Ni en la enramada más boscosa
cuando los corazones no se avienen
podrán protegeros los árboles
de la furia de los vientos.

Thomas Hardy

♫ See me beautiful

 
 

Me he cortado el pelo y ahora tardo menos en reconocerme en el espejo. Antes era una melena leonina y un rostro al que me ha costado acostumbrarme a volver a ver cada madrugada, deformado por la ligera hinchazón que produce el sueño, cuando es el despertador quien te saca de él de forma abrupta y la imagen reflejada es sin duda la tuya, pero en esa postura rara a la que te somete la higiene dental, con los ojos todavía entreabiertos y la boca torcida en una extraña mueca… despeinada… no soy yo… no puedo ser yo…

Pasa media hora desde que me bajo de la cama para caer al mundo, hasta que me contemplo, con las pinturas de guerra en su sitio (en verano pocas, pero algunas, porque necesito disimular mi escasa afición al sol, para no ofender al personal, que a la gente le asusta un rostro pálido en agosto y, en general, cualquier cosa que indique que alguien es capaz de saltarse las normas o que no necesita volver de los fines de semana tostado cual torrezno, para aparentar estancias en la costa, propias de la economía de otros tiempos… aunque muchas de esas moreneces se consigan tras apacibles tardes en la tumbona de una terraza ciudadana).

Bueno, a lo que iba, que ahora, por las mañanas, tengo media hora para reconciliarme conmigo misma ante el espejo, pero aún así, disfrazada de señora mayor (podría decir madura, pero yo madura soy desde que llevaba trenzas, así que no me parece propio el adjetivo en este caso) que acude a su trabajo, a veces miro y no reconozco a la persona que veo frente a mí, encerrada tras el cristal. No sé quien es, pero desde luego, no soy yo. Yo no tengo ese entrecejo arrugado, que solo consigo borrar frotando fuerte con el dedo embadurnado en crema hidratante. Yo soy joven… ¿qué digo joven? en verano especialmente, soy todavía la niña que se acurruca en un rincón, con un polo de limón en una mano y una novela en la otra. La que ríe, la que llora, la que protagoniza la historia o la que observa a los personajes y se irrita por no poder avisarles de la traición o el amor que ella ve claramente, porque leyendo puede entrar en los corazones de todos ellos y saber lo que las personas que otro inventó no saben… esa soy yo, la pequeña lectora que cree que los personajes de la novela sufren de verdad y necesitan su ayuda.

Cada mañana veo las arrugas desaparecer bajo mi dedo índice y de repente se me ocurre que llevará un día en que dejarán de hacerlo y entonces, seguramente, mi mirada se tornará triste, porque tendré los ojos llenos únicamente de recuerdos y sabré que ya nada podrá volver a sorprenderme…

Pero, mientras eso pasa, creo que iré a acurrucarme en el sofá, junto a la ventana, a leer un rato. O a jugar. O a hacer lo que solo los niños saben hacen en verano: ¡aburrirme!

¡Feliz domingo, socios!