No nos hacemos más fuertes con el paso de los años. La acumulación de penas y sufrimientos va mermando nuestra capacidad de soportar el dolor, y como el padecimiento y la tristeza son inevitables, incluso un pequeño revés en la edad tardía puede repercutir con la misma fuerza que una gran tragedia cuando éramos jóvenes. La gota que hace rebosar el vaso.
Sunset Park. Paul Auster

En estas que te dan una noticia y sabes que has de subirte a un tren con urgencia para estar donde debes. Tienes por delante demasiadas horas sentada junto a vete tú a saber quién, como para dejarlas vacías, así es que decides llevarte un libro para el viaje, pero estás acabando «Patria», que sí, vale, no acaba de descarrilar del todo -como esperabas, porque tú eres de esperar esas cosas y desconfías de cualquier novela que no tengas que encargarle a tu librero-, pero a estas alturas de la lectura tampoco parece que vaya a elevarse más de lo que ya lo ha hecho y a ti eso no te parece que merezca cargar con ella más de 1.000 Km. Lo cierto es que la novela en cuestión pesa un quintal.

Entonces vas y rebuscas en tu biblioteca y nada, no hay manera, mira que estabas segura de que tenías un montón de libros pendientes, pero resulta que si están en ese montón es por algo y ese algo te impide meterlos en el bolso más grande que tienes, junto a las cuatro cosas que piensas llevar encima. No te resignas y subes al estudio, sabes que allí reservaste una estantería para las novelas inacabadas: porque las empezaste a leer en mal momento o porque llegó a tu vida uno de esos desastres cotidianos que te sume durante un tiempo en una especie de ceguera lectora -y solo sabes que te has curado cuando vuelves a entusiasmarte por una historia- y te pilló con una de ellas a medias .

Pongamos que en esa estantería llena de contratiempos, te tropiezas con Sunset Park y que recuerdas quién te lo regaló, pero no -para nada- que te escribió una dedicatoria preciosa.

Subes al tren y un revisor, en el estricto uso de la estricta legalidad, te obliga a hacer el viaje en solitario, enviando a tu acompañante de última hora a ocho vagones de distancia nada menos. ¿He dicho que haces el viaje en solitario? no, qué va, lo haces con Auster, pero primero leerás la dedicatoria y como vas en ese tren a lo que vas y tienes el corazón encogido, lloras sin aspavientos ni gimoteos, porque no lloras de pena, o al menos no solo de eso, lloras de amor y de amistad.

Cada libro tiene su momento y está claro que el de Sunset Park era ese. Jueves por la tarde, AVE Barcelona Sants-Madrid Puerta de Atocha.

De lo que ocurrió en ese viaje -y de Patria- hablaremos otro día, pero una de las cosas que aprendí fue que, como dice Auster, no nos hacemos más fuertes con el paso de los años.