Envejecer es inimaginable excepto para quien envejece.
El animal moribundo. Philip Roth.
Pasa una cosa curiosa cuando se escribe un blog y es que uno descubre no solo en lo que, poco a poco, se ha ido convirtiendo, sino de qué están hechos los diferentes mimbres con los que se está tejiendo la persona que ya es o la que pronto será.
Por supuesto, todo es mentira, aunque nada lo sea estricto senso, pero es que al quedarse tanta verdad en el tintero, el conjunto no refleja, ni el acontecer, ni la personalidad auténtica del autor. Sin embargo, para el que conoce a la persona e intuye los motivos –aunque no todos los entienda o los quiera entender- un blog es más fiable que un diario, especialmente cuando de lo que se habla en él es de lo tangencial; contra más rodeos se le dan al núcleo, más se lo delimita y más visible acaba siendo para el lector.
Repasando estos días lo escrito hace un tiempo, descubro que opinaba de distinta manera sobre algunos temas –no sobre todos, claro está, ahí reside buena parte del engaño: uno nunca se convierte en otro, solo se le afilan los rasgos o se le desdibujan, según le vaya en la vida- y los porqués de ese cambio de postura, aunque habitualmente no haya más motivo que la erosión del tiempo, para esa mudanza.
También os veo a vosotros, entrar y salir de este Club, y contemplo lo bueno que dejáis aquí los que quedáis, pero también lo que dejaron los que, por algún motivo, se han ido alejando durante estos años, con pocas o nulas intenciones de volver –y siento algunas ausencias, que espero sean temporales, mientras que otras me parecen lógicas, poco me aportaban ellos y menos todavía les debía aportar yo y, aún así, valió la pena-.
Se avecina febrero, que es el mes que a mí me parece más invernal de todos, por el frío y el viento, pero también porque me sumerge en una especie de pausa vital en la que todo parece anodino, como si la vida se muriese de ganas de convertirse en primavera.
Y yo, que tanto la aborrecí, ahora, mientras hiberno, añoro y espero la primaveral templanza.
Envejecer, como dijo Roth, no es algo que uno pueda imaginarse, es algo que nos pasa siempre de repente, algo que nos parece una traición del tiempo y de la vida, como si hubiese otra opción. Estos días, que no ceso de buscar un bastón de paseo, para alguien que se merece todo el esfuerzo que estoy poniendo en ello –y todo el que me queda por poner, que esto no se ha acabado, los últimos que encontré, ayer mismo, eran sorprendentemente “decorativos”, algo que nunca pensé que pudiese ser un bastón-, no dejo de plantearme si esa sorpresa con la que nos sobreviene la vejez, no estará motivada por lo mucho que se esfuerza la sociedad en esconderla. Volvemos a los viejos invisibles, porque, sabemos que ese culto a la juventud que profesa nuestro tiempo es vano, que la solución la conocen ellos y no es fácil. Y si a algo no estamos acostumbrados en los últimos años es a hacer esfuerzos, especialmente en lo moral.
Tememos que los viejos hablen porque sin gritar -todo es más rotundo cuando se dice en voz baja- nos recordarán que todo lo que está pasando ya pasó antes y que o nos escandaliza y nos hiere -y nos mueve a la acción compasiva- la desgracia del prójimo o lo construido por las generaciones anteriores se irá al traste. Y será, también -¡qué miedo da pensar eso!- culpa nuestra, porque la sociedad, ese ente abstracto al que tanto nos gusta zarandear exigiendo que asuma su culpa, somos nosotros.
Recorro las calles en busca de un bastón y toda la ciudad me parece un síntoma de ese, también inimaginable, miedo.
¡Feliz domingo, socios!
Precioso, Francesca.
Algunas seguimos viniendo aunque no siempre dejemos rastro de nuesto paso por aquí.
Abrazos
¡Gracias Judith!
Lo sé… lo cual no impide que te añore.
Un abrazo fuerte.
Hola Francesca:
No se me ocurre otra cosa que felicitarte por ser como eres. Y como me doy por aludido, gracias anticipadas por lo del bastón.
Besos.