Cool Treat

El viernes estuve con Katherine Mansfield. De entrada, una formalidad y una frialdad imperturbables y desconcertantes. Preguntas sobre la casa y cosas así. Ningún placer ni emoción al verme. Me impresionó lo que tiene de gato: distante, tranquila, siempre solitaria y vigilante. Luego hablamos sobre la soledad, y me di cuenta de que ella expresaba mis propios sentimientos como jamás los he oído expresar. Entonces empezamos a ir a compás, y como siempre, hablamos con tanta naturalidad como si estos ocho meses hubieran sido unos minutos.

Diario íntimo. Virginia Woolf.

Dos mil catorce fue uno de esos años que la obligan a una a poner los pies en la tierra, dejar de correr tras absurdas zanahorias –que a veces ni siquiera son apetecibles- y valorar lo que tiene justo al ladito –de la cama o del teléfono-. En ese sentido, el pasado sí que fue un buen año y por eso ayer, gracias al poder de convocatoria de un amigo común, lo estuve celebrando con gente a la que aprecio.

Entre todos sumábamos no pocos retos del destino. Para algunos de ellos creíamos no estar preparados y tuvimos que improvisar sobre la marcha, pero todos los afrontamos dignamente. Ayer, entre los brindis (uno de ellos sorprendentemente magistral, en un in crecendo emotivo como no recuerdo haber escuchado nunca antes, la gente improvisa esas cosas y no debería), aproveché para reflexionar sobre lo difícil que debe ser vivir en soledad, que nadie te escuche, te tienda una mano cuando lo necesitas, te abrace o disfrute compartiendo tus pequeños triunfos.

Regresamos a pie un buen trecho, nos apetecía caminar, que es algo que facilita la digestión de la comida y de las vivencias. En una esquina había un sintecho y de repente pensé que el mayor frío es el que te ataca por dentro, cuando el abandono de los que amaste te hiela el corazón.

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Esta noche he soñado que alguien que me importaba –aunque no recuerdo quien, ni siquiera si le conozco en la vida real- me regalaba un libro muy malo, que había buscado por medio mundo porque para ella era muy importante que lo tuviese yo. Pero de eso me enteraba después, no en el momento en el que me lo entregaba y, aunque en la vida real soy muy agradecida –sí, ya sé que no se estila- en la onírica no le hice ni puñetero caso. Un gracias y punto, nada que indicase que me había percatado de su esfuerzo hercúleo por encontrar el librito de marras –el diminutivo no es sarcástico, era pequeño, además de malo.

Bueno, pues al despertarme me he sentido fatal y dándole vueltas a la posibilidad de que yo haya podido hacer eso alguna vez, que espero que no, pero no lo descarto.

Y es que, y este es un mensaje que lanzo al viento, para los que creéis que soy una mujer carente de frivolidad, a veces me sale la vena materna y entonces transmuto en una dama de gustos exquisitos –que desconciertan a la gente “¿qué hace esta loca con unas bambas más viejas que ella y una agenda de Graphic Image, con su nombre grabado en pan de oro?”-. Por eso el viernes estuve en Gucci mirando bolsos y me entraron ganas de decir, como Santa Teresa, «yo lo elijo todo».

Creo que uno de esos Gucci será mi próximo pecado. ¡Ay!

¡Feliz domingo, socios!