Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

Silencio, Octavio Paz

Faltan todavía algunos días para cambiar de estación y ya empiezo a sentir esa mezcla de pereza y esperanza que encierra todo comienzo. Y de despedida: la primavera se irá.

Llegará el verano y en sus primeros días adoraremos cada rayo de sol, disfrutaremos perplejos la caricia de las primeras brisas y buscaremos en nuestra memoria el recuerdo de todo cuanto suceda. Luego vendrán la costumbre y la hartura. Nos molestará la luz y la corriente. Nos dolerán los ojos y la piel.

A veces creo que los inicios nos gustan no por lo que contienen de futuro, sino porque nos devuelven al pasado de la mano del recuerdo. Tal vez lo que nos atraiga no sea la novedad, sino la melancolía.

Sin embargo vivimos una época donde un exagerado sentido del paso del tiempo y un culto a la superficialidad y a la prisa, impiden cualquier atisbo de cordura en el ambiente. Y asomarse a las noticias no ayuda (yo me escondo hoy aquí, para aislarme del ruido y del miedo; me oculto en las nubes  ¿qué está pasando para que uno se sienta más protegido en campo abierto?). Habrá que buscar la serenidad en nuestro interior, aunque sea a costa de rodearnos de silencio.

Y es en tiempos convulsos, como estos, cuando añoramos una niñez, que imaginamos inconsciente. Días en los que nuestra alegría dependía de una palabra amable y la vida se derramaba sobre nosotros como agua, sin dejar apenas rastro, sin heridas. Olvidado ya todo lo que de doloroso sin duda tuvieron aquellos años.Se me ocurrió eso ayer, regresando a casa, ya de madrugada. “Lo mejor del olvido es el recuerdo” pensé entonces, como Gloria Fuertes, y sonreí.


He vivido unos días privilegiados, rodeada de afecto productivo, en los que he decidido acabar por fin con la provisionalidad a la que me he aferrado los últimos años y que, paradójicamente, tanta seguridad me daba. Acabo la semana construyendo una auténtica casa en el aire y tomando la decisión que llevo aplazando mucho tiempo: he venido aquí para quedarme.

Hasta que cambie el tiempo.

O hasta que llegue la noche y traiga las palabras…

¡Feliz domingo, socios!