Pachulí, mirra, rosa damascena

¿Os ha pasado alguna vez que vais a hacer balance de año y os parece que no ocurrió nada que podáis calificar, ya no digo como “malo”, si no como “regular”? Lo pregunto porque a mí es la primera vez que me pasa. Deben haberme ocurrido cosas malas, pero las buenas han sido tantas que las han enterrado en mi memoria y soy incapaz de recordarlas.

Eso en lo personal, que en lo literario he perdido a Javier Marías, que si bien es verdad que tiene mucha obra publicada, debería haber podido elegir si deseaba seguir publicando. Lo bueno de los escritores es que no mueren nunca como tales, porque dejan todo lo escrito y yo he querido que el primer libro de este año sea el primero que publicó, “Los dominios del lobo”. Es impresionante el arte que muestra ya en esta novela para atrapar al lector en las primeras páginas, creo que no he visto otra cosa igual. Todos los lectores que conozco tenemos un margen previsto para dejar que las lecturas nos conquisten, pero con Marías ni te acuerdas de eso, porque te coge de la mano en el primer párrafo.

“La familia Taeger, compuesta por tres hijos -Milton, Edward y Arthur-, una hija -Elaine-, el abuelo Rudolph, la tía Mansfield y el señor y la señora Taeger, empezó a derrumbarse en 1922, cuando vivía en Pittsburgh, Pennsylvania.”

Con eso basta para que me pique la curiosidad de saber qué pasó con ellos y porque fue exactamente en 1922 cuando la cosa empezó a ponerse mal.

A mí la muerte de Marías me pilló desprevenida, como pillan todas las muertes, pero con la resignación de quien ya se sabe joven solo para morirse.

Eso es lo que me ha faltado a mí siempre, ya veis, la cabezonería, el empecinamiento, la tozudez en cualquiera de sus acepciones, no es más que falta de resignación. “Rézale al Santo Job, que falta te hace” me dijo una de las monjas del colegio, cuando yo no sabía todavía que sufría de la impaciencia estúpida de quien no sabe que la prisa nos pone orejeras que nos obligan a mirar al frente, cuando la vida, donde está es alrededor. Por eso yo vivía en los libros y por eso creo que les debo tanto.

Como mi cumpleaños está peligrosamente junto a la Navidad, he abierto bastantes regalos, excepto el que me hacía a mí misma cada año, porque creo que este estudio en el que estoy escribiendo ahora, frente a una de esas ventanas que van de suelo a techo, desde la que estoy viendo como la lluvia reverdece el césped de mi acera… bueno, seguramente ese es el regalo que me he hecho este año, sin saberlo siquiera.

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