Temari. Girl on a bed of roses. En Flick con licencia CC

Acabo de bajar de la piscina y me he preparado un vaso de tónica muy fría (apenas unas gotas de ginebra, por aquello de hacer un extra). Si las ideas no fluyen, no va a ser por culpa del calor.
Pero la inspiración se demora y busco en el ordenador una fotografía, que contemplo, acechando una señal que no aparece.
Pongo música (Nina Simone, Where can I go without you) y enciendo la lamparita de lectura. Entonces me llega el perfume de las rosas, todavía frescas, del jarrón. 
Me recuesto en el sofá y echo hacia atrás la cabeza, suspiro y vuelvo a mirar la pantalla, pero esta vez mis ojos se clavan en la papelera de reciclaje. 
Esta tarde, mientras ordenaba el armario, haciéndole sitio a los vestidos nuevos, me he hecho un pequeño corte en la mano izquierda. Mal presagio. No todo van a ser buenas noticias.
Y recuerdo como, justo ayer, A. me decía que se pegaría un tiro si pensase que ya no volverá a experimentar la emoción de un primer beso. Es muy joven y, a pesar del desamor de hoy, las dos sabemos que eso no va a pasar, aunque para ella (como para tantos), haya sido esta una primavera de abandonos.
Doy un último trago y miro alternativamente mi mano lesionada y esas flores, que ahora me parecen armas. 
Toca apagar el mundo e intentar dormir. Malditas rosas. Mañana será otro día.
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