London

El espíritu de la novela es el espíritu de la complejidad. Cada novela dice al lector: ‘Las cosas son más complicadas de lo que tú crees’. Esa es la verdad eterna de la novela que cada vez se deja oír menos en el barullo de las respuestas simples y rápidas que preceden a la pregunta y la excluyen.

Milan Kundera, El arte de la novela

♫ Help Yourself

 

Ayer acabé “El hombre que amaba a los perros”, yo creo que debería titularse “Los hombres que amaban a los perros” o, mejor aún, “Los hombres que solo amaban a los perros”. Son tres. Dos de ellos conocen bien ambos lados de la muerte, el otro los devuelve a la vida contándonos su historia y en un intento infructuoso de recuperar la suya al escribir la de esos otros, tan dispuestos a morir por imponer sus ideas.

Padura escribió una novela con el corazón frío y la piel ardiente: en el corazón están los datos de una historia aterradora, la mires por donde la mires; en la piel habitan los sentimientos de las personas que rodearon a esos hombres y, a veces, los amaron. Me gusta ese niño que corre por el bosque tras un galgo y nos hace creer que la salvación siempre es posible y esa mujer menuda, fea, rotundamente miope, apasionada y sobre todo, culpable del pecado más humillante: haberse creído digna de un afecto, destinado casi a cualquiera que no fuese ella. Esa mujer, gracias a su error de amor, acaba siendo la única víctima. El resto son verdugos, aunque una lea y comprenda, aunque se apiade. Es una novela emocionalmente triste y técnicamente, en mi opinión, demasiado presa de la historia y del espanto. Tampoco podía ser de otra manera.

Me ha gustado mucho, aunque me haya sobrado el (imprescindible) corazón helado.


 

Sé que peco al ver virtudes en los otros, que muchas veces no existen. Lo hago a conciencia, porque creo que si sabemos que otro espera de nosotros lo mejor, nos volvemos mejores sin remedio. No es cierto que la crítica sea la espoleta que nos ayuda a buscar la excelencia, solo el amor puede hacer eso. Es el deseo de estar a la altura de lo que alguien que nos quiere bien cree que somos, el que nos impele a desear ser esa otra persona, idealizada tal vez, pero posible. Los amigos se caracterizan porque nos obligan a ser mejores en algo, cada uno en una cosa distinta y cada cual a su manera.

Yo tengo un amigo que me ayuda a escribir mejor. Últimamente ha estado perdido entre la espuma de las olas, pero regresó el viernes, a contarme una historia de teatro, amor y confidencias. Por eso hoy, tras estos días con la mente llena de los pretéritos indefinidos de la tesis, me he despertado con la cabeza llena de adjetivos. Noto como se ordenan hasta llegar al teclado, los veo aparecer sobre el fondo blanco de la pantalla, y sé que es gracias a que él ha vuelto, me lee y siempre espera lo mejor de mí. Tal vez esta madrugada no consiga dárselo, esta no va a ser la mejor entrada mía que ha leído, pero hay palabras donde antes solo había vacío y eso me hace feliz.

Estas líneas son mucho más de lo que hubiese yo escrito en tu ausencia, que lo sepas. ¡Bienvenido!

¡Feliz domingo, socios!

Fotografía: Amanda Irigoyen