juego cruel de la naturaleza, es un error que imagina el hombre porque se considera muy importante. Tenemos que ver que a nosotros, los hombres, la vida no nos resulta más difícil que a cualquier pájaro u hormiga, sino más fácil y más hermosa. Tenemos que aceptar la crueldad de la vida y la necesidad de la muerte, no con lamentos, sino saboreando esta desesperación. Sólo después de digerir toda la atrocidad o falta de sentido de la naturaleza podremos empezar a enfrentarnos a esta cruda falta de sentido y arrancarle un significado. Es lo máximo y lo único de que es capaz el hombre. Todo lo demás lo hacen mejor los animales. Para la mayoría de los hombres la falta de sentido de la vida es una desgracia tan nula como para los gusanos.
Pero precisamente los pocos a los que les hace sufrir y empiezan a buscar el sentido son los que constituyen el sentido de la humanidad.”
Lecturas para minutos. Hermann Hesse.Traducción de Asunción Silván Pobes, Olasagasti.
Alianza Editorial, 2012.
Pasan los años y, con suerte, nos abocan a esa edad que yo llamo “filosófica” en la que nos preguntamos sobre el mundo e intentamos comprenderlo y dejamos de echar un vistazo a la vida, para pasar a observarla con detenimiento. No es fácil, porque si el tiempo ha hecho bien su trabajo, a estas alturas uno se mueve ya en el pequeño margen que hay entre la desilusión y la esperanza, y sabe que, ante los errores propios y ajenos, no cabe más consuelo que el de que las consecuencias del dolor infligido haya sido mínimas.
Yo estoy ahora ahí, posando sobre los otros una mirada que solo se detiene en lo sereno, lo humilde, lo fuerte, lo concreto. Lo sabio, si existe.
La juventud sueña, porque todavía cree en los infinitos (el tiempo, las posibilidades propias, la capacidad de perdón propia y ajena, …), pero cuando la finitud se hace presente en nuestro pequeño mundo, la realidad cobra un valor inesperado. Ya no cuenta tanto lo que hubo como lo que hay, lo que fue como lo que es, lo que deseábamos sentir como lo que sentimos.
Y ante la duda sobre a quién y a qué dedicar el tiempo que nos queda, al menos yo, ya no me pregunto cuánta felicidad seremos capaz de darnos, sino cuánta nos damos.
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A punto de emprender un nuevo viaje vital, me gusta el desasosiego, casi infantil, que siento ante los meses venideros, en los que prepararé las maletas emocionales que me acompañarán durante el trayecto y que he de llenar de lo imprescindible para sobrevivir una vez llegue a mi destino.
Ando estos días en la tarea de elegir el libro que leeré en el «mientras tanto». Creo que lo tengo ya. Me lo ha regalado hoy J., sin motivo aparente. Él ya sabía que me gustaba, lo que tal vez no sabía era el porqué de mi elección. Yo no leo las contraportadas, ¿para qué? Siempre alaban el texto y a veces -las más- destripan el argumento. En lo que yo me fijo, ¡mucho y cada vez más!, es en la dedicatoria.
La de esta novela es un mar de amor y de esperanza.
“A Luis. Otra vez, y nunca serán bastantes”.
Fotografía, Daria Shevtsova