-¿Qué és? -me dijo.
– ¿Qué es qué? -le pregunté.
-Eso, el ruido ese.
-Es el silencio…Luvina. Juan Rulfo.
Cuando más intensamente vivo, más escribo. Pero para mí “vivir con intensidad» no significa tener una agenda atiborrada de cosas por hacer, que acaban en sí mismas y son tachadas al final del día o la semana. Vivir intensamente, en mi opinión, es ser plenamente consciente de mi presente, aprovechar la experiencia que me aporta, valorar lo que hago bien y reconocer mis errores, pero perdonarme por ellos.
Vivir con intensidad también es pensar, escuchar, hablar, decir y callar. Leer lo que otros escriben y escribir. Disfrutar de la música y del silencio. Pero, sobre todo, intentar comprender sin juzgar, aceptar el criterio del otro y permitirle que nos intente convencer e intentar convencerlo, porque aunque ninguno de lo dos logremos nuestro propósito, en ese enfrentamiento dialéctico, en ese consentir que cuestionen nuestra opinión, está el germen del respeto, no solo al otro, sino a uno mismo.
Abrir la mente y el corazón. Compadecernos y dejar que se compadezcan de nosotros.
Como sabéis, hace ya unos meses que regresé a mi trabajo de siempre, tras los cinco años de excedencia, que milagrosamente se estiraron hasta dejarme leer la tesis con cierta tranquilidad. Eso, que siempre estuvo previsto de esa forma, aunque en el último año jugué a ver qué pasaría si actuaba como si no fuese a volver nunca (pero esa es otra historia, que contaré en su día, posiblemente en otro lugar y con otro formato), resulta que me ha acarreado, además de muchas ventajas e inesperadas alegrías, un inconveniente que no es pequeño. Tras tanto tiempo refugiada bajo la campana protectora del maravilloso despacho que A. diseñó para mí en la calidez del hogar, mis defensas deben haberse quedado anticuadas y ahora me está pasando como a los niños en su primer año de guardería: virus que se me acerca, virus que se queda a vivir conmigo el tiempo que haga falta.
El viernes, como cada semana, fui al cine, pero ya no pude disfrutar del café posterior, porque los estornudos, la tos y unas mejillas sospechosamente sonrosadas, me obligaron a ser prudente y emprender el camino a casa… donde he hecho una auténtica cura de sueño (otra)… madre mía… qué manera de dormir… ¿llegará algún día, por fin, la primavera?
Yo, de momento, he empezado a tomar medidas, para poder disfrutarla cuando aparezca y, a pesar de mi desapego por la fruta, estoy poniendo en práctica aquello de “one pear a day, keeps the doctor away”… vale, el dicho no es exactamente ese, pero por algo hay que empezar ¿no? y una tiene sus preferencias… a ver si hay suerte…
¡Feliz domingo, socios!
La primavera está llegando jeje y se nota …
Siempre me he preguntado que se siente al volver …
A veces pensé en irme a otro trabajo, pero creo que me «enamore» de mi hospital como si de un amante se tratase, y así seguimos …
¡Feliz semana!
Juana, puedo asegurarte que volver es una experiencia que vale la pena vivir, los reencuentros siempre son agradables, sobre todo en un ambiente como el que se vive en un hospital ¡qué te voy a contar que tú no sepas! uno es tan consciente de que hay que celebrar las pequeñas cosas… total, que a una charla en el office tomando un café de máquina, le hacemos las mismas alegrías que si nos estuviésemos tomando un cóctel en una playa tropical 🙂 Somos así…
A veces en el delirio de estar haciendo muchas cosas se pierde la oportunidad de poder desearlas, interiorizarlas, vivirlas conscientemente y luego posarlas, comprenderlas, hacerlas nuestras… te comprendo muy bien, Francesca.
Difíciles tareas te planteas, comprender sin juzgar, compadecer…
Sí, Judith, a veces he tenido la sensación de andar como pollo sin cabeza, de aquí para allá… haciendo tonterías, porque lo que puede hacerse sin reflexionar, al final de poco sirve.
Pero estoy aprendiendo, o al menos lo intento, porque ando ahora rodeada de maestros en ese arte. ¡Yo es que siempre que me dejo llevar por la vida, acabo en buen puerto! 😉