Autómata. E. Hopper, 1927
He was too good to me. Carmen McRae

Es en la vida cotidiana, buscando restaurantes, tiendas y un lugar donde vivir, cuando encontramos nuestra vía para entrar en la ciudad. Y hay que encontrar una vía propia en Nueva York. Porque no es una ciudad hospitalaria. Es muy grande y no tiene corazón. No es encantadora. No es simpática. Es agitada, ruidosa y descuidada, es un lugar duro, ambicioso e irresoluto, no muy animado, y nunca alegre. […] En casa o lejos, sentimos añoranza de Nueva York, no porque Nueva York fuese mejor o peor, sino porque la ciudad nos posee y no sabemos por qué.

Crónicas de Nueva York, Maeve Brennan

Reconforta coger este libro pequeño entre las manos (maravillosa la encuadernación de Ediciones Alfabia) y complacerse leyendo lo que Maeve Brennan ve, imagina o recuerda, mientras pasea por las calles de Nueva York o se sienta junto a los ventanales de sus cafés a mirar a hurtadillas a la multitud de solitarios que recorren sus calles. Nunca nadie vio tanto, ni nos contó tan bien los gestos ajenos y la emoción que contienen, como ella en este libro que recoge las mejores crónicas que escribió para New Yorker.
Me entusiasmó De visita y no paro de recomendarlo, a sabiendas de que es difícil conseguirlo en estas librerías nuestras que tan atentas están a las novedades, sean o no de calidad, pero retiran sin remordimientos un libro bello como pocos. Esperaba más traducciones de la autora y compré esta nada más aparecer.

Hoy he visto al hombre que hace lo correcto en el lugar adecuado y el momento adecuado y lo sabe. Creo que también debe de ser el hombre que lleva el compás cuando todos los demás lo hemos perdido. Controla muy bien sus tempos. Sabe cuándo callarse y cuándo hablar. Tal vez lo sabe todo. Quizá tenga todas las preguntas a las respuestas que yo tengo.

Me imagino a la escritora leyendo historias en las caras de los transeúntes, para contárnoslas después con un nivel de detalle sobrecogedor, porque Maeve Brennan lo veía todo, también el alma; sobre todo el alma.

Mientras esperaba junto al mostrador, miró por la tienda, con curiosidad, pero con aire impersonal y triunfante, del modo en que miran los niños cuando ven algo que les gusta pero no desean.

¿De cuánta sensibilidad debe estar dotada una persona para ser capaz de distinguir esa mirada?

Celebré mi quinto cumpleaños en aquella casa y también mi diecisiete cumpleaños, y debo decirte que cinco está más cerca de diecisiete que diecisiete de cinco. ¿Qué opinas?

¿Cuánta delicadeza se necesita para conocer la diferencia? ¿y cuánta osadía es preciso atesorar para intentar establecer una conversación con el lector?

Es este un libro que retrata Nueva York, pero también vemos, observando esa ciudad, las solitarias multitudes de las nuestras, deambulando por sus calles.
……
La semana ha pasado corriendo. Roto el ritmo (o recuperado) por un viaje a Madrid que empezó bien y del que salí con la deuda de volver, como siempre que voy a esa ciudad de la que adoro todo, puesto que la ausencia de cotidianeidad me evita el sufrimiento que toda gran ciudad nos inflinge. Madrid es para mí, además de la mejor pinacoteca del mundo, el nido de gran parte de la tribu familiar con la que me reencuentro menos de lo que debería.
Ocurre también que octubre empieza siempre con una pequeña celebración personal a la que este año se ha unido la consecución de un sueño compartido con amigos, de forma que no ha habido respiro en cuanto a alegrías se refiere.
Los días se atropellaban y yo temía llegar tarde a todos sitios, mientras leía a Maeve Brennan, una escritora que escribía como si nadie la esperase…

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