«Cierto tipo de gente que se cree superior suele decir con suficiencia que ‘todo es relativo’, lo cual es absurdo, porque si todo fuese relativo, no habría nada relativo a ese todo».
ABC de la relatividad. Bertrand Russell.
Mi semana empezó con una noticia mundana, “cierra la mítica Vinçon” leí en el periódico de la mañana. Me lo tomé menos mal que cuando cerró Gales –temí y acerté, que fuese solo el principio-, pero peor que el día que a través de la ventana del autobús vi que la esquina de Gonzalo Comella era ya solo eso, una esquina, y yo había perdido el templo en el que me consolaba de casi todo (todavía recuerdo el día en el entré allí cargando con las penas de un desamor y salí sin ellas -y arruinada- pero con una maravillosa cazadora de piel del color menos práctico del mundo, que pronto se convirtió en símbolo de mi nueva libertad). Lo de Vinçon me ha producido el dolor de lo inesperado; parecía intocable, era la viva esencia de Barcelona y por eso dicen los propietarios que lo cierran, la Barcelona de Vinçon ya no existe. La ciudad me recuerda que me estoy haciendo vieja.
Como quiero dedicarle tiempo y esfuerzo a mi nueva cámara digital, ayer empecé el fin de semana hojeando los álbumes de fotografías familiares. No son demasiados, pero bastaron para que me diese cuenta del problema. Entre la chica de ayer y la adulta de hoy siento que prácticamente no ha cambiado nada y sin embargo no me reconozco cuando me miro al espejo. Las inseguridades siguen ahí, las dudas, el amor propio, la quijotesca fe en que un mundo mejor es posible, también me acompañan, pero ahora ya no están solas, las arrugas se han sumado a la fiesta y parece que les gusta, porque cada día que pasa veo más reflejadas en ese cristal velado al que me enfrento por la mañana. Y Vinçon cierra.
Yo curaba mis dudas, mi fragilidad, mi miedo, paseando por una ciudad en la que me reconocía y que ahora me resulta cada día más extraña, a pesar de que me muevo casi exclusivamente por lugares conocidos. Los miedos de ahora no son como los de entonces, pero son miedos al fin y al cabo ¿qué voy a hacer ahora, cómo los adormeceré?
Contemplo la Diagonal, entre Paseo de Gracia y Francesc Macià y me faltan Gales, Mantequerías Leonesas, Gonzalo Comella, Granja Catalana, Blanco, Podium, Ancora y Delfín (seguro que si pensase un poco recordaría más) y que todo lo ocupa ahora un imperio que tiene diferentes caras pero una misma caja registradora. Lugares intencionadamente incómodos, como el nuevo adoquinado, “no te entretengas, haz lo que hayas venido a hacer y vete de aquí” parecen decir todos ellos. Más allá del lago menorquín el panorama es desolador, la guinda del pastel la pone un Kahala reconvertido en casa de comidas.
Y concluyo que Vinçon ha hecho bien en cerrar. Esta ciudad ya no se la merece.
Ha sido una semana intensa: curso de formación, momento kafkiano y mala noticia incluidas. Por supuesto todo queda velado ante la imagen de esa mujer joven y herida, que tendrá que exprimir las fuerzas de su cuerpo frágil, para enfrentarse sola a un enemigo silencioso que ataca desde dentro. La vida, a veces, es una guerra y, ante la urgencia de sobrevivir, cualquier otra cosa pierde importancia.
Mis pequeñas contrariedades diarias se calman ante la visión del dolor de otro. El respeto me impide siquiera pensar en quejarme, porque no todo es relativo. No lo digo yo, que lo dijo Russell.
¡Feliz domingo, socios!
Fotografía: E.Arroyas
Pues no coincido con Bertrand Russell, que lo diga alguien importante no quiere decir que sea cierto. De hecho el tono de su máxima se acerca bastante a la suficiencia que él mismo parece criticar.
Por ejemplo, a muchas personans Vinçon no les dice nada más que otro templo pijo para comprar en el Paseo de Gracia y de poca antigüedad (¿veinticinco años?) según la edad que uno tenga. A mí Gales y Gonzalo Comella solo me producen el leve cosquilleo del respeto por ciertas tiendas en las que nunca pude comprar. En cambio me da una pena infinita ver cerrada una pastelería humilde del Turó de la Peira de poco más que cincuenta años de antigüedad. Ves como todo puede ser relativo, depende del cristal con que se mira. ¿Era Campoamor quién lo decía?
Feliz Domingo.
JA
En este caso, la pastelería del Turó de la Peira y Vinçon son lo mismo: escenarios de nuestra niñez o primera juventud. El producto y el precio no son relevantes aquí, sino su valor como símbolo de un tiempo en el que fuimos otros, menos resabiados, pero más puros, me temo… Eliminar el paisaje de nuestra infancia, sea cual sea, nos deja huérfanos de referencias, desprotegidos…
Vinçon abrió en 1941. Si no cuento mal son 75 años, pero en todo caso la cifra no es lo importante, lo que importa es que ya estaba ahí cuando nosotros llegamos, o lo que es lo mismo: yo no he conocido un Paseo de Gracia sin Vinçon.
Fue además emblema del diseño, que no de la ostentación, y le dio carácter a la que fue mi ciudad. Hubo un tiempo en el que era tan solo el buque insignia, sin embargo últimamente se había convertido en una especie de isla del pasado, condenada a morir aprisionada entre la vulgaridad y el lujo, conceptos que suelen darse la mano.
Lamento el cierre de la pastelería también (la que había en Cadí con Aneto era más antigua y al cerrarla se llevó consigo los brazos de gitano de mi más tierna infancia).
Respecto al relativismo, la teoría de Einstein tenía que ver con las leyes físicas y de hecho establecía un marco absoluto e invariable para todo el universo conocido. Pero aunque no fuese así, yo me refiero (y Russell me atrevo a decir que también) al relativismo social y moral.
El cáncer de mi compañera es más grave que mi falta de sueño. En términos absolutos. No creo que haya forma humana de convencerme de que eso está sometido a ninguna relatividad conocida o por conocer.
Y, José Antonio, pasa además que yo ante Russell no me quito el sombrero… me quito la cabeza si es preciso. Qué le vamos a hacer, soy muy fan 🙂
Un abrazo.
¡Y muchísimas gracias por comentar!
Respecto al relativismo moral o social coincido plenamente. Y sobre el respeto a Russell también.
La Pasteleria Pons no era ningún templo, igual que Vinçon. Ni siquera un símbolo, solo eso, escenarios de nuestra niñez. De cuando mi padre de forma excepcional compraba ese brazo de gitano.
No siento ninguna pena por la desaparición de Vinçon, sólo muere de su intento desmesurado de éxito. De cultural solo tiene el edificio. Reconozco que yo entraba de vez en cuando sólo a pasear y me asustaban sus precios. Alguna vez incluso compré.
Rebuscando en mi frágil memoria recuerdo las facturas impresionantes que tramitaba en mi época bancaria hace unos cuarenta años o sea que de números ando mal.
Lo serio y nada relativo son los dramas personales. El de tu amiga o el de los trabajadores que se quedan en la calle. Ahí no hay relatividad, ni siquiera la de Einstein. No se pueden medir con fórmulas.
Un beso.
JA