Levantar una carta hacia la luz,
oscurecida ahora, con el tiempo;
repasar las palabras desvaídas que,
como el vino, un día nos alegraron.El viento comenzó a mecer la hierba. Emily Dickinson
Me gusta recibir cartas. Rectifico: me gusta recibir cartas de esas que hacen que me entre un deseo irrefrenable de encontrar un momento de tranquilidad para contestarlas como merecen. Algunas, las mejores, las que han sido bendecidas con la belleza de los pequeños detalles, las guardo para releerlas al cabo del tiempo y así volver a disfrutar de la alegría o el consuelo que me proporcionaron. El tiempo, que todo lo marchita, no logra vencer a las palabras que un día me conmovieron. Las mejores cartas son un acto de rebeldía… y de lealtad. También son escasas y carecen de una pauta concreta de llegada, de forma que una nunca sabe cuándo va a recibirlas, a veces entre ellas pasan años, otras llegan varias la misma semana, como me ha pasado a mí estos días que, solo por eso, ya habrían sido valiosos. Pero ha habido más.
Hay encuentros con los que me gustaría poder hacer lo mismo, pero guardar las charlas en las sobremesas largas y fructíferas solo es posible protegiendo la memoria y la memoria, además de ser frágil, carece de lealtades. Por eso, algunos de esos momentos -los más importantes- los escribo cuando el recuerdo todavía está vívido y procuro no dejarme en el tintero ningún detalle. A inicios de semana tuve una conversación sanadora, de esas que nos conmueven y nos ayudan a seguir adelante, desapegándome de cosas que me atan a un pasado que no me pertenece y aferrándome al objetivo que me tracé hace meses y que no es otro que el de asumir la vida tal y como se presente, intentando mejorarla en lo que quepa, pero aceptando que hay cosas que no depende de mí cambiar.
De todo ello han quedado, como pruebas del delito, dos libros, pero solo os puedo hablar de uno: El amor te hará inmortal. Música, memoria y vida de Ramón Gener, un hombre que se dedica a difundir el amor por la ópera y al que al parecer conoce todo el mundo, pero del que yo no tenía noticia hasta que alguien que me quiere me regaló un ejemplar suyo (en mi defensa diré que ni veo la televisión ni escucho la radio desde hace meses). Lo empecé ayer y me sorprendió muy gratamente, porque me pareció un ensayo lúcido, que profundiza en una enfermedad cada vez más común y tal vez por ello más temible, el Alzheimer.
«Mi padre murió dos veces. La primera, una mañana soleada en la que el Alzheimer nubló su mente y me olvidó. La segunda, tres días antes de Navidad, cuando, convertido en el Bolero de Ravel, dejó de respirar.» El amor te hará inmortal. Música, memoria y vida. Ramón Gener.
Al hilo de esto me gustaría comentar un mensaje que empieza a ser recurrente en las redes sociales -y por ende se extiende a la vida presencial-, ese que viene a decir que no te pongas un lazo rosa para indicar que quieres más ayudas para la investigación en cáncer de mama y en su lugar dejes de votar a los partidos que recortan los presupuestos de las partidas de investigación ¡cómo si no se pudiesen hacer ambas cosas! Jamás apoyaré -ni he apoyado, al menos a priori, que luego siempre pueden salirte ranas de donde menos lo esperas- a un partido que recorte los presupuestos para investigar, especialmente en el tema sanitario, pero eso no evita que lleve prendido en la solapa un pin con un lazo rosa -regalo de una doble mastectomizada a la que respeto y cuyo coraje y valentía admiro profundamente-, porque darle visibilidad a los problemas es el primer paso para que la gente considere la necesidad de hacer algo para solucionarlos. No hay que hacer una cosa o la otra ¡hay que hacer las dos!… y hay que hacerlas ya.
Ahora, tras el agradecimiento y la reivindicación, una petición ¡id a ver la película Un monstruo viene a verme, por favor! O, si lo preferís, leed el libro en el que está basada. Una novela que Patrick Ness publicó en 2014 y que escribió a partir de una idea original de Siobhán Dowd. Ella ya había trabajado en los personajes y en el argumento, incluso tenía el arranque de la historia… pero no pudo terminar de escribirla porque murió de cáncer de mama en 2007, cuando solo tenía 47 años.
Y ahora os dejo, voy a releer mis cartas y a anotar todo lo que me dijeron y dije en la sobremesa del lunes. Así ahuyentaré a algunos monstruos y acercaré a otros, que también hay monstruos buenos.