Calma

Pues no lo soñé. A veces me sorprendo diciendo esta frase por la calle, como si oyese la voz de otro. Una voz sin matices. Nombres que me vuelven a la cabeza, algunos rostros, algunos detalles. Y nadie ya con quien hablar de ellos. Sí que deben de quedar dos o tres testigos que están todavía vivos. Pero seguramente se les habrá olvidado todo. Y, además, uno acaba por preguntarse si hubo de verdad testigos.

La hierba de las noches. Patrick Modiano.

Sábado por la tarde. Anochece.

Después de comer he visto los dos primeros capítulos de la segunda temporada de The Newsroom; una de las escenas transcurría en el bar al que suelen ir al salir del trabajo; Will y Mackenzie se están tomando unas copas y charlando sobre las noticias del día cuando de repente empieza a sonar You were always on my mind y él la hace callar, “nadie la canta como él, ni siquiera Elvis”. He buscado esa versión maravillosa (no ha sido difícil, me ha parecido reconocer a Willie Nilson y, efectivamente, era él). La escucho mientras escribo.
Nunca he visto una serie de hospitales, aunque reconozco que cuando escucho a compañeros comentándolas, descubro que hay bastantes similitudes entre lo que allí cuentan y lo que de verdad sucede, pero es precisamente por eso por lo que no las veo, sería como una prolongación de mi trabajo. Pero tú dame una historia que transcurra en los juzgados o en la redacción de un periódico y raro será que la deje a medias.
En The Newroom además, se escuchan unas canciones fabulosas. Lo mismo me pasó con Boston Legal, aunque menos, tal vez porque los gustos de Will son más parecidos a los míos que los de Alan y Dennie, que eran los que escuchaban música en la terraza al final de cada capítulo.
Digo esto porque al final no he podido terminar “La rubia de ojos negros” hasta esta mañana y esta tarde no podía empezar a leer otra novela (“La hierba de las noches” de Modiano, me espera para estrenar el sol del domingo), sin haber acabado de recuperarme del impacto que representa la resurrección de Marlowe.
Porque eso es exactamente lo que ha hecho Banville: devolverle la vida a Marlowe. La única crítica que he leído a su interpretación del personaje es que los diálogos del detective no son tan ácidos como los de Chandler, pero no me parece justo decir eso, los años y, sobre todo, los desengaños, lo han vuelto más comprensivo con la naturaleza humana, eso es todo. Pero en La rubia de ojos negros está Philip, su ironía, sus contradicciones, su devoción por las mujeres espectaculares y millonarias (¡qué rabia me da cuando lo leo saber que, de encontrarnos, no se fijaría en mí!), su ajedrez solitario, su romántico miedo al compromiso… Todo lo que hay en la novela se corresponde a lo que habría de ser Chandler el autor.
Pero cuando la compréis, si decidís hacerlo, no os creáis que la ha escrito Benjamin Black como dicen por ahí, porque es mentira. Esa novela es obra de John Banville, sí, sí, el mismo que estáis pensando, ese al que cualquier año de estos, le darán el Nobel de Literatura… y si no, ¡al tiempo!

Domingo. Amanece.

No es cierto que haya vuelto el verano, es que el otoño de Barcelona es así, por eso me gusta tanto. Sin embargo, lo mejor todavía no ha llegado, en noviembre ya no sobrará la chaqueta a mediodía y los que madrugamos no tendremos que escoger entre pasar frío por las mañanas o cargar con ella todo el día sin necesidad, lo cual nos hará un poco más felices.
En un visto y no visto ya ha salido el sol. El mismo que nos achicharró a ma soeur Thérèse y a mí este viernes (en un día muy parecido al que ahora hace un año pasamos en Londres), de aquí para allá, haciendo lo que luego me pareció una locura (aunque mis dos J. me dijeron que lo loco era creer que no debía hacerlo y A. se alegró tanto de mi atrevimiento que me puso contenta a mí también). El día anterior descubrí que cada vez que consigo algo me pongo una nueva meta, antes de disfrutar de lo logrado, sin darme tiempo siquiera de sentirme orgullosa de mi esfuerzo. Yo mejor que nadie sé que la vida es un suspiro, y que la felicidad debe celebrarse antes de que se escurra como agua entre los dedos, y sin embargo… Así que de pronto decidí que ya había esperado bastante y me di un premio. “El” premio.
Mientras todavía hay testigos.

¡Feliz domingo, socios!