J. McCunn. Time for a coffee break.
Diane Daly. Some Other Spring

Para Juana, Judith y María José
Por ser y estar. Y por la amistad.

«Hay más lágrimas por las plegarias concedidas, que por las no concedidas”

Santa Teresa de Jesús
Que la calidad trasciende el género es algo que vengo defendiendo desde siempre, pero esta semana me ha tocado batirme con argumentos en defensa de Chandler y, tras la relectura de “El largo adiós”, creo haber encontrado, por fin, la manera de ganar esta ya antigua batalla.
Una buena historia es aquella que nos enseña algo sobre nosotros mismos. El análisis consciente de la condición humana, su asunción y la manera como esta es presentada ante nuestros ojos, es lo que determina si un autor escribe buena literatura o se limita a emborronar cuartillas, numerándolas al acabar (y desde el punto de vista del lector exigente, entre esos dos extremos, se sitúan todos los grados de mediocridad posibles, que son muchos). Uno debe salir de las lecturas más sabio de lo que entró… y más honesto también.
Pero esa cualidad fluye de manera transversal en las novelas, no forma parte de la temática, ni del estilo literario, ni tampoco depende de la riqueza del lenguaje. Poco importa que el nudo de la historia sea un asesinato o un gran amor, lo importante es como las personas se mueven alrededor de esa circunstancia, como reaccionan, como asumen su responsabilidad o como gestionan su renuncia… En “El largo adiós” he visto la ruindad, el vacío existencial, pero también el sentido de la justicia, la dignidad en la derrota y la semilla de la duda, sobre si esa derrota es tal cuando la dignidad se conserva. Chandler es capaz de llevarnos de la mano a través de la novela, de que nos creamos la historia que nos cuenta, aunque nada tenga en común con nuestra vida, de que vivamos en esos paisajes desconocidos para nosotros y nos adentremos en una atmósfera cargada de mezquindad y alcohol, casi a partes iguales, saliendo de ella indemnes… y limpios. Raymond Chandler fue un gran escritor, no albergo ninguna duda sobre ello.
Parece ser que, además, fue una persona coherente (y en eso tengo que fiarme de lo que cuentan otros, porque mi librero pelirrojo no ha encontrado todavía “El sencillo arte de escribir”), dicen que asumió esa soledad última, ese ser consciente de la verdad final de las personas, que afecta a la relatividad con la que se viven los éxitos y los fracasos y al sitio donde pone uno el acento, a la hora de determinar cuales son las cosas importantes de la vida.
Chandler escribió siempre novela negra. Él es mi argumento y por eso sé que, finalmente, ganaré la batalla.

………
Hace ya algunos años que me rendí a la evidencia de que, en mi caso al menos, la vida manda. Me entrego a ella con alegría o con resignación, pero siempre en la confianza de que es ella, y no yo, la que sabe lo que me conviene.
Tropiezo en mi camino con otros y a veces no es el momento o el lugar, incluso puede que nunca existan ni el sitio ni el tiempo que permitan que nuestra amistad florezca. Pero ni fuerzo el encuentro, ni padezco porque no se realice. Tanto a ellos como a mí nos esperan otros brazos. Y son esos los que de verdad importan.
Hay gente que llega hasta tu corazón sin contratiempos, porque pertenece a una estirpe que ha recorrido antes el sendero y esquiva las zarzas y los abismos. Es gente como tú y gente que en nada se te parece. Son almas que reconoces al momento. Como pedazos que completan el paisaje que habitas. Y son muchos.
Yo cené con tres de esas personas el viernes. Nunca cuatro vidas más dispares se sentaron alrededor de una mesa. Pero esa noche llovió cariño en Barcelona. Y los abrazos eran de verdad. Este, Juana, Judith , María José, también lo es.

¡Feliz domingo, socios!

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