Buzón. T.A., 2018

Buzón. T.A., 2018

 

“Uno está convencido, y mi padre todavía lo entendía así, de que la amistad es un servicio. Al igual que el enamorado, el amigo no espera ninguna recompensa por sus sentimientos. No espera ningún galardón, no idealiza a la persona que ha escogido como amiga, ya que conoce sus defectos y la acepta así, con todas sus consecuencias. Esto sería el ideal. Ahora hace falta saber si vale la pena vivir, si vale la pena ser hombre sin un ideal así. Y si un amigo nuestro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una recompensa? ¿No sería obligatorio aceptar al amigo desleal de la misma manera que aceptamos al abnegado y fiel?»
El último encuentro. Sándor Márai.

En este espacio la literatura siempre ha estado presente, pero no solo ella, también la vida asomaba -desde un rincón mentiroso y novelado, es cierto-, especialmente los domingos. Esos días en los que ahora no escribo por la misma razón por la que los niños se tapan los ojos ante lo que no les gusta: creen que si no lo reconocen, dejará de existir.

Hoy, sin embargo, tengo ganas de hablar sobre lo que me rodea, pero debo avisaros de que todo cuanto yo os diga debe ser tomado con precaución, porque este es mi relato, que tal vez se parezca a muchos otros, pero que difiere de los de otras personas igual de respetables. No me referiré, por supuesto a la política, que a esa la reconducirá la realidad, como hace siempre, me referiré a la vida cotidiana, concretamente a la mía.

Vivir en mi ciudad, en estos momentos, es como hacerlo bajo una tormenta que acabará como todas: dejando un cielo tan limpio que parece falso -y seguramente lo es, porque no suele durar mucho-, pero que no olvide nadie que la mejor luz, la que permite vez las cosas como son realmente, es la que atraviesa el imperfecto filtro de las nubes. La verdad nunca está libre de impurezas.

Dijo Huxley que todo lo bueno lo ahuyentaba el miedo y a mí me parece que estaba en lo cierto. El miedo al que piensa diferente nos impide aceptar que existe, que tiene sus razones y puede sufrir por culpa de las nuestras. Pero hablar de eso es hablar del pasado, el ahora ya no es el territorio del miedo, por mucho que algunos se lo propongan, en este hoy que amenaza con eternizarse, lo que habita es la tristeza del desengaño.

Hay cierta teatralidad en esas relaciones que se han gestado durante años y que se desmoronan en un tiempo muy breve, pero lleno de un silencio tan potente, tan tortuoso y tan lleno de deseos y temores como el que le precedió: ese tiempo en el que alguien dijo lo que pensaba sin quedarse nada dentro que le sirviera en un futuro para congraciarse con el otro, mientras que el otro optó por callar, porque un día le contaron que dos no se enfadan si uno no quiere y él se lo creyó. Lo que no le dijeron a ninguno de los dos es que la amistad no es eterna -ninguna emoción lo es, por mucho que cuando la sentimos nos lo parezca.

La brecha de silencio se va formando lentamente. Al principio uno no se atreve a preguntar, hasta que un día, de repente -o eso le parece- deja de interesarle la respuesta, tal vez confiando en que la duda mantenga una rendija abierta a un futuro donde todo tenga algún sentido.

El descenso hacia la incomprensión absoluta es escalonado, nada ocurre de golpe, la desconfianza se acumula poco a poco, mientras intentamos actuar con normalidad, hasta que no podemos evitar reconocer que algo no funciona, es entonces cuando el cambio se hace más evidente y aparece el miedo a no saber o poder o, peor aún, a no  querer, detenerlo.

El resentimiento, sin embargo, surge bruscamente, con imágenes potentes que son como fogonazos que permanecerán para siempre en la memoria y los escenarios por él recorridos quedan eternamente bañados por una luz mate y gris. La pérdida de un amigo es dolorosa, aunque sepamos que vendrán otras personas que lo reemplazarán en nuestro corazón, del mismo modo que nosotros seremos reemplazados. Pero que no os engañen mis palabras: nada es poético ni bello cuando ha sido cubierto por el velo impalpable de la desconfianza y no es solo el amigo, es el concepto mismo de amistad lo que está en riesgo.

Cuando querer a alguien es motivo de sufrimiento ¿es posible liberarse de ese sufrimiento sin dejar de quererlo?

Ojalá me equivoque, pero mucho me temo que no.