No me importa lo que especulen o las respuestas que se den. Vivimos como podemos, hacemos lo que debemos hacer, y no todo se rige por parámetros freudianos o victorianos.

En lugar seguro. Wallace Stegner.

 

Cada vez soy menos activa en las redes sociales. No ha sido algo premeditado, en realidad todo empezó en un momento en el que mi vida analógica necesitaba un extra de dedicación por mi parte, pero cuando ese alejamiento de la nube dejó de ser un imperativo, me di cuenta de que había rebajado considerablemente mi nivel de estrés. Y es que las redes sociales nos ayudan a ampliar nuestro mundo, permitiéndonos hacer y conservar amigos con los que difícilmente hubiésemos coincidido de otra forma, en tiempo y espacio, pero también pueden ser una puerta de entrada para elementos de presión social que nos obligan a gastar cantidades ingentes de energía no solo en cosas que no son importantes, sino -y en el matiz está lo grave- en cosas que ya sabemos que no nos importan. Al cambiar el medio, todo varía de aspecto y es más difícil detectar esas directrices sociales que nos incitan a actuar como masa en vez de como individuo libre, que es lo que en realidad somos, y que se cuelan en nuestra vida -una vez más- por esta otra vía, más etérea, pero igual de oprimente.

Como me gusta analizar la sociedad y leer a los que saben diseccionar los comportamientos sociales y analizarlos hasta sacar conclusiones con las que unas veces comulgo y otras no, pero de las que siempre aprendo, de sobras conocía ese peligro. Lo que no esperaba era caer en la trampa, hasta el punto de que tomar distancia de la actividad virtual resultase relajante.

¿Es lógico sentirse culpable por no crear o difundir contenidos de calidad con la frecuencia que habíamos planeado, si, como es mi caso, nuestro sustento no depende en absoluto de nuestra actividad digital? Cuando nuestras cuentas de Twitter, Facebook o Slideshare no son de trabajo, cuando de nuestro perfil en Linkedin no depende ninguna oferta laboral, cuando el número de seguidores de nuestro blog es solo un motivo de alegría personal y no una oportunidad de negocio… ¿por qué angustiarse si no desplegamos una actividad frenética o nuestros mensajes no siempre tienen la creatividad o la chispa que consideramos que deberían tener?

Todo esto venía a cuento de que, en el tiempo en el que he dejado mi yo social en modo pausa, me he dado cuenta de algunas cosas. La primera es que hay espacios de los que voy a ausentarme, digamos que más tiempo -nada es para siempre, pero lo más probable es que esto sí lo sea-. La segunda y más importante, que voy a estar más por aquí. Este blog es mi casa digital, en él me siento cómoda y es para mí una fuente de satisfacciones y paz… y hay pocas cosas, gente y lugares de los que pueda decirse eso.

Por todo lo anterior, tengo el placer de anunciar que en enero de 2015 este Club va a dar un paso importante para empezar a ser lo que hace mucho tiempo deseo que sea, y que en estos momentos -con algún pequeño retoque técnico- ya está en condiciones de aspirar a ser.

Como siempre que algo me importa mucho, he dedicado más tiempo a la construcción de los cimientos que a amueblar los espacios, y más a esto último que a la decoración, pero todo se andará, poco a poco y entre todos.

Por cierto, ayer fue Santa Lucía, que es el día en el que colocamos los adornos de Navidad en casa. Estuvo también lleno de momentos especiales en los que no faltaron las risas -sí, chicas, tiraré ese bolso-, las conversaciones sobre libros -tengo que conseguir una buena edición de Los tres mosqueteros para un lector de 11 años que me tiene robado el corazón-, ni la buena compañía -la mejor, sin duda ninguna-.

Dicho esto, ahora sí…

 

¡Feliz domingo, socios!

 

 

Imagen: Renata Sedmakova / Shutterstock.com